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Prehispánico

 

Una de las metas de la arqueología es la reconstrucción de la historia cultural de los pueblos antiguos. A un nivel muy general, se ha podido delinear una secuencia de desarrollo evolutivo, en la cual el hombre se inicia en el pasado muy remoto como cazador-recolector con una tecnología muy sencilla. Después de varios millones de años de evolución física y cultural, el hombre perfeccionó sus posibilidades adaptativas a tal punto que llegó a poblar todas las regiones de la tierra, incluyendo las zonas afectadas por las glaciaciones durante el Pleistoceno. Hace unos 10.000 años, se iniciaron cambios climáticos que condujeron lentamente a las condiciones actuales y muchas sociedades de cazadores tuvieron que adaptarse a un nuevo régimen alimenticio debido a la violenta extinción de la megafauna. Hubo en este período de readaptación una tendencia hacia la utilización de nuevos recursos tales como los alimentos marinos, fluviales, plantas silvestres y cacería menor. El hombre desarrolló nuevas tecnologías para mejorar la explotación de estos recursos en los diferentes medio ambientes (costa, desierto, selva, sabana, montaña o bosque). La observación de los ciclos de vida de los animales y vegetales, así como la adopción de hábitos más sedentarios, le permitieron la explotación de ciertos recursos abundantes, como los moluscos y algunos granos silvestres. Esto también condujo a la experimentación con la agricultura y un lento proceso de domesticación de plantas y animales. Como consecuencia de este proceso, se dio un marcado incremento de la población, una mayor sedentarización, el establecimiento de aldeas y un aumento en el ajuar tecnológico que incluye la aparición de la cerámica, los tejidos en telar y el trabajo en metal. Posteriormente, en ciertas áreas del mundo, hubo una tendencia hacia la concentración de la población en centros urbanos y el surgimiento de sociedades políticamente jerarquizadas, que se caracterizaban por una arquitectura monumental, economía de mercado, religiones estatales, militarismo e imperialismo e innovaciones tales como sistemas de riego a gran escala, escritura y estudios astronómicos. Para facilitar la descripción de ese tipo de desarrollo evolutivo del hombre, se han creado varios sistemas clasificatorios que dividen la historia en etapas, eras, edades o épocas. Para Europa es bien conocido el esquema que divide la historia cultural en 5 etapas: Paleolítico, Mesolítico, Neolítico, Edad de Bronce y la Edad de Hierro. En el Nuevo Mundo, se han propuesto otros esquemas parecidos, tal como el de Willey y Phillips: Lítico, Arcaico, Formativo, Clásico y Post-Clásico. Para Venezuela y el área Caribe, se han formulado otras clasificaciones que reflejan el carácter particular de las evidencias arqueológicas locales (en particular, la ausencia de restos correspondientes al Clásico o Post-Clásico, o sea, correspondientes a sociedades estatales). En este trabajo seguiremos la formulación propuesta por José María Cruxent e Irving Rouse en su obra de 1961, una Cronología arqueológica de Venezuela, de 4 etapas denominadas Paleo-Indio (20.000 a. C.-5.000 a. C.), Meso-Indio (5.000 a. C.-1.000 a. C.), Neo-Indio (1.000 a. C..-1.500 d. C..) e Indo-Hispano (1.500 d. C.- presente). Incorporaremos además algunos de los criterios esbozados por Mario Sanoja e Iraida Vargas en su libro de 1974 Antiguas formaciones y modos de producción venezolanos que sirven para refinar la caracterización de las diferentes etapas. Hemos señalado unas fechas para cada etapa, pero, no obstante, es preciso tener en cuenta que son divisiones cronológicas aproximadas. En realidad, si se conciben las etapas como niveles de desarrollo, caracterizados por un modo de producción predominante (por ejemplo, cazador-recolector o agricultura no industrializada) es obvio que algunas «etapas» son más bien contemporáneas, puesto que aún pueden perdurar en algunas áreas, mientras que en otras se han introducido innovaciones. Tal es el caso en Venezuela, donde para el momento del contacto, algunas sociedades como los waraos todavía mantenían una subsistencia en base a la recolección, debido a la riqueza de recursos silvestres que les brindaba el delta del Orinoco, mientras que otros grupos derivaban su principal sustento de la agricultura. Sin embargo, tampoco es conveniente adoptar una visión «progresista» de la evolución, lo cual podría llevarnos a menospreciar los desarrollos en aspectos no materiales de una sociedad, tales como el lenguaje, la cosmovisión, la mitología o la organización social, sólo por no poseer una tecnología sofisticada. Los logros tanto materiales como intangibles de los aborígenes venezolanos fueron el resultado de milenios de adaptación a su medio ambiente natural y social. Es precisamente el interés de demostrar la dinámica del proceso histórico cultural lo que nos ha llevado a organizar los períodos prehispánicos según un esquema de etapas de desarrollo en vez de seguir un esquema estrictamente cronológico o por áreas geográficas. Con este enfoque intentaremos destacar los factores que incidieron en los cambios que ocurrieron a través del tiempo, ya sean de índole ambiental como de carácter netamente social. Es nuestra meta demostrar el papel que las poblaciones precolombinas de la actual Venezuela desempeñaron en la formación de la compleja realidad social que encontraron los europeos al llegar al Nuevo Mundo. Esperamos destacar que los focos de innovación y de avance cultural cambiaron a través del tiempo y que además de receptor, la tierra venezolana fue escenario de importantes aportes al acervo cultural americano.

