Tradiciones
y Costumbres -
Educación
Siglos XVI-XVIII
Concepto: Con este término se pretende describir las realizaciones
escolares, no universitarias, llevadas a cabo en Venezuela durante
el período hispánico. Como elementos constitutivos del concepto
conviene señalar: el carácter institucional; el plan de estudios;
y el objeto final, la formación de los alumnos ya fueran a ingresar
en la universidad, ya optaran por enfrentarse directamente a la
vida. En consecuencia, prescindimos de las modalidades que revestía
la instrucción que solían recibir los niños y adolescentes de las
diversas naciones indígenas que integraban el territorio nacional;
los esfuerzos aislados y anónimos de los «pedagogos» que
instruían a la juventud blanca y criolla en las primeras letras en
los principales centros urbanos; y los intentos aislados que no
fraguaron en realidades permanentes. Así pues, nos circunscribimos
fundamentalmente a lo que hoy se denomina enseñanza primaria y
media. Para enmarcar el verdadero concepto de educación es
necesario tener presentes las siguientes premisas: a) fuentes
documentales: en el aspecto jurídico-fundacional son escasas para
los siglos XVI y XVII; casi nulas en lo que se refiere al proceso
que denominamos paideia; b) carecemos en absoluto de informes sobre
la demografía estudiantil de esa época y menos de lo que
denominaríamos la demanda educacional en el siglo XVI y XVII; c) se
ignora también el medio y las aspiraciones culturales de los
pequeños grupos hispanos que crearon, o fueron estableciendo, la
red urbana venezolana; al parecer, les preocupaba más la conquista,
la tierra y el poder que lo que podría significar la educación de
los hijos; d) el nacimiento de la «exigencia social» hay que
vincularlo a la implantación de las instituciones y muy
especialmente al arraigo de las órdenes religiosas, ya que la
corriente oficial miraba más a la «hispanización» de los
indígenas y a la formación de los hijos de los caciques.
Legislación: a) Oficial: la legislación indiana es muy precisa en
lo que se refiere a la fundación y erección de las universidades y
para lo que en ella se denominan colegios, que son: los seminarios
conciliares para la formación del clero en que tanto había
insistido el Concilio de Trento; los colegios para los hijos de
caciques en las principales ciudades del continente y como
excepción, y en número muy reducido, el Colegio de Niños Pobres
de México. No era, pues, incumbencia directa de la Corona la
enseñanza media. La única estructura educativa legislada fue la
universidad. Sin embargo, los jesuitas colaboraron eficazmente, en
el mundo renacentista y barroco, a desmembrar del currículum de los
estudios superiores la rica disciplina de las humanidades y así se
difundió la enseñanza media en las principales urbes de Europa,
América y Asia. Con todo, la legislación indiana abordó
indirectamente la reglamentación de los colegios al estatuir una
normativa específica para las «Fundaciones», concepto muy general
que abarcaba desde la erección de un convento hasta la de un
monasterio y/o lugares píos. En estos casos debía solicitarse el
parecer del prelado diocesano, del virrey, de la Audiencia, del
gobernador del distrito y otros informes como los del Cabildo y de
algunas personas importantes. b) Eclesiástica: en términos
generales se puede sostener que las disposiciones de los sínodos y
concilios que atañen a Venezuela adecúan sus prescripciones a los
grandes patrones de la legislación oficial; consecuentemente, el
tema de la enseñanza media está ausente de ellos. Lo que sí
contemplan el Concilio de Santo Domingo y las sinodales del obispo
Diego de Baños y Sotomayor, es la enseñanza primaria, en la que se
debe aprender a leer, escribir y contar, y las niñas aprender
labores. También se deduce del texto que estas escuelas debían
estar diseminadas por todos los centros urbanos y parroquias. Con
todo, no deja de ser curioso que el Concilio de Santo Domingo
(1622-1623) sólo hable de las escuelas para niños en el capítulo
VII de la sesión VI, dedicada exclusivamente a los indios. Reza
textualmente: «...Los párrocos tengan escuelas para niños. En las
escuelas enséñenles a escribir y leer para que más fácilmente
aprendan la doctrina cristiana y el idioma español; y facilítenles
cartillas abecedario, escritas a mano, para que no se vean obligados
a comprarlas...» Las órdenes religiosas, por el contrario,
herederas de una inmemorial tradición educativa, poseían sus
ordenamientos de estudios con los que se rigieron sus diversas
instituciones educacionales; mas, este último renglón no pertenece
a la legislación oficial.
Contenido: En cada época, suele haber palabras que hacen fortuna.
En el siglo XVI esa palabra fue la elocuencia. Como es natural, se
trataba de la elocuencia latina, lengua en la que se expresaba el
mundo científico, universitario y erudito de Occidente. Es casi
nula la información que sobre programas concretos de estudio
disponemos para Venezuela. Quizá se pueda considerar como una
genuina síntesis de la enseñanza conventual, el estatuto que dejó
el obispo Mariano Martí para la Escuela de Maracaibo en 1775. El
maestro deberá regirse por el arte de Nebrija «...cuidando que sus
discípulos aprendan de memoria sus reglas y que hagan frecuente
ejercicio de ellas y de sus cinco libros [...] y que, impuestos ya
en el cuarto, no se hable sino latín dentro del aula...» Los
alumnos deberían traducir del latín al castellano el Breviario
romano, el Catecismo de Trento y las Epístolas de San Gregorio. Por
lo tocante a la poesía deberían traducir a Ovidio, Virgilio,
Marcial, Homero y otros. Y la retórica se dirigirá por Soares y
Pomey; y para la construcción se les darán las Epístolas y
oraciones selectas de Cicerón. Los jesuitas se rigieron por la
Ratio studiorum (1591-1598), código educativo que inspiró en el
XVII y XVIII toda su administración y diseño curricular. Los
«estudios inferiores» duraban 5 años: 3 para el estudio de la
gramática; uno para las humanidades y uno para la retórica. Cuando
las ciudades eran pequeñas y el número de alumnos reducido, como
el caso de Mérida, simplificaban el trienio de la gramática en un
año. En el ordenamiento neogranadino el curso solía comenzar el 9
de septiembre y concluía el 30 de julio. Se interrumpían las
clases del 23 de diciembre por la tarde, hasta el 28; en carnavales;
del miércoles de la Semana de Pasión al Miércoles de
Resurrección. Como días festivos se señalaban: la víspera de
Año Nuevo y del Corpus Christi por la tarde, así como «...los
días que hay toros en la plaza principal de la ciudad...» Los
sábados por la tarde se dedicaban a «conclusiones», o certámenes
escolares públicos en que competían los diversos grados. La
distribución diaria era la siguiente: 7 a.m. estudio; 7:30 a.m.,
clase; 8:30 a.m., recreo; 9:00 a.m., clase; 10:00 misa y estudio.
Por la tarde: 2 p.m., estudio; 2:30 p.m., clase; 3:30 p.m., clase;
3:30 p.m., recreo; 4 p.m., clase. A las 5 p.m., los alumnos externos
regresaban a sus casas o se juntaban a los internos para las
«academias», o seminarios como diríamos actualmente. Textos
utilizados: la Gramática de Nebrija para la primera etapa. Mas
pronto impusieron los jesuitas la Gramática del padre Manuel
Álvarez y/o la del padre Mario Soares, muy difundida en toda
América. Para los grados superiores se servían de las ediciones
europeas de los autores estudiados: Plauto, Terencio, Lucrecio,
Virgilio, Horacio, Cicerón, Séneca, Marcial, Quintiliano, etc.
