Tradiciones
y Costumbres -
Aroa,
minas de
Minas de cobre, situadas en la sierra de Aroa y cerca del río del
mismo nombre, en el actual estado Yaracuy. Fueron descubiertas en
1605 por Alonso Sánchez de Oviedo. Empezaron a ser labradas por
orden y permiso del Rey, en 1632, cuando Francisco Núñez de Meleán
desempeñaba la gobernación de Venezuela, pero sus antecesores García
Girón y Francisco de la Hoz Berrío fueron los verdaderos pioneros
y promotores de la explotación del cobre en ellas. En la época
colonial se designaban minas de Cocorote, a pesar de estar situadas
en Aroa. La explotación conoció un gran auge entre 1630 y 1660,
período durante el cual se extrajeron más de 135.500 libras del
mismo. Por real cédula del 21 de agosto de 1663, el Rey de España
concedió «…en empeño y perpetuidad…», las minas de cobre de
Cocorote-Aroa a Francisco Marín de Narváez cuya hija Josefa sería
la bisabuela del Libertador Simón Bolívar. Poco interesado en su
explotación, Marín de Narváez, despojó las minas de Aroa de
todos los bienes muebles que ahí se encontraban. Virtualmente
abandonadas por su dueño, las tierras de Aroa fueron
progresivamente ocupadas ilegalmente. A fines del siglo XVIII, tanto
Juan Vicente Bolívar y Ponte como su esposa, Concepción Palacios,
tuvieron que acudir ante el Rey y los tribunales para defender la
propiedad de las minas amenazada por usurpadores que las
beneficiaban sin su permiso. A la muerte de Juan Vicente Bolívar y
Ponte, el señorío de Aroa y las minas de Cocorote pasaron a ser,
por herencia, propiedad del hijo mayor Juan Vicente Bolívar y
Palacios. Muerto éste en 1811, las heredó su hermano Simón, pero
los avatares de la Guerra de Independencia no le permitieron
ocuparse de ellas hasta 1823 cuando encarga a su sobrino, Anacleto
Clemente, que averiguara el estado en que se encontraban. En 1824,
el Libertador, por intermedio de su hermana, María Antonia,
arrienda las minas a una compañía inglesa, la Bolívar Mining
Association que las explota con éxito. A partir de 1826, el
Libertador, quien a menudo piensa retirarse de la política, encarga
a José Fernández Madrid y a Andrés Bello, ambos en Londres, la
misión de vender las minas. Pero toda clase de complicaciones les
impiden cumplir el encargo. Varios de los ocupantes de tierras y
minas de Aroa no sólo se niegan a desocuparlas sino que le ponen
pleito al Libertador. Bolívar sufrió durante los 3 últimos años
de su vida «una mortal agonía», pendiente de la venta de las
minas que no pudo realizarse. La cláusula 4ª de su testamento
rezaba: «No poseo otros bienes que las tierras y minas de Aroa».
Gracias a las rentas producidas por el arrendamiento de las minas,
pudo el Libertador ayudar al abate de Pradt, al educador Joseph
Lancaster, así como a varios parientes y amigos. Esas minas fueron
el símbolo de su desprendimiento y grandeza pero también de sus
angustias y desconsuelos hasta los últimos días de su vida. El 4
de febrero de 1832, se firmó en Caracas el contrato de venta por la
suma de 38.000 libras esterlinas entre los herederos del Libertador
y los representantes de los señores Philipps y Robert Dent de
Londres. Al consolidarse la presencia inglesa en ellas, las minas de
Aroa volvieron a conocer un período de prosperidad, convirtiéndose
Aroa en el principal centro minero del país. Entre 1828 y 1833, el
número de casas en la localidad pasó de 157 a 670 y el número de
habitantes de 812 a 4.460; en 1832 más de 200 ingleses trabajaban
en Aroa; entre 1824 y 1836, se extrajeron aproximadamente 200.000 t
de mineral bruto. El cobre se exportaba por Boca de Aroa y Tucacas,
hacia Europa, específicamente al puerto de Swansea en el país de
Gales (Inglaterra). A finales de 1832, un ingeniero inglés, John
Hawkshaw, viajó a Aroa con el fin de llevar a cabo una serie de
estudios sobre las minas, siendo el primero en pensar en el
establecimiento de un ferrocarril para el transporte del mineral
entre Aroa y Tucacas. En agosto de 1836, una partida de negros
cimarrones asaltó las instalaciones de las minas, matando a los
ingleses que ahí se encontraban. Este trágico suceso, al cual se
sumaban las muertes causadas por la insalubridad del clima y la
malaria, llevó a la Bolívar Mining Association a suspender toda
actividad en la zona. Otra compañía inglesa, la Quebrada Land and
Mining Company, reanudó los trabajos en 1860. En 1877 quedó
concluida la línea férrea Aroa-Tucacas, construida y operada por
la Bolívar Railway Company Limited, subsidaria de la Quebrada; este
fue el primer ferrocarril que tuvo Venezuela. Entre 1878 y 1892, se
explotaron más de 75.000 t de cobre, siendo Aroa y su ferrocarril
una inversión de alta rentabilidad. Para 1890, Venezuela era el 6º
productor mundial de cobre; pero, a partir de 1892, el agotamiento
de las vetas cupríferas marcó el final de la era de prosperidad.
En 1896, una nueva compañía inglesa, la Aroa Mines Limited, se
encargaba de la explotación de las minas, pero sólo pudo iniciar
nuevamente sus trabajos en 1908 con resultados poco alentadores.
Casi inmediatamente, le traspasó su concesión a la South American
Copper Limited, otra compañía inglesa, la cual reinició la
explotación de las minas hasta 1936, cuando prácticamente se
paralizaron todos los trabajos. En 1955, la South American Copper le
cedía su propiedad sobre las minas a la compañía venezolana La
Providencia por Bs. 150.000, la cual, a su vez, la revendió al
Instituto Venezolano de Petroquímica (IVP), en 1956, por Bs.
2.600.000. Comprobada definitivamente la poca rentabilidad de las
minas, el IVP resuelve, en 1972 traspasarlas a la gobernación del
estado Yaracuy. Desde 1974, las minas de Aroa han sido convertidas
en parque nacional y museo. Hoy en día, son conocidas popularmente
como las minas del Libertador.
|