El Paleo-Indio: 20.000 a. C. - 5.000 a. C.

Esta época tiene sus comienzos con la entrada del hombre en el continente americano desde Siberia durante la última era glacial. La proveniencia asiática de los aborígenes americanos se comprueba por evidencias genéticas, lingüísticas, osteológicas y odontológicas. Algunas investigaciones recientes demuestran, por ejemplo, que la morfología dental de las poblaciones autóctonas de las Américas tiene mayor relación con la de grupos asiáticos septentrionales que con otros de procedencia europea. Esta misma evidencia apoya un poblamiento en 3 oleadas distintas: una muy antigua correspondiente a una primera oleada de cazadores, otra más reciente que se relaciona con los Na-Dene (un grupo lingüístico del noroeste de los Estados Unidos y Canadá) y una última oleada migratoria que corresponde a los esquimales aleutianos, quienes tienen la mayor similitud física con sus parientes asiáticos.

La primera de estas migraciones se difundió desde el estrecho de Bering hasta el extremo meridional de Suramérica en un largo proceso de movimiento y adaptación a nuevos medio-ambientes. Aparentemente, ya eran hombres evolucionados, con suficientes conocimientos tecnológicos para enfrentarse a las severas condiciones climáticas producidas por la era glacial: tenían que saber construir refugios, elaborar ropa y calzado adecuados para el frío, tener conocimientos sobre medios de transporte para atravesar la nieve, hielo y agua, y poder procurarse alimento y agua aun en las condiciones más severas. Para llegar a América desde Asia, pudieron haber aprovechado el puente de tierra expuesto durante una de las culminaciones del último período glacial (aproximadamente 70.000-10.000 años antes del presente), cuando el nivel del mar era más bajo debido a que las aguas habían sido retenidas durante el crecimiento de las grandes masas de hielo polar. Por otra parte, es posible que, tal como ocurrió entre los primeros pobladores de Australia hace 50.000 años, pudieron haber utilizado algún tipo de embarcación, para seguir una ruta más bien costera. La tecnología que se asocia con esta época consta principalmente de instrumentos de piedra para la cacería y descuartizamiento de animales, aunque una industria en base a hueso, marfil y cornamenta es la que caracteriza a los pobladores más antiguos de la Beringia. Es lógico suponer que su ajuar incluía otros elementos fabricados en material perecedero tales como la madera, cuero y fibra; sin embargo, las condiciones climáticas no han permitido su preservación. Muchos de estos artefactos podrían darnos información sobre las otras actividades de estos primeros pobladores, tales como la recolección y procesamiento de alimentos silvestres, complementarios a los productos de la cacería, las cuales se infieren a partir de la observación de bandas de cazadores-recolectores actuales.