Para el estudio de la lengua vernácula, de la geografía, de la
matemática y de la historia, desconocemos los textos escolares.
Métodos de enseñanza: Aunque cada orden religiosa había adoptado
sus propios métodos, es indudable que los objetivos eran idénticos
y que los métodos más variaban en el modo de su aplicación que en
la esencia de su contenido. Una amplia información para la paideia
jesuítica se halla en el libro de José Juvencio S.I. Método para
aprender y para enseñar (Florencia, 1703). Pretendían el
desarrollo armónico de todas las facultades y el despertar de las
tendencias del adolescente. Se trataba de que aprendiera a estudiar,
a sentir, a pensar, a profundizar y a crear. Había que fomentar la
curiosidad. Así insistían en la memoria durante la niñez porque
la consideraban como un auxilio inestimable para cualquier empresa a
la vez que acumulaba un caudal de conocimientos, expresiones,
fórmulas, etc., válidas para toda la vida. Dominado el lenguaje,
se insistía en el valor de la belleza descubierta por la ciencia y
el arte. Debían aprender a leer poéticamente a los poetas y para
ello se servían de la lectura, la composición y la declamación.
Además, el teatro jugó un papel decisivo. Con la retórica debían
enseñar el arte de pensar mediante la interrogación (disputa
dialogada entre el maestro y el discípulo con una serie de
afirmaciones contrarias o aparentes verdades incompatibles), y la
concertación (disputa pública). Elemento fundamental era la
prelección, cuyo esquema constaba de 5 partes: en la primera se
narraba el argumento; en la segunda se exponía y aclaraba cada
frase, sobre todo si eran concisas, oscuras o complicadas; en la
tercera se exponía lo tocante a la erudición, historia, costumbres
de los pueblos, etc.; en la cuarta, se trataba todo lo referente a
la retórica y a la poética; y en la quinta, se analizaba,
examinaba y criticaba el latín. Posteriormente el alumno debía
trabajar, ejercitarse y crear.
Pénsum: Se podría presentar esquemáticamente así: 1) Gramática
inferior: En la sección primera o íntima se aprendía a leer y
escribir. En la segunda sección, se recitaban los preceptos
escogidos del Tratado de Octo partibus orationis de Elio Donato y
aprendían a declinar los nombres y a conjugar los verbos con
algunas explicaciones dadas en lengua materna. La sección tercera
seguía con Donato, pero añadía las partes básicas de la
gramática más moderna. Estos alumnos escribían sencillos
ejercicios de composición latina. Los de la sección cuarta,
estudiaban a Donato y Depauterio «sin emplear la lengua
vernácula». También se adentraban en las reglas de la gramática
compuesta por Francisco Faroene de Mesina. 2) Gramática media: Los
jóvenes debían utilizar el De exercitatione linguae Latinae de
Luis Vives y el De octo partibus orationis de Erasmo; las Cartas de
Cicerón, trozos selectos de Terencio y las Eglogas de Virgilio. 3)
Gramática superior: Los estudiantes dedicaban su atención a la
sintaxis y a muchos autores latinos: Cicerón, Salustio, Ovidio y la
obra de Erasmo sobre El escribir cartas. 4) Humanidades: Se debía
leer y estudiar De copia verborum de Erasmo; el Arte poética de
Horacio y se iniciaban en el estudio de la gramática griega. Aquí
se requería ya mucha composición. 5) Retórica: La mañana la
consagraban al estudio de las Oratoriae partitiones de Cicerón y a
los Preceptos de Fabio. La tarde se dedicaba a los Discursos de
Cicerón y a algún historiador.
Evolución histórica: Los orígenes de la historia de la educación
en Venezuela corren paralelos con los de la consolidación de las
instituciones jurídicas, sociales, económicas, y religiosas de
cada una de las ciudades y centros coloniales. Así pues, si la
penetración y colonización definitiva de Venezuela se realiza en
la segunda mitad del siglo XVI, es lógico que la acción educativa
se institucionalice como un paso ulterior a la etapa de
consolidación del dominio hispano. En este sentido estableceremos
las siguientes etapas: 1) Los ensayos protohistóricos (siglo XVI):
Se iniciaron con los 2 colegios que fundaron en 1512 los
franciscanos en tierras de Cumaná que llegaron a albergar 40
jóvenes y debían proseguir con la fallida expedición de 20
religiosos para fundar 5 conventos más. Posiblemente también los
dominicos fundaran escuelas. En 1520 concluye este intento con el
fracaso de lo que se ha denominado la «misión apostólica».
Indiscutiblemente debieron surgir otros intentos, de mayor o menor
duración, pero nos son desconocidos. Con todo, haremos alusión a 2
proyectos con los que creemos se cierra el ciclo protohistórico. El
29 de octubre de 1571 solicitaba el gobernador y capitán general de
la provincia de Venezuela Diego de Mazariegos, petición que
reiteraría hasta 1573, el envío de 12 jesuitas a su provincia con
el fin de encargarse de la educación de los hijos de los
conquistadores y de los indígenas. El proyecto fracasaría por la
oposición del obispo fray Pedro de Agreda. Sin embargo, el mismo
obispo creó en Trujillo, con anterioridad a 1576, un estudio de
latinidad (quizá también de artes) en donde se formó gran parte
del clero ordenado por él. Aquí se puede ubicar el primer esbozo
de los seminarios conciliares en Venezuela. 2) Génesis y
estructuración de la enseñanza (1576-1673): En 1576 se abre
definitivamente la presencia de los franciscanos y dominicos en la
provincia de Venezuela y junto a la labor de fray Pedro de Ágreda
se fundamenta la infraestructura religiosa que atenderá al
desarrollo de la vida social, política y consolidativa del dominio
hispano en Tierra Firme. Los cabildos, el obispo y las órdenes
religiosas contribuirán al hecho de la creación de las escuelas
municipales y conventuales como una expresión institucional de la
formación de la venezolanidad cultural. Aunque la real cédula de
1592 instauraba la educación oficial, hay que reconocer que ya con
anterioridad el Cabildo caraqueño había protegido a pedagogos como
Luis Cárdenas Saavedra, Simón de Bazauri y otros que se habían
dedicado al cultivo de la juventud. No debieron ser pocas las
dificultades iniciales pues además de la pobreza y falta de locales
hay que añadir «...haber poca gente [...] y acudir pocos muchachos
a ser enseñados...» Treinta y cinco años necesitaría este
proyecto para su arraigamiento y en él abundaron los pedagogos
volantes y el esfuerzo de los propios obispos caraqueños. Toda esta
etapa se puede seguir paso a paso en la obra de Caracciolo Parra, La
instrucción en Caracas, 1567-1725. Mas, durante este lapso y el
siguiente, será la Iglesia la que asuma, de forma institucional, el
reto y la obligación de las tareas educativas. Entendemos por
Iglesia: el clero secular, el clero regular, y los eclesiásticos
como personas individuales. En todo caso la labor más fecunda y
amplia correspondió a las órdenes religiosas. Entre los religiosos
que laboraron en Venezuela sólo los capuchinos no pudieron ejercer
la docencia, ya que, por una parte, recaía sobre ellos el peso de
las reales cédulas del 19 de septiembre de 1588 y del 23 de marzo
de 1601 que prohibían el paso a Indias a aquellos religiosos que no
tuvieran autorización para fundar conventos; y por otra, la cédula
del 10 de enero de 1647 les facultaría para pasar al Nuevo Mundo
pero con la contrapartida de que no sólo no llevarían a cabo
fundación alguna de conventos, sino que ni siquiera lo
intentarían. Su acción, pues, se tuvo que circunscribir a los
terrenos misionales. Desde esta óptica tenemos el siguiente
panorama: los franciscanos habían iniciado para 1610 sus conventos
de Caracas, Trujillo, El Tocuyo, Maracaibo y Barquisimeto. Y a lo
largo del siglo XVIII proseguirían por Coro, Valencia, Cumaná,
Margarita, Carora, San Felipe y Guanare. Los agustinos no podemos
precisar la realidad educativa de los conventos de éstos que se
redujeron esencialmente al área andina. A lo largo del siglo XVII
se instalarían en Mérida (hacia 1590), San Cristóbal (1593),
Gibraltar (1600) aunque de vida efímera, Maracaibo (1639) y Barinas
(1633). Hay que señalar que la vocación agustina en Venezuela fue
más misionera que educativa. Los jesuitas quisieron proyectar su
acción en el siglo XVII en Caracas, Maracaibo, Trujillo, Mérida y
San Cristóbal, pero solamente cuajaría la fundación del colegio
de San Francisco Javier de Mérida en 1628. En el siglo XVIII se
daría comienzo a los de Maracaibo (hacia 1735), Coro (1754-1764) y
se incoaría con grandes expectativas el de Caracas (hacia 1753).