La fecha de entrada del hombre a América es un asunto controversial. Algunos investigadores consideran que existe evidencia que indica la presencia del hombre hace más de 70.000 años en la zona de Beringia. Otros, quienes dudan de la veracidad de los artefactos hallados, o de su contexto de deposición, consideran que las fechas más aceptables son del orden de 20.000 años como máximo (el último máximo glacial ha sido fechado consistentemente como alrededor de 18.000 años antes del presente). El debate sobre la antigüedad del hombre en América se extiende a su vez al campo de la tecnología lítica. Para los proponentes de la tesis de la llegada muy temprana, el hombre americano tendría para esta época un instrumental muy rudimentario, asociado a una estrategia de subsistencia amplia y generalizada que incluiría la caza, la pesca y la recolección. Estos investigadores conciben al poblamiento como un proceso lento, en el cual el hombre tendía a ocupar toda una región antes de penetrar otro tipo de medio ambiente que requiere nuevos conocimientos para la sobrevivencia. La evidencia lítica asociada a esta etapa hipotética, ha sido denominada industria de núcleo y lasca y consta de artefactos de piedra hechos por percusión, o sea, golpeando una piedra contra otra (el núcleo) a fin de lograr un filo cortante tosco, y a la vez, obtener lascas que sirven para cortar y raspar. Estos instrumentos se utilizaban, a su vez, para fabricar otros utensilios, probablemente de hueso o madera. Se han hallado numerosos yacimientos con artefactos de este tipo en Norte, Centro y Suramérica; sin embargo, debido al aspecto rudimentario de los instrumentos, se ha dudado de su autenticidad atribuyendo a factores naturales su apariencia, o en otros casos, sugiriendo que representan resultados de una primera etapa en la manufactura de instrumentos más sofisticados, que fueron desechados por presentar fallas o errores. Las hipótesis que favorecen la posibilidad de un poblamiento muy antiguo proponen, además, que la tecnología lítica tuvo una evolución local en América, posiblemente con influencias de oleadas posteriores desde Siberia, hasta perfeccionar la técnica de la formación de artefactos con la técnica de la presión. Con esta técnica, se pueden obtener formas tales como las puntas de proyectil bifaciales (trabajados por ambos lados) que son tan comunes en toda América a partir de 14.000 años antes del presente. Estos son los primeros artefactos que los arqueólogos que apoyan la posición de una entrada tardía, aceptan como evidencia incontrovertible de la presencia del hombre en este continente. El modelo de poblamiento que estos arqueólogos proponen difiere sustancialmente del que describimos anteriormente, dado que en este caso se concibe como un proceso más bien rápido, en el cual los cazadores especializados en la captura de megafauna y con una tecnología de puntas de proyectil sumamente eficaz, habrían seguido a sus presas en una oleada que les llevó desde Alaska a Patagonia en menos de 3 milenios. Como consecuencia de los excesos de los cazadores en la matanza de sus presas, combinados con los cambios climáticos que marcaron el final de la última glaciación, hubo una extinción masiva de la megafauna que marcó el fin de la época Paleo-India hace unos 7.000-8.000 años.

Tal como en otras partes del continente, las condiciones que prevalecían en Venezuela durante el Pleistoceno eran muy distintas a las actuales. El nivel del mar era más bajo y en consecuencia, existía una mayor extensión de costa: inclusive, lo que hoy es Trinidad formaba parte del continente suramericano. Aunque no existieron en esta parte del hemisferio masas de hielo como las que ocuparon extensas áreas del norte, la temperatura era más baja y hubo cierta formación glacial en los Andes y la cordillera de la Costa en Venezuela. Se ha propuesto que hubo considerable fluctuación en cuanto a la pluviosidad, la cual influyó para que regiones que hoy en día son muy áridas, tales como la costa de Falcón, hubiesen sido más húmedas durante la última glaciación, lo cual favorecía una abundante población de megafauna. Entre los ejemplares de megafauna ya extinta que se han hallado en Venezuela se cuentan eremotherium sp., glossotherium sp., haplomastodon sp., equus sp. y glyptodon sp. Por otra parte, existen indicios de que la región amazónica estuvo sujeta a ciclos de aridez y humedad durante esta misma era, lo cual afectó la distribución de las múltiples especies de fauna y flora tan características de esa área. Como el hombre tuvo que atravesar el istmo de Panamá para llegar por vía terrestre a Suramérica, no es sorprendente que en Venezuela se hayan encontrado algunas de las evidencias más tempranas del hombre en el continente.

Siguiendo el modelo propuesto en 1983 por Alan Bryan, los primeros pobladores de Venezuela entraron con una tecnología tipo núcleo y lasca compuesta de artefactos rudimentarios unifaciales diseñados para trabajar la madera, fibra, hueso, cuero y concha. Además de estos núcleos, las lascas que se obtenían al golpear las piedras se modificaban después para utilizarlas como cuchillos y raspadores. Esta tecnología fue desarrollada para la adaptación a la región de bosque tropical de Panamá, para lo cual se poseen evidencias bien fundadas. Al migrar más hacia el oriente, se mantuvo la misma industria mientras el medio ambiente no variaba. Sin embargo, algunos de estos hombres se desplazaron hacia el noreste hasta llegar a la costa Caribe, donde encontraron grandes manadas de herbívoros gigantes. El sitio de El Muaco (Edo. Falcón), excavado por José María Cruxent, ha arrojado fechas de 16.870 años antes del presente, para huesos de megafauna quemados que fueron encontrados cerca de otros que presentaban incisiones aparentemente hechas por el hombre cuando utilizó el hueso como una plataforma para cortar. Al encontrarse en este nuevo medio ambiente con megafauna abundante, el inmigrante desarrolló una nueva tecnología que le permitió aumentar la eficacia de su actividad depredadora. Esta evolución tecnológica es especialmente evidente en la secuencia de El Jobo (Edo. Falcón) tal como lo ha interpretado José María Cruxent. En este sitio, localizado en el valle del río Pedregal, existen varias terrazas geológicas que se formaron en diferentes épocas, las cuales se asocian con artefactos líticos distintivos, clasificados por Cruxent en 4 complejos: Camare, Las Lagunas, El Jobo y Las Casitas. Aparentemente estos yacimientos son mataderos ya que los únicos artefactos encontrados servían para la caza y descuartizamiento de la presa, sin estar asociados con restos de habitación ni cementerios. Las armas más antiguas asociadas con la cacería (aproximadamente 20.000-22.000 antes del presente) y provenientes de este yacimiento y de otros de Manzanillo (Edo. Zulia) de Tupukén (Edo. Bolívar) indican la práctica de una cacería directa en la cual varios cazadores, después de aislar uno o más animales, les darían muerte con palos afilados y a golpes con artefactos de piedra enmangados. También es posible que estos artefactos fueran empleados para la extracción de raíces y tubérculos. Con el paso del tiempo, el instrumental propio de la cacería fue evolucionando, posiblemente como respuesta a una creciente disminución en la fauna unida a un aumento demográfico humano que exigía métodos más eficaces para la caza. Los nuevos artefactos, o litos alargados trianguloides, son típicos del complejo Las Lagunas (16.000-22.000 antes del presente); Cruxent presume que iban atados en forma de lanza o azagaya y se utilizaban para la cacería semidirecta ya que su peso facilitaba el lanzamiento y la perforación del cuero del animal. La siguiente innovación en la tecnología lítica, asociada con el complejo El Jobo (16.000-9.000 antes del presente), es la introducción de la punta de proyectil en forma de dardo y el ingenioso propulsor que, actuando como una prolongación de la palanca constituida por el brazo y antebrazo, permitía un aumento considerable en la velocidad, la precisión y el alcance del proyectil. Con este invento se abrió una nueva etapa de cacería a distancia en la cual el hombre comenzó a cazar en forma individual y a aprovechar nuevas especies de tamaño menor y más veloces, tales como el venado y los roedores. Sin embargo, la megafauna seguía siendo objeto de la cacería de estos paleo-indios, tal como lo indica la evidencia proveniente del sitio de Taima-Taima (Edo. Falcón). En este yacimiento se encontraron artefactos similares a los del complejo El Jobo, en asociación directa con el esqueleto de un joven mastodonte que fue muerto y descuartizado in situ. Las fechas obtenidas de fragmentos de madera oscilan entre 12.980 y 14.200 antes del presente. Esto demuestra que una tecnología especializada para la cacería de megafauna estuvo presente en Suramérica más de un milenio antes que la evidencia disponible actualmente para una tecnología similar en Norteamérica, y sugiere que se dio una evolución independiente de esas 2 tradiciones líticas. La aparición de las puntas de flecha (alrededor de 9.000 años antes del presente) en el complejo Las Casitas, que probablemente se usaban con el arco, refleja los cambios climáticos y ambientales que culminaron con la extinción de la megafauna y la consiguiente necesidad del hombre de buscar nuevas fuentes alimenticias. El arco y la flecha facilitan la caza de animales pequeños, aves y peces, presas que al parecer eran poco explotadas en épocas anteriores.

Las sociedades de esta época probablemente se organizaban en bandas compuestas de 100 a 500 personas. Estas bandas estaban integradas por microbandas, o familias extendidas de 12 a 35 personas, las cuales eran las unidades sociales básicas; a cada una de éstas pertenecían suficientes hombres maduros (4-5) como para llevar a cabo estrategias de cacería en grupo, tales como emboscadas, seguimientos, etc. Además, los hombres probablemente se encargaban de la manufactura de los instrumentos de piedra y de los otros artefactos necesarios para el campamento. Por su parte, las mujeres de la microbanda se encargaban de recolectar frutos, semillas y raíces para complementar la dieta. También tenían a su cargo la crianza de los niños, la preparación de las comidas y posiblemente la manufactura de la vestimenta. Aunque nadie tenía el derecho de mandar a los demás, la gente mayor era muy respetada por su sabiduría y conocimiento. La tradición oral recogía esta sabiduría en forma de mitos y leyendas cuyo relato, además de un entretenimiento, aseguraba la preservación de la memoria. También los chamanes o especialistas en ritual y curación, eran miembros venerados de la comunidad. La microbanda se desplazaba sola la mayor parte del año, siguiendo a los rebaños de la megafauna y explotando las diferentes fuentes de alimento vegetal según la abundancia estacional. Es probable que en ocasiones se reunieran todas las microbandas para la celebración de ciertos ritos y para compartir información acerca de la cacería, recolección y, no menos importante, sobre los miembros y actividades de las diferentes microbandas y bandas vecinas. Estas ocasiones servían, además, para formar matrimonios entre miembros de diferentes microbandas, ya que la exogamia (matrimonio fuera de la comunidad) era común en este tipo de sociedad. Este modo de vida, aunque nómada, proporcionaba una base de subsistencia amplia y variada. Estudios recientes sobre sociedades de cazadores-recolectores demuestran que con poca inversión de trabajo (un promedio de 4 horas diarias) en actividades de subsistencia se consigue una dieta balanceada con un contenido calórico suficiente. Sin embargo, un modo de producción dominado por la extracción de recursos silvestres impone la movilidad constante; este nomadismo evita la sobre-explotación de recursos. Por eso, es evidente que la cultura material de este tipo de sociedad esté limitada a lo que es fácil transportar. De igual forma, este modo de vida está relacionado con ciertas medidas sociales que facilitan dicha movilidad; entre éstas se destacan el control de la natalidad para evitar que una mujer tenga que cargar más de un hijo a la vez y el geriacidio e infanticidio (muerte de ancianos y niños pequeños) en casos de deformaciones o enfermedades que impedían el traslado normal. A pesar de su limitada cultura material, tenemos alguna evidencia de aspectos de la cosmovisión y expresión artística de estas sociedades paleo-indias. Nos han dejado grabados en hueso y piedra con escenas de cacería y de otros episodios de la vida cotidiana y ceremonial. Sin embargo, debido a su abstracción, algunos son difíciles de interpretar. Por otra parte, son tan difundidos y comunes algunos aspectos de la mitología y cosmovisión de las tribus americanas actuales, que se ha propuesto la hipótesis de que estos elementos tengan su origen en la remota época paleo-india.