Los dominicos de la provincia de Santa Cruz empezarían en Caracas
con San Jacinto en 1595, aunque sería en 1630 cuando se elevaría a
la categoría de convento. Los de la provincia de San Antonino
(Nuevo Reino de Granada) trabajaron en Mérida (1567), El Tocuyo
(1596) y Trujillo (1598). Sólo los estudios capitalinos
alcanzarían verdadero realce. Desde el punto de vista
jurídico-educativo se rigieron por la Ratio studiorum ordinis
praedicatorum que fundamentalmente había sido delineada por el
Capítulo General de Lyon (1274). Poco se puede decir del proyectado
convento dominicano de San Felipe (1724-1772). Los mercedarios se
restringieron a Caracas y ya para 1651 se habían instalado en esa
ciudad. 3) Consolidación (1673-1721): Enmarcamos este lapso entre 2
fechas altamente significativas: la erección del Seminario de Santa
Rosa de Lima (9.10.1673) y la creación de la Universidad de Caracas
(22.12.1721). El Seminario completa y consolida el movimiento
intelectual iniciado por el convento de San Francisco y continuado
por el de San Jacinto y por el de los mercedarios. Definitivamente
fraguan las bases de lo que constituirá la educación superior y se
evidencia el arraigo de las humanidades, no sólo en Caracas sino en
las principales ciudades de la provincia. Con la Universidad, se
abre el ciclo educacional definitivo del período hispano, pues
patentiza la primera madurez intelectual de las élites,
eclesiásticas y civiles, y fija en la capital el flujo permanente
de la juventud que debía buscar su formación universitaria en
Santafé de Bogotá, en la isla de Santo Domingo y en la propia
España. 4) Expansión y crisis (1721-1810): Con las reformas
económicas, jurídicas y administrativas que sufre Venezuela a lo
largo del siglo XVIII, el sector educativo gozará de una nueva fase
de expansión y de revisión. Una serie de características
específicas definen esta última etapa del período hispánico: a)
la creación de 2 centros universitarios oficiales: Caracas y
Mérida; b) la multiplicación de escuelas. Sobre este punto
concreto existe una gran documentación inédita en el Archivo
General de Indias (y en otros archivos), no sólo sobre el aspecto
fundamental sino a veces también sobre lo que denominaríamos la
«filosofía educativa». Un selecto muestrario lo ofrece Ildefonso
Leal en su obra Documentos para la historia de la educación en
Venezuela. De igual forma existe dispersa una amplia y desigual
bibliografía sobre los ensayos concretos llevados a cabo a lo largo
y ancho del territorio nacional poblado. En este contexto es
necesario anotar que, mientras los centros docentes de las órdenes
religiosas se estacionan (fundamentalmente por la expulsión de los
jesuitas en 1767 y por la falta de vocaciones) surgen entonces las
escuelas públicas (oficiales y privadas) sobre todo con la segunda
mitad del siglo XVIII. La visita del obispo Mariano Martí
(1771-1784) muestra un pormenorizado elenco de los haberes
educativos de la Iglesia de la diócesis de Caracas. Además fue
fundando escuelas en Santa Clara del valle de Choroní (1772); La
Guaira (1772); San José de Puerto Cabello (1773); San Sebastián
del valle de Ocumare (1773); Santa Ana de Coro (1773); Santa Ana de
Paraguaná (1773); Escuque (1777); Guanare (1778); San Fernando de
Ospino (1778); Villa de Araure (1778); Barquisimeto (1779); Villa de
San Luis de Cura (1780); Villa de Calabozo (1780); Villa de San Juan
Bautista del Pao (1781). Incluso, dotó en 1774 una escuela en
Maracaibo y 2 en Carora (1776). A éstas hay que añadir las
siguientes escuelas públicas: Cumaná (1759); Arenales (1776);
Cumaná (1778); Trujillo, San Carlos y Valencia (1786); La Guaira
(1788); El Tocuyo (1789); La Grita (1790); La Victoria (1798);
Turmero (1800); el Colegio Real de San Carlos de Barinas (1792) y en
San Felipe (1791). En el ramo eclesiástico hay que destacar: el
Seminario de San Buenaventura de Mérida (1785) y los preludios del
Seminario de Guayana (1793). Anexas a los seminarios de Caracas y de
Mérida, existían sendas escuelas de primeras letras. Asimismo,
dentro del marco fundacional, señalamos lo que se podría
considerar como la nueva escuela: la Academia de Geometría y
Fortificación de Caracas (1760); la Academia Militar de
Matemáticas de La Guaira (1761); por fundar la cátedra de
Matemáticas lucharán al unísono el doctor Juan Agustín de la
Torre y el capuchino fray Francisco de Andújar, quien además
propugnaba la historia natural y el dibujo. Esta idea fraguaría en
el siglo XIX en Cumaná, con el ingeniero Juan Pires y en Caracas,
en 1808, con José Mires, quien llegaría a enseñar aritmética,
álgebra, geometría, topografía y construcciones civiles, dibujo
lineal y topográfico. El canónigo Francisco Antonio Uzcátegui
fundaría en Mérida (1782) la Escuela Patriótica de Artes
Mecánicas y en 1788 en Ejido la Escuela Patriótica, ambas
inspiradas en las ideas de Pedro Rodríguez de Campomanes que se
inscriben ya en el marco del pensamiento ilustrado europeo. El
espíritu de la Ilustración se hace también presente en las aulas
universitarias caraqueñas con la modernización de los estudios,
especialmente en filosofía, que intenta llevar a cabo el padre
Baltasar de los Reyes Marrero a partir de 1788 y que luego
continuarán sus colegas y discípulos por encima de los obstáculos
que les opone la rutina. En la enseñanza primaria, así como en el
pensamiento pedagógico, se destaca a comienzos de la década de
1790 la persona de Simón Rodríguez, quien en mayo de 1794 condensa
sus experiencias y sus lecturas en la memoria presentada al Cabildo
de Caracas, titulada Reflexiones sobre los defectos que vician la
Escuela de Primeras Letras de Caracas y medios de lograr su reforma
por nuevo establecimiento. El licenciado Miguel José Sanz redacta
entre 1801 y 1802 un proyecto de Ordenanzas Municipales para la
ciudad de Caracas, que le ha sido encomendado por la Real Audiencia,
en el cual analiza el sistema educativo y propone su ampliación y
mejora. En 1805, un grupo de artesanos y artistas pardos,
encabezados por Juan José Landaeta, solicitan del Cabildo
caraqueño la autorización necesaria para crear en esa ciudad una
escuela primaria para los hijos de las personas de esta etnia. Por
diversas causas, los proyectos y planes de Rodríguez y Sanz no
llegan a ponerse en marcha: prejuicios, intereses creados,
incomprensión, escasez de recursos económicos y humanos. Luego, la
guerra que estalla en 1810. Así pues, en el siglo XVIII y primeros
años del siglo XIX se gesta un gran impulso cuantitativo
educacional que recoge la preocupación de los pensantes
venezolanos. En cuanto a lo cualitativo se refiere, habrá que
estudiar y evaluar todos lo proyectos arriba mencionados, pero
ciertamente se puede afirmar que estos movimientos distaban mucho de
la vitalidad y de los recursos humanos que requería tan ingente
tarea sobre todo si se juzga a la luz del desarrollo europeo. J. Del
R.F.