El Meso-Indio: 5.000 a. C. - 1.000 a. C.

Representa una transición entre la etapa paleo-india, en la que el hombre, con una tecnología de artefactos líticos, subsistía de la recolección y la caza de grandes mamíferos, y la época neo-india, caracterizada por la presencia de poblaciones sedentarias que practicaban la agricultura y fabricaban cerámica. El meso-indio tuvo su inicio en Venezuela alrededor de 7.000 años antes del presente cuando se produjeron los cambios climáticos que condujeron a la extinción de la megafauna del pleistoceno y al surgimiento de nuevos patrones de subsistencia, tales como la explotación de recursos marinos en las costas, la recolección intensificada, y la caza de pequeños mamíferos. Durante este período se produjo una mayor especialización tecnológica que permitió la explotación de medios ambientes específicos. Por otra parte, se evidencia un aumento progresivo de la población en el continente americano. La adopción de la agricultura como estrategia de subsistencia principal a partir de 3.000 años antes del presente, marca el fin de la época meso-india, pero es preciso destacar que las fronteras cronológicas de 7.000 años antes del presente o 3.000 años antes del presente, son límites aproximados. Es muy posible que el patrón de subsistencia basado en la pesca, la caza y la recolección, cuyo predominio fue definitivo en este período, existiera con anterioridad, en convivencia con los patrones característicos del paleo-indio; asimismo, se tienen evidencias de la coexistencia de poblaciones pescadoras, cazadoras y recolectoras con los grupos de agricultores ceramistas del neo-indio. Además la caza como actividad primordial de subsistencia se practicaba en el paleo-indio y persistió en el meso-indio, mientras que la agricultura y la manufactura de cerámica en expansión durante el neo-indio, tuvieron ciertas manifestaciones durante el meso-indio. Es por ello que esta etapa tiene un carácter de transición; en ella se acumula cierta experiencia de sedentarismo y es puesta en práctica, en busca de nuevos recursos, la domesticación de plantas. Esta fue una época de navegación y de exploración marítima, de ahí que fueran pobladas nuevas áreas, particularmente en las Antillas, con contingentes que vendrían de Tierra Firme.

Willey propuso una etapa cultural para Venezuela y la zona del Caribe, bajo la denominación de Tradición litoral del noroeste de Suramérica, la cual estuvo caracterizada por una vida basada en la recolección y la pesca en un medio ambiente tropical costero, partiendo de un criterio tecnológico por la presencia de artefactos hechos de piedra pulida, y por un mayor sedentarismo, especialmente en las zonas ribereñas y costeñas. Tal como hemos visto, la evidencia arqueológica indica que la presencia del hombre en el continente suramericano parece extenderse más allá de los 20.000 años. Al desaparecer la megafauna después de la última glaciación, los antiguos habitantes de la actual Venezuela se vieron forzados a cambiar su estrategia de subsistencia. En respuesta a las nuevas condiciones los meso-indios adoptaron algunas de las 3 alternativas siguientes: 1) la explotación de recursos marinos, especialmente moluscos, cuya evidencia reside en los concheros costeros; 2) la recolección en el interior del territorio, con una subsistencia basada principalmente en recursos vegetales, la cual es inferida de artefactos especializados, tales como manos, metates, moledores, etc.; y 3) una subsistencia basada posiblemente en la caza de pequeños mamíferos, sugerida por los hallazgos de puntas de piedras de tamaño reducido encontradas en la región de Guayana. El sedentarismo que tuvo lugar durante las 2 primeras alternativas dio origen a una agricultura incipiente.