Período republicano (1810-1994)
Durante el período republicano cuatro vertientes ideológicas han
influido formalmente en el régimen educativo venezolano: el
cristianismo que ha dado la base espiritual del pueblo venezolano,
sembrado durante el período de dominación española; la
Ilustración que se hace sentir fundamentalmente entre 1770-1870,
aportando a nuestro acervo pedagógico las ideas de la capacitación
para el trabajo, de la necesidad de la formación ciudadana y la
conveniencia de la secularización de la enseñanza; el positivismo
de 1870 en adelante, insistiendo en la idea de una pedagogía
científica y estimulando el proceso de tecnificación del régimen
de instrucción; y la escuela nueva, también llamada activa,
movimiento generado por las corrientes filosóficas antipositivistas
que surgen a fines del siglo XIX y que conjuntamente con el
pragmatismo conforman un movimiento pedagógico que propicia la
formación del educando en libertad y de manera activa para crear
disposiciones de amor al trabajo. Este movimiento de la escuela
nueva o activa se hace sentir en Venezuela a partir de 1936, a raíz
de la desaparición del régimen gomecista, y era la fórmula
pedagógica del nuevo clima democrático que surgía en el país:
educar en libertad como base para vivir en democracia.
A esta altura de la historia de Venezuela el análisis de la
evolución de su pensamiento pedagógico revela que las cuatro
vertientes ideológicas indicadas han formado una corriente
doctrinaria sincrética, que es la característica de la ideología
pedagógica en Venezuela. Sobre este piso se ha venido desarrollando
el hecho educativo durante nuestra vida republicana a partir de
1810.
El tema de la educación como primer deber del Gobierno surge
aparejado al proyecto político de los líderes de la revolución de
Caracas en 1810. Perseguía dicho proyecto la creación de un Estado
soberano de corte republicano y la conformación de una sociedad
democrática, siendo su objeto procurar la felicidad del conjunto
social, y del gobierno instituido asegurarla, «...protegiendo la
mejora y perfección de las facultades físicas y morales [del
ciudadano], aumentando la esfera de sus goces y procurándole el
más justo y honesto ejercicio de sus derechos...», que son «...la
libertad, la igualdad, la propiedad y la seguridad...» Con esta
preceptiva de la primera Constitución, se tocaba el fondo del
problema: que no es posible que subsista la libertad y se consolide
la nueva condición republicana en la ignorancia y dentro del clima
espiritual que había conformado el absolutismo. Por esta razón los
líderes de la revolución de Caracas, en la Proclamación de los
derechos del pueblo, el 1 de julio de 1811, declaración que
contiene elementos fundamentales de la ideología animadora de la
gesta independentista, expresan que la instrucción es necesaria y
que la sociedad debe ponerla al alcance de todos. Con semejante
declaratoria se daba alto rango social a la educación como factor
modelador del temperamento republicano, y se la colocaba como
institución política fundamental del nuevo Estado. Esta
valoración de la educación para crear y consolidar condiciones
favorables al nuevo orden social propuesto, se origina directamente
del pensamiento ilustrado, que desde fines del siglo XVIII encontró
en Tierra Firme buena acogida en hombres como A. Valverde, Baltasar
de los Reyes Marrero, Juan Agustín de la Torre, Simón Rodríguez,
Francisco de Andújar, Miguel José Sanz, Juan Antonio Navarrete,
que con sus ideas y proyectos durante aquellas décadas inmediatas
al 19 de abril de 1810, contribuyeron a crear y a enriquecer el
acervo educacional venezolano. Los próceres entendían que una
dificultad que obstaculizaba el proceso político independentista
era la huella que había dejado en el ánimo de los criollos los
valores divulgados por el absolutismo; vale decir, por la defectuosa
educación que en opinión de Miguel José Sanz y de Juan Germán
Roscio, se había impartido en el país y a los malos hábitos que
creaba una educación que ordenaba las facultades humanas para vivir
bajo la condición de vasallos. Juan Germán Roscio observó este
fenómeno de mentalidad desde el primer momento y en 1820 (27
septiembre) en carta al general Francisco de Paula Santander, desde
Angostura, se lamentaba que la ignorancia haya permitido que España
nos hostilice «...con gente americana, con provisiones americanas,
con caballos americanos, con frailes y clérigos americanos y con
todo americano...» y como consecuencia de ésta convicción,
expresa que desde muy temprano se dedicó «...aunque con poco
fruto, a la táctica del desengaño...» A la luz de este
testimonio, se encuentra sentido al movimiento de animación
cultural y educacional realizado durante la Primera República.