Los yacimientos correspondientes a la recolección de recursos marinos son los más conocidos del meso-indio en Venezuela. Por una parte, son fáciles de localizar por la gran cantidad de conchas marinas que aparecen asociadas al yacimiento, y por la otra, la zona de la costa es más accesible, lo que facilita la exploración arqueológica. Los yacimientos aparecen en «concheros» o montículos de concha, generalmente de forma ovalada y la superficie plana. Los montículos se formaron por la acumulación de los desperdicios de comida a base de mariscos. Además de las conchas se encuentran restos de pescado y de fauna acuática como tortugas, rayas o equidermos y pequeñas cantidades de huesos de animales terrestres. Es posible que las superficies de los concheros sirvieran de base para las viviendas, ya que se han encontrado restos de fogones en distintos niveles. También se han descubierto entierros en el interior de estos montículos. Los concheros se encuentran generalmente en la costa muy cerca del mar. Sin embargo, se han encontrado yacimientos lejos de la costa, como el de La Pitía (a 9 km del mar), o en la península de Paria (a 8 o 10 km), lo cual se podría explicar por factores geológicos, tales como fluctuaciones en el nivel del mar o cambios tectónicos. En el caso de la Guajira, la costa avanzó progresivamente en los últimos milenios. También existen concheros cuyos estratos inferiores han quedado con el tiempo bajo del nivel del mar (ejemplo Punta Gorda, isla de Cubagua), lo cual indica que su ocupación tuvo lugar en épocas en que dicho nivel era más bajo. La vida de estos meso-indios estuvo sin lugar a dudas orientada hacia el mar; los artefactos encontrados fundamentan esta interpretación. La ausencia casi total de puntas de proyectil de piedra y de huesos de fauna terrestre, permite afirmar que estos hombres no eran grandes cazadores. En cambio la presencia de anzuelos, pesas de redes, puntas de hueso y concha, lascas de madera para fabricar arpones de madera, y martillos para facilitar la abertura de las conchas, indican una tecnología adecuada para la pesca, recolección y consumo de productos marinos. La orientación marítima se manifiesta también por la presencia de otros artefactos, especialmente las gubias o raspadores de concha que servían para la fabricación de canoas monóxilas es decir, hechas de un solo tronco. Los meso-indios debían ser excelentes navegantes. Posiblemente utilizaban balsas, aun antes de conocer la gubia de concha, la cual aparece relativamente tarde en la secuencia cronológica y solamente en algunos yacimientos. Se supone que varias islas del Caribe fueron pobladas por grupos meso-indios centenares de años antes de la primera aparición de la gubia de concha en los yacimientos. Aparte de los alimentos cosechados del mar, el hombre de los concheros debió haber aprovechado los recursos vegetales de la zona que habitaba. La presencia de manos de moler, metates, morteros y el hallazgo de frutas de la especie bactris, indican actividades de esta índole. También se ha señalado la importancia del magüey en la dieta de los habitantes actuales de la zona costera-oriental, y probablemente en los fogones encontrados en los concheros, éste era asado para comerlo. A finales del meso-indio es posible que algunos de estos grupos estuvieran practicando algún tipo de agricultura incipiente, de baja producción, y complementaria de las demás fuentes de subsistencia. Otras actividades de los meso-indios costeros que se pueden inferir de los hallazgos serían: la práctica usual del tejido, en la fabricación de las redes de pesca; la manufactura de adornos tales como cuentas discoidales de concha o dientes de caimán, y la preparación de pintura con óxido de hierro para la decoración corporal.

Si bien existe un patrón cultural general compartido por los habitantes de los concheros a lo largo de la costa, hubo distinciones de índole tecnológica en las diferentes zonas del país y a través del tiempo. Se destacan 3 variaciones definidas por el tipo de artefacto predominante: 1) artefactos líticos manufacturados por la técnica de percusión; 2) artefactos de piedra pulida; 3) y artefactos de concha. Aparentemente estos artefactos no corresponden a etapas de evolución tecnológica, ya que han sido encontrados indistintamente tanto en sitios tempranos como tardíos; los más predominantes son los líticos o de piedra pulida. Lo que sí se puede señalar es el aumento gradual con el transcurso del tiempo de la proporción de artefactos de concha en comparación con los de piedra, y en general, una mayor variedad de artefactos en los yacimientos tardíos. Por el momento, se desconoce el significado de las diferentes tecnologías encontradas. Es posible que reflejen patrones de adaptación a diferentes condiciones ecológicas, o la explotación especializada de recursos distintos. Es necesario obtener información adicional sobre el contexto de los artefactos, el tipo de desperdicios y la zona ecológica en la que fueron localizados los yacimientos (manglares, ribereñas, costa árida, etc.), antes de formular hipótesis sobre los factores que influyeron en las diferencias y similitudes tecnológicas de los diferentes yacimientos encontrados en el área del Caribe. Existen pocos datos acerca de los meso-indios recolectores-cazadores del interior del país. Sin embargo, en base a información etnográfica, etnohistórica y arqueológica de otros países sobre grupos no agrícolas podemos reconstruir a grandes rasgos el tipo de vida que tenían. Según datos provenientes de excavaciones en abrigos rocosos en el bosque tropical del interior de Panamá, existían poblaciones tan tempranas en el interior del país como en la costa. Inclusive se ha sugerido que posiblemente los recolectores costeros especializados en la explotación de recursos marinos provenían de cazadores-pescadores-recolectores del interior. Los yacimientos en estas 2 zonas podrían representar asentamientos estacionales en los cuales se explotaban los recursos arbóreos en el interior, durante la época seca, y los recursos marinos en la estación de lluvias.

A partir de 7.000 años antes del presente hubo una diferenciación creciente entre las poblaciones de las distintas zonas hasta que éstas alcanzaron una vida sedentaria o semisedentaria, con la explotación y domesticación de tubérculos y frutos en el interior, y la explotación intensiva de recursos marinos en la costa. Es muy probable que el interior de Venezuela también estuviera ocupado desde muy temprano. Los grupos pre-agrícolas de la época meso-india debían estar organizados en bandas nómadas o seminómadas, relativamente pequeñas (menos de 100 personas) con una estructura social flexible que permitiera el aumento o disminución de miembros según los recursos disponibles. Es probable que para ciertas épocas del año se reuniera todo el grupo para explotar determinados recursos abundantes, mientras que en épocas de escasez se dividieran en familias nucleares. Para complementar la pesca y la caza, debían conocer bien los ciclos biológicos de los recursos recolectados (semillas, granos, raíces, frutas, nueces, insectos, larvas y miel, palmas, huevos de tortuga, etc.) Es probable que los movimientos itinerantes de los grupos estuvieran regidos por un calendario basado en la abundancia o escasez de los diferentes recursos explotados. Los traslados en este tipo de subsistencia requieren un equipo tecnológico limitado y fácil de transportar, como por ejemplo, recipientes (cestas, calabazas y bolsos tejidos de fibra o de cuero), instrumentos para la caza, pesca y la recolección, herramientas, enseres para preparar los alimentos, vestuarios y adornos personales, objetos ceremoniales y armas. La mayoría de estos objetos se hicieron con materiales perecederos, y sólo bajo óptimas condiciones pueden ser conservados en los yacimientos. Basándonos en los artefactos encontrados hasta ahora en Venezuela, podemos discriminar 2 grandes patrones de subsistencia en el interior del país para la época meso-india. Uno, asociado con puntas de proyectil, hechas de piedra, el cual hacía de la caza su principal fuente alimenticia; y el otro, asociado con moledores, metates, hachas y martillos, orientado sobre todo hacia la recolección de recursos vegetales.

El patrón de subsistencia recolección-caza no se extinguió por completo con la aparición de la agricultura. Algunas poblaciones indígenas no se convirtieron en agricultores a pesar de tener vecinos que sí lo eran. Los yacimientos de la costa oriental (Pedro García y los complejos tardíos de la serie Manicuoaroide) indican la presencia de recolectores-cazadores que coexistían con grupos de neo-indios agricultores y portadores de cerámica. Hubo otras poblaciones indígenas que mantuvieron un modo de subsistencia basado en la caza hasta la llegada de los europeos. Los waraos del delta del Orinoco, por ejemplo, no poseían cerámica ni agricultura cuando fueron descritos por los primeros cronistas. Su fuente principal de alimentación se derivaba de la palma del moriche la cual, además, les abastecía de la materia prima para su vivienda, así como para la cestería y otras artesanías. Esto no significa que hubiese estancamiento cultural, ni falta de iniciativa por parte de los indígenas. Bajo ciertas condiciones ambientales en las que los recursos de recolección son abundantes (por ejemplo zonas de manglar, morichales o ríos ricos en pesca) la adopción de la agricultura no resulta tan atractiva ya que existen recursos disponibles que exigen menos inversión de energía y tiempo para la explotación. De igual manera, bajo estas circunstancias de estabilidad basada en la recolección pueden tener una complejidad mucho mayor que en las poblaciones agrícolas otros aspectos de la cultura tales como la religión, el arte, la expresión oral o las formas de organización social. En zonas poco propicias para las prácticas agrícolas se ha sugerido que algunas poblaciones sobrevivieron con una economía típica de la época meso-india y se ha caracterizado a tales poblaciones como «marginales», o apartadas del proceso evolutivo que culminó con las grandes civilizaciones andinas y mesoamericanas. Otros autores consideran que estas poblaciones fueron pueblos agrícolas que sufrieron una «deculturación» al verse desplazados por otros grupos de sus territorios originales. Cuando ocurre el contacto europeo, muchos de estos grupos nómadas o seminómadas, con una subsistencia basada en la caza y la recolección, tales como los yaruros, guahíbos y guaiqueríes, mantenían una relación simbiótica con los agricultores vecinos, de manera que intercambiaban la cacería o los productos recolectados por productos cultivados y de este modo se beneficiaban mutuamente. A la luz de esta información se puede apreciar que la subsistencia basada en la caza y la recolección pudo ser resultado de una adaptación adecuada a ciertos tipos de medio ambiente. K.T.