Entonces se entendió que la acción educativa era tan amplia como
lo exigía la necesidad y tomaba como sujeto de su interés a la
población en general. Por eso se valieron de la prensa (Gaceta de
Caracas, Semanario de Caracas, El Patriota de Venezuela, Mercurio
Venezolano, El Publicista de Venezuela, El Patriota Venezolano, y la
edición de folletos y libros doctrinarios); se crearon o se
estimuló la fundación de planteles (Universidad de Mérida,
Academia Militar de Matemáticas, Escuela Pública Náutica,
cátedra de Anatomía, Academia de Instrucción de nivel medio,
cátedras de esgrima y baile, de dibujo y pintura, y teatro); se
proyecta la organización de una Biblioteca Pública y es notable la
contribución de Roscio para dotarla, así como la gestión en
Londres para adquirir libros; y se orienta a las sociedades
patrióticas de Caracas, Valencia, Puerto Cabello y Barcelona como
centros de educación cívica. Esta estrategia, obra de Roscio, era
semejante a la diseñada en Francia en los días de la Revolución
donde «...a la par de las armas marchaban los instrumentos de
persuasión [...] y todo esto más que la guillotina de Robespierre,
vino a fijar el sistema...» Lamentablemente estas iniciativas
sucumbieron a la caída de la Primera República en 1812. Los
españoles también eran conscientes del valor de estos medios de
persuasión y se conocen algunas medidas que tomaron para mantener
la lealtad de los criollos, como por ejemplo, la edición del
Catecismo de Ripalda con los artículos añadidos para la enseñanza
pública, obra del arzobispo de Caracas Narciso Coll y Prat; y la
disposición del Reglamento General de Policía, título III, que
ordenaba la enseñanza de la historia de España, en todos los
planteles educacionales porque es «...muy justo y necesario que los
españoles de ambos hemisferios conozcan todos desde la infancia la
dignidad, virtudes y ventajas de la Nación y Gobierno a que
dichosamente pertenecen...» Lo anterior significa que ambos bandos
apreciaban el valor de la educación como instrumento de
persuasión. En el sector patriota, y concretamente en Simón
Bolívar, múltiples son los testimonios que señalan el peligro de
la ignorancia y la debilidad en que ésta había sumido a los
criollos, así como la necesidad de construirles una nueva
mentalidad y disposición de ánimo para vivir en República. Viendo
el mensaje de Bolívar al Congreso de Angostura bajo tal
perspectiva, se aprecia el cabal sentido de aquello que expresa a
los legisladores, cuando les manifiesta: «...Vuestra empresa es
tanto más ímproba cuanto que tenéis que constituir a hombres
pervertidos por las ilusiones del error y por incentivos
nocivos...», y profundizando en esta dirección, corona sus
proposiciones de ordenamiento político y administrativo,
recomendando la constitución de un nuevo poder público, el Poder
Moral para que cuide de la primera educación del pueblo. Dentro de
esta línea de crear las instituciones educativas del nuevo Estado y
de orientarlas a los fines republicanos, se seculariza la dirección
de la instrucción pública al decretar el 21 de junio de 1820 que
el gobierno de los planteles cualquiera que haya sido el origen de
su establecimiento pertenece al poder público de la República. En
1824 con la instalación de Joseph Lancaster en Caracas, Bolívar
abriga la esperanza, de que con la presencia de este notable
educador se inicie la materialización de sus ideas, ya que ambos
coincidían en que la emancipación de las mentes, tarea que
solamente la educación puede efectuar «...es la única medida que
al parecer falta para coronar las libertades con la plenitud de la
gloria y el honor...» Para confirmar esta apreciación sobre la
confianza de Bolívar en el poder de la educación para producir
cambios de mentalidad, es revelador el diálogo de Bolívar con
Hiram Paulding en junio de 1824: «...yo he hecho establecer el
sistema lancasteriano en toda Colombia, y eso solo hará a la
generación venidera muy superior a la presente...» En 1827 a su
llegada a Caracas, el Libertador dedica parte de su tiempo a tomar
medidas beneficiosas para la marcha de la educación, entre otras la
reforma del régimen estatutario de la Universidad de Caracas y su
adecuada dotación rentística, la organización de la subdirección
de Instrucción, mecanismo para cuidar de la educación pública, y
el apoyo dado al Seminario Tridentino de Caracas. No obstante estos
esfuerzos, la situación política y bélica y como consecuencia de
ello, el deteriorado estado de la economía, hacían inoperantes las
medidas que se ponían en práctica.
Al reconstituirse la república de Venezuela en 1830, el cuidado de
la instrucción se adscribe desde 1830 hasta 1857, al Ministerio de
Interior y Justicia, por sí o a través de la Dirección General de
Instrucción. Algunos hechos significativos sobresalen durante estos
27 años, tales como: a) promulgación de la Constitución de la
República, en 1830, de orientación centro-federal: esta
Constitución asignaba responsabilidades diferenciadas en materia de
educación, tanto al Gobierno central como al Gobierno provincial,
correspondiendo al primero promover la educación en colegios y
universidades y al segundo, la instrucción primaria. La
interpretación de los correspondientes artículos constitucionales
(87, numeral 17 y 161, numeral 17), «...tiró una línea de
separación fatal que puso a la enseñanza científica bajo la
vigilancia y administración inmediata del gobierno y dio a la
primaria una intervención exclusivamente municipal...», provocando
esto un abandono de la instrucción elemental, por no disponer los
gobiernos provinciales y municipales de rentas para el sostenimiento
de los planteles; b) creación de los colegios nacionales: entre
1832 y 1842 el Gobierno central decreta la fundación de los
siguientes colegios nacionales: el de Trujillo, 1832; el de
Margarita, 1833; el de El Tocuyo 1833; el de Carabobo, 1833; el de
Coro, 1833; el de Cumaná, 1834; el de Guayana, 1834; el de
Barquisimeto 1835; el de Maracaibo, 1837; el de Calabozo, 1839; el
de Niñas de Caracas, 1840; y el de Barcelona, 1842; estos colegios
se fundaron sobre los bienes de los conventos extinguidos y con el
auxilio de un subsidio del gobierno central; c) organización de la
Dirección General de Instrucción Pública: este hecho se produjo
tardíamente, en 1838; y durante los años de 1830 a 1838 el ramo de
la instrucción estuvo a cargo de un oficial en el Ministerio del
Interior, pues no había opinión favorable para crear la Dirección
General de Instrucción. Juzgaba el Gobierno que, si bien estos
cuerpos «...pudieran ser convenientes a la vasta República de
Colombia en la extensión de Venezuela, sobre ser impracticable su
creación simultánea y uniforme, no haría otra cosa que desvirtuar
la acción protectora del Ejecutivo sobre los establecimientos de
enseñanza superior, cuya dirección reasume y ejerce por el
Ministerio [...] existiendo Colombia, debía haber en Caracas una
subdirección de estudios y aunque formada la República de
Venezuela; y fijada la capital en esta ciudad, dejaba de existir
legalmente aquella; mientras que por las razones expresadas en el
párrafo anterior no se ha creado la dirección, ni la academia
nacional, ni otros cuerpos semejantes, que con el tiempo puedan
plantearse...» La reactivación de la Dirección General de
Instrucción comienza oficialmente el 20 de enero de 1836, cuando el
presidente José María Vargas plantea la necesidad de preparar una
Ley de Instrucción Pública que derogue a la legislación
educacional colombiana; sin embargo juzgaba asimilables a la
situación de Venezuela, aspectos importantes de la ley colombiana
de 1826 sobre organización de la instrucción y concretamente se
mostraba partidario de mantener una Dirección General de
Instrucción bajo la autoridad inmediata del Ejecutivo para el
gobierno de los establecimientos escolares. No cabe duda que la
influencia de Vargas y la necesidad del servicio despertaron el
interés del vicepresidente en ejercicio de la presidencia Carlos
Soublette, para crear la Dirección el 17 de julio de 1838. Este
acontecimiento se registra el 17 de julio, designándose a Vargas
para presidirla. La Dirección General de Instrucción, que había
realizado un trabajo de ordenación y de concientización, funciona
hasta 1854, cuando por mandato de la ley y exigencias absorbentes
del Gobierno, se centraliza nuevamente en el Ministerio del Interior
y Justicia el gobierno de la educación y para el efecto, se crea
una sección en aquel Despacho. El ministro del ramo, Simón Planas,
explica las razones que privaron para suprimir la Dirección General
de Instrucción: «...parece a este Ministerio que al darse una
nueva planta a la instrucción en Venezuela, debiera suprimirse
aquella, reconcentrando en el gobierno la dirección y suprema
autoridad sobre esta materia. El ejemplo de naciones muy adelantadas
persuade cuan conveniente es atribuir al jefe de la Administración
Pública ese poder superior sobre la enseñanza, y en dichas
naciones se ha creado un Ministerio Especial con el título de
Ministerio de Instrucción Pública...» De este modo se aprecia que
en aquella oportunidad, ya estaba en mente de personeros del
Gobierno la creación del Ministerio de Instrucción. En esta época
el problema de una instrucción primaria, rudimentaria en su
concepción y muy precaria en su existencia, hizo plantear la
necesidad de su fortalecimiento como recurso básico llamado a
beneficiar a la mayoría de la población, lo que hace proponer al
ministro Simón Planas la conveniencia de adoptar en Venezuela el
plan seguido en Francia, que divide la instrucción primaria en
elemental y superior, comprendiendo la elemental, instrucción moral
y religiosa, lectura, escritura, cálculos y elementos de la lengua,
que «...satisface completamente el derecho perfecto que tiene el
pueblo a que se le eduque, pues por la enseñanza de la lectura,
escritura y el cálculo se provee a las necesidades de la vida, y
por la instrucción moral y religiosa se satisface a otro orden de
necesidades tan reales como aquellas...»; y en cuanto a la primaria
superior añade «...los elementos de geometría y sus aplicaciones
usuales especialmente el dibujo lineal y mensura; las nociones
cardinales de las ciencias físicas y de la historia natural
aplicables a los usos de la vida; y los elementos de la historia y
de geografía con especialidad de la historia y geografía del
país...» También planteaba el ministro Planas rectificar el
ordenamiento administrativo y la orientación que se daba a los
colegios y universidades, encauzándolos por el camino que sugirió
en su momento Cecilio Acosta; d) promulgación de la Ley de
Educación: esto tuvo lugar en 1843 con la promulgación del Código
de Instrucción, proyecto que fue preparado por la Dirección
General de Instrucción; e) secularización de la Universidad: por
ley se decreta la separación de la Universidad de Caracas del
Seminario.
En el quinquenio que va de 1858 a 1863, el ramo de la instrucción
está bajo el cuidado de la Secretaría de Relaciones Exteriores e
Instrucción Pública, como consecuencia de la reordenación
administrativa de que fue objeto la administración pública por ley
del 25 de marzo de 1857. Es un quinquenio en el que se acentúa la
precariedad de la educación nacional, que la conduce al grado de
postración. Al examinar las Memorias de la Secretaría del
Exterior, durante el período indicado, el balance que se observa es
muy desfavorable, al extremo que en 1861, la Memoria guarda silencio
sobre el estado de la instrucción primaria y Francisco González
Guinán recuerda que en sólo «...determinadas poblaciones o
ciudades había algunas escuelas Municipales y particulares...» Sin
embargo, es importante destacar el informe que presenta al Congreso
de 1858 el secretario de Relaciones Exteriores e Instrucción
Pública, Jacinto Gutiérrez, sobre el estado de los asuntos de su
competencia; «...ningún dato más ha tenido el Gobierno después
de lo que expuso en las Memorias del Interior en 1856 y 1857, sobre
el importantísimo ramo de educación primaria...»; y agrega más
adelante entre las causas del empobrecimiento de las rentas de la
instrucción pública, la negativa de los propietarios de fincas a
cancelar sus obligaciones por la pérdida de la mano de obra esclava
y manumisa que redujo la producción, por la escasez de brazos
debido al estrago que causó en 1855 y 1856 el cólera entre la
población, y por la desmoralización de los pocos que quieren
trabajar. El informe de Jacinto Gutiérrez analiza el hecho
educacional venezolano con sutileza, penetra en la raíz de muchos
de los males que lo aquejan y observa el desequilibrio que se
produce en la sociedad por el poco interés que en la práctica se
manifiesta por el progreso de la educación elemental y el énfasis
puesto en los centros de educación universitaria. En el Ministerio
de Fomento se cuidará de los asuntos educacionales entre el 25 de
julio de 1863 y el 24 de mayo de 1881, con un paréntesis entre el
26 de julio de 1873 y el 6 de junio de 1874, cuando por razones de
organización, dichas funciones pasan a cargo del Ministerio del
Interior y Justicia.
Durante estas 2 décadas la instrucción vive 2 momentos diferentes:
el uno, decadente; el otro, con Antonio Guzmán Blanco, de repunte y
ascenso. En cuanto al primer momento el secretario de Fomento en la
exposición que hace en la Asamblea Nacional de Venezuela en 1863,
no refiere ninguna actividad relacionada con la instrucción
pública popular, como si ésta hubiese desaparecido. Y en materia
de educación superior, refiere algunas medidas superficiales
«...para reparar las cosas al estado que tenían el 15 de marzo de
1858...», pues «la mano atentatoria de dos dictaduras», decía,
lo había trastornado todo. Entre estas medidas cabe citar las que
dispensan las faltas y notas penales en que habían incurrido los
alumnos de las universidades de Caracas y Mérida, como consecuencia
de los acontecimientos políticos y militares ocurridos durante la
Guerra Federal. La radiografía sobre el estado del país y de su
educación durante aquellos días, se puede apreciar en el
intercambio de cartas entre el rector de la Universidad de Mérida y
el ministro de Fomento. En efecto, el rector por comunicación del
15 de julio de 1863 solicita al Gobierno el pago de parte de lo que
se adeuda a la Universidad desde 1848, y expresa a renglón seguido
que «...tan benéfico plantel se ve próximo a expirar participando
en mucho de la miseria espantosa que caracteriza la presente
época...» El ministro expresa al rector, el 17 de septiembre de
1863, que «...le causa extrema pena, no poder disponer
inmediatamente que se le abone el todo o parte de lo que se le
adeuda [...] el gobierno vé y palpa lo que pasa y no puede poner
remedio inmediatamente a los males, porque ésos provienen de la
guerra, y la guerra amenaza todavía con todas sus calamidades...»
No obstante lo anterior, al final de la misma década, en 1868, el
ministro de fomento Nicanor Borges reactiva algunas iniciativas,
siendo la más importante la presentación al Congreso de un
proyecto de ley sobre instrucción pública que indudablemente
contribuyó, junto con otras iniciativas expresadas en los
periódicos y en otras tribunas, a crear condiciones para fecundar
la iniciativa que aparece 2 años más tarde, la promulgación del
decreto del 27 de junio de 1870 por Guzmán Blanco, para
universalizar la educación primaria en forma gratuita y
obligatoria. En cambio en la década de 1870, si bien las luchas y
revoluciones no se erradican del panorama nacional, una nueva
tónica muy favorable a la educación se manifiesta a nivel
gubernamental, de modo que en 1873 se expresaba, lo que era voz
pública, que la educación «...como asunto de interés nacional no
había ocupado en Venezuela la atención de ningún gobierno
anterior al presente...» Este esfuerzo cumplido consagra al
presidente Guzmán Blanco como el creador de la escuela pública
nacional; y se materializa al final del Septenio, en 1877, con la
cifra de 1.146 planteles y una matrícula de 52.191 alumnos, y crea
las condiciones necesarias para que el 23 de mayo de 1881 aparezca
en el cuadro de la administración pública un nuevo ministerio, el
de Instrucción Pública, cuya creación se justificaba «...para
atender con singular esmero al desarrollo de las ramas que la
componen, imprimir mayor impulso a sus fuerzas generadoras, levantar
más aún los resultados adquiridos, y hacer más rápida, vigorosa
y expedita la acción del gobierno federal en la extensa esfera de
la enseñanza que hoy se difunde en la República. Mucho [decía el
ministro Aníbal Domínici] se ha andado en este camino desde
aquellos tiempos, en que el Poder Nacional contribuía con una
pequeñísima suma, de ordinario insegura, para sostener algunos
colegios en las antiguas provincias, en que la instrucción
científica estaba como clausurada en las universidades de Caracas y
Mérida, y en que la instrucción primaria, reducida a los más
elementales rudimentos, se ofrecía apenas en algún plantel
municipal o particular, únicos gérmenes del porvenir, conservados
con duros sacrificios y sujetos a desaparecer las más de las veces
con las vicisitudes de la política en la inclemente atmósfera de
nuestras pasadas guerras intestinas...» En cuanto a la Universidad,
no obstante el problema de sus fincas, recibió impulso renovador
con las iniciativas de Adolfo Ernst y de Rafael Villavicencio.
Al analizar el proceso de formación del sistema educativo
venezolano, se evidencia que las vicisitudes del mismo han ido
aparejadas a las propias del devenir político, las contingencias de
éste han repercutido muy sensiblemente en el cuerpo educacional y
han dejado profundas huellas. Con Guzmán Blanco el fomento de la
instrucción popular, con las limitaciones que existían se siente;
pero en la medida en que se eclipsa del cielo político su figura,
también se debilita el esfuerzo en pro de la instrucción, como si
la suerte de la instrucción estuviese unida a la suerte del
caudillo. En marzo de 1884 al finalizar su mandato, Guzmán Blanco
deja una inscripción de 92.661 alumnos que acudían a 1.778
planteles populares. A Guzmán Blanco le sucede Joaquín Crespo para
el bienio 1884-1886, y este mantiene en materia de política
educacional, la misma tendencia que se observa en el Quinquenio,
cumpliendo de esta manera la promesa de lealtad política al jefe
del Partido Liberal. Una iniciativa que se pone en funcionamiento en
aquel bienio fue la Escuela Politécnica «...con el propósito de
imprimir a la instrucción un giro eminentemente práctico que
asegure el más pronto desarrollo de intereses industriales del
país...» A nivel de la educación universitaria, se exhibe la
habilitación o acreditación de estudios realizados al margen de
las formalidades pedagógicas tradicionales, primera experiencia en
el país de la hoy llamada «educación a distancia» o «abierta».
Para apreciar el estado de la renta de la instrucción pública, es
significativo recordar que en 1885 el gobierno de Crespo acudió a
la caja de la renta de instrucción para obtener el crédito que le
permitiera sostener parte de la movilización militar que requería
para sofocar una nueva intentona revolucionaria, y dentro de esta
compleja situación político-militar el ministro de Instrucción
Pimentel expresaba que el ramo no sólo se había conservado sino
que había hecho progresos notables. En efecto, el número de
escuelas primarias en 1885, había ascendido a 1.934 con una
matrícula de 96.868 alumnos. Este ritmo ascendente corre peligro en
1888 cuando el presidente Juan Pablo Rojas Paúl no incluye entre
sus objetivos de política el tema de la educación; sin embargo su
ministro de Instrucción Pública expresará que entre los asuntos
preferentes del nuevo Gobierno está el de atender «...la
libérrima institución que fundara el general Guzmán Blanco con su
inmortal decreto de 27 de junio de 1870...», lo que se hermana con
la disposición del presidente Rojas Paúl de «...traer a la
Universidad la ciencia moderna, cueste lo que costare, y deducir de
ella todas las aplicaciones fecundas que pueda ofrecer para
complementar nuestro progreso intelectual, moral y material...»
Durante 1889 se consumará el «entierro político de Guzmán», y
es el momento cuando aparece una juventud ilustrada, y
políticamente animada que clama por un nuevo estado de cosas. Fue
un año de lucha política continuada al extremo que el presidente
Rojas Paúl al engolfarse en la crisis abandona la atención de
otros sectores de la administración, y lo reconocerá al expresar
que la instrucción pública si bien requiere de una reforma total,
otros asuntos han requerido la atención del Gobierno y «...no ha
podido como quería, llevar a cabo aquella reforma. Alguno de los
Presidentes [dice] que me suceda será más afortunado en este
particular...» Este deseo de buena fortuna no tuvo resonancia, y la
educación queda como a la espera; otro es el interés que concentra
la atención de los políticos. A partir de este momento la
educación venezolana acentuará su paso vacilante, como lo hace el
cuerpo social venezolano. En lo cuantitativo su estado se hará
estacionario y al final de la década decreciente; y en lo
cualitativo es lánguido, no obstante las proposiciones de reforma
que el presidente Raimundo Andueza Palacio propone al Congreso, que
no tienen la suerte de materializarse, según revela el propio
ministro de Instrucción Eduardo Blanco. No obstante la situación
política imperante, a mediados de aquella última década del siglo
XIX se plantearon ideas renovadoras para la educación y al efecto
se convocó un Congreso Pedagógico en 1895 con una nutrida agenda
donde prácticamente se agotaban los asuntos de mayor interés para
la educación, pero en el seno del mismo se radicalizaron las ideas,
especialmente aquéllas relacionadas con la escuela laica y la
enseñanza religiosa, y tales extremos dieron al traste con la
iniciativa del Congreso, la cual no tuvo conclusiones. En el último
quinquenio del siglo XIX un franco descenso se observa en la
educación nacional, no obstante que existían en el país 4
universidades con 1.963 alumnos; sin embargo, el número de las
escuelas federales había descendido a 928, con una inscripción de
40.000 alumnos y un promedio de asistencia de 27.340 efectivos;
había además 22 colegios federales y 9 institutos especiales. Esta
situación se acentúa hacia abril de 1898 cuando se moviliza el
recurso de la guerra, a lo que se une la viruela que diezma a la
población.
Triunfante en 1899 la Revolución Restauradora, el jefe de la misma,
general Cipriano Castro, se apresta a señalar ante la Asamblea
Constituyente reunida en 1901 que «...el decreto civilizador de
1870 habría necesitado para dar sus frutos ubérrimos, una larga
era de sólida paz y de acción serena de la vida republicana...»
Pero la paz nunca llega y en 1902 el presidente Castro expresa al
Congreso que el mensaje que presenta refleja «...la triste y
cansada historia de nuestras luchas intestinas...» Por su parte, el
ministro de Instrucción Tomás Garbiras lamenta entonces que la
guerra le impedía realizar la obra que deseaba. En 1908, con el
arribo del vicepresidente Juan Vicente Gómez al poder éste designa
a Samuel Darío Maldonado para ocupar el Ministerio de Instrucción,
quien al iniciar una etapa con otras características, pone fin al
ciclo guzmancista en la educación venezolana. Durante este nuevo
ciclo que se inicia en 1908 y concluye en 1935 se realizan esfuerzos
dirigidos a la organización de la escuela graduada, a la
conformación definitiva de la educación secundaria, a la
uniformidad del régimen de estudios por la puesta en vigencia de
planes y programas, a la institucionalización del Estado-Docente, a
iniciar la educación preescolar, las edificaciones escolares y la
extensión universitaria, que son medidas que perfilan la estructura
del actual sistema educativo venezolano. Estos esfuerzos se procuran
dentro de un criterio restringido de expansión educacional.
En 1936, bajo un clima esperanzador se inicia un nuevo ciclo en la
educación venezolana. Corresponde al presidente Eleazar López
Contreras dar cauce a las nuevas exigencias; y al efecto estas
conforman el llamado Programa de Febrero que esboza las directrices
para la acción de gobierno. En materia de educación se proyecta
«...la organización de la educación nacional, con el fin de poner
a los diversos grupos de nuestro pueblo en condiciones de afrontar
con suceso la lucha por la vida, y de nivelarnos con los pueblos
más adelantados, es una de las tareas que el gobierno considera
como fundamentales...» Las escuelas valen lo que valgan los
maestros y en tal virtud es indispensable que el Estado atienda, en
primer lugar, a la formación de los docentes. En este ramo, el plan
de gobierno comprenderá: la lucha contra el analfabetismo; nueva
orientación a las escuelas normales; organización de la educación
preescolar y de la educación primaria en función de las
necesidades de cada región; escuelas primarias experimentales;
construcción de edificios escolares; divulgación cultural;
protección de la iniciativa privada que tienda a establecer la
educación popular; establecimiento de bibliotecas; educación
física, deporte y recreación; reorganización de la educación
secundaria en vista de la formación del carácter y de la adecuada
preparación científica para el ingreso a las universidades y
escuelas técnicas; creación de un Instituto Pedagógico para la
preparación del profesorado medio; creación de institutos
técnicos adecuados a las necesidades de cada región;
reorganización de las universidades de Caracas y Mérida, con
inclusión de facultades de Ciencias Económicas y Sociales; estudio
de un sistema que salvaguarde los intereses superiores del Estado y
asegure al mismo tiempo la autonomía de las universidades en lo
concerniente a su régimen interno; creación de un Instituto
Politécnico y de un Consejo Nacional de Investigaciones. La
materialización de estos proyectos se inició de tal modo, que el
presidente Rómulo Gallegos dirá ante el Congreso el día 29 de
abril de 1948, que es «...justicia reconocer que el régimen
político iniciado en el octubre revolucionario encontró en materia
de educación nacional buena obra ya en marcha...» El presidente
Gallegos, como educador que era, llega a la Presidencia de la
República con grandes compromisos para con la educación y promete
hacer de ésta, junto con la sanidad y con el abastecimiento la
«...preocupación predominante, una y trina...» del Gobierno
porque, decía, las deficiencias en estos aspectos «...han
quebrantado la salud y el vigor de la Nación...» Durante el
trienio 1945-1948 se hicieron esfuerzos importantes para
universalizar la educación y mejorar su calidad, a través de una
nueva estructuración del sistema educativo, basada en la tesis de
la escuela unificada, animada por el ministro Luis Beltrán Prieto
Figueroa, que se tradujo en una Ley Orgánica de Educación aprobada
en 1948. Se dictó el estatuto orgánico de las universidades, paso
importante para conformar en el país un subsistema de educación
universitaria, al definir la función universitaria como una en toda
la nación. Lamentablemente este esfuerzo educacional del trienio no
fructificó, pues se fecundaba en medio de radicalismos
conceptuales, que restaron impulso a la obra y menguaron sus
resultados, y al fin un golpe de Estado, a finales de 1948,
interrumpió el proceso iniciado. Como consecuencia de la expansión
educacional del trienio, nuevos docentes sin los títulos
correspondientes se incorporaron al magisterio, lo que obligó a
proyectar políticas de profesionalización para mejorar la calidad
del servicio. Corresponderá al ministro Augusto Mijares profundizar
en la idea y crear al Instituto de Mejoramiento Profesional, junto
con la revista Tricolor creada como recurso didáctico al servicio
de la niñez venezolana. Durante el período que va de noviembre de
1948 a enero de 1958, 2 cuestiones caracterizan la gestión
educacional: el plan nacional de edificaciones escolares, ejecutado
dentro de la política de infraestructura física que impulsaba
aquel gobierno, y la apertura de universidades privadas. El año
1957 concluye con un déficit escolar desalentador, que el gobierno
del presidente Rómulo Betancourt afrontará, de modo que al verse
satisfecha la meta prevista para fines de 1959, el ministro Rafael
Pizani expresa «...ya hemos logrado ser millonarios en
escolares...»
Al observar el proceso evolutivo del sistema educativo durante estos
últimos 25 años, se aprecia en primer término que el mismo se
desenvuelve sobre un escenario político homogéneo, cual es la
plena vigencia del sistema democrático, y que si bien se han
alternado en la dirección política del Estado, partidos políticos
de distinto signo ideológico, la pasión por la educación los ha
identificado y los esfuerzos en este sentido han sido crecientes. La
estadística señala que para el año escolar 1982-1983, Venezuela
tiene en funcionamiento 15.950 planteles (13.997 oficiales y 1.953
privados) con una matrícula de 4.746.037 alumnos (4.077.750 en los
planteles públicos y 668.287 en los privados); atendidos por
207.721 docentes (174.073 oficiales y 33.648 privados). El esfuerzo
del Estado ha sido respaldado para el mismo año por un presupuesto
legislativo por el orden de Bs. 15.595.000.000. El esfuerzo
cuantitativo indicado ha sido acompañado de importantes reformas
cualitativas que se han referido a todos los aspectos del sistema
educativo, pero con limitado rendimiento. Una nueva Ley Orgánica de
Educación, promulgada en julio de 1980 por el presidente Luis
Herrera Campins, contiene las directrices ordenadoras del sistema.
Una comisión de alto nivel encargada de evaluar el sistema
educativo venezolano en su totalidad y de proponer las reformas
necesarias para mejorarlo fue designada durante la gestión del
presidente Jaime Lusinchi (1984 -1989). Las propuestas se
presentaron pero no hubo decisión al respecto
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