El Neo-Indio: 1.000 a. C.-1.500 d. C.

Aún se desconoce con certeza la fecha del inicio de ésta época. Las evidencias más tempranas provienen de la costa noroccidental de Suramérica y se remontan a más de 5.000 años antes del presente y termina alrededor de 500 años antes del presente con la llegada de los primeros europeos. En líneas generales, la época neo-india se caracterizó por la adopción de un sistema agrícola eficiente, lo cual permitió el establecimiento de comunidades permanentes cuya subsistencia se basó principalmente en las plantas cultivadas. La agricultura se complementó con la caza, la pesca, la recolección y la cría de animales domésticos. Esta nueva estrategia de subsistencia generó un aumento poblacional considerable, la producción variada de bienes materiales elaborados de diversas materias primas (piedra, barro, hueso, concha, madera y otros productos más perecederos como plumas, semillas y fibras) y la eventual especialización de diversas artesanías. La cerámica constituye uno de los indicadores más abundantes y diagnósticos de esta época. Esta nueva forma de vida no ocurrió repentinamente, sino fue el producto de un proceso que duró varios milenios y el cual tuvo características específicas en diversas áreas, iniciándose por primera vez en Asia suroccidental entre al menos 11.000 y 8.000 años antes del presente. La domesticación de plantas (y de animales en algunas regiones), no ocurrió una sola vez, sino en diversas oportunidades, en diferentes épocas y en lugares distintos.

Tres cambios cualitativos y cuantitativos claves están vinculados a la época neo-india: 1) modificaciones genéticas considerables en las plantas y animales domesticados; 2) un incremento en la planificación y organización dirigida de las actividades humanas; y 3) un aumento demográfico sustancial. Como ya señalamos, la vida sedentaria, la agricultura y la cerámica son los indicadores principales de la época neo-india, pero estos 3 componentes no siempre se originaron simultáneamente. Por ejemplo, en México y Perú, la agricultura antecede a la aparición de la cerámica por varios milenios y en el yacimiento de Kotosh, en la provincia peruana de Huánuco, surge la vida sedentaria y una arquitectura monumental, con anterioridad a la cerámica. En algunas regiones de la América tropical, como en la costa caribe de Colombia, los comienzos de la vida sedentaria no dependieron en forma tan tajante de la agricultura como sucedió en la América nuclear (Mesoamérica y los Andes centrales), sino que la base alimentaria se obtuvo de la pesca fluvial y lacustre y de la caza de reptiles. Algunos de estos grupos habían incorporado la cerámica en su ajuar tecnológico antes de la adopción de la agricultura. Precisamente, la fecha más antigua de la manufactura de cerámica (5.350 años antes del presente) se obtuvo del sitio de Monsú, ubicado en la llanura caribe de Colombia cerca de la ciudad de Cartagena. Otras tradiciones cerámicas formativas tempranas están representadas por Puerto Hormiga, Barlovento y Canapote en Colombia, y San Pedro y Valdivia en Ecuador. Todas estas tradiciones datan al menos de 5.000 años antes del presente, y todas son distintas y claramente diferenciadas una de otra. Buscar los orígenes de estas tradiciones nos llevaría al sexto o séptimo milenio antes de ahora. Estas culturas formativas tempranas transmitieron su impulso a Mesoamérica y el área andina, donde posteriormente llegaron a desarrollarse sociedades de una alta complejidad cultural. Sin embargo, en aquella época temprana tanto la región andina como Mesoamérica eran marginales en relación con el gran foco cultural formativo que fue la costa nor-occidental de Suramérica. Las razones para ello aún no se conocen, pero debieron incidir múltiples factores, tanto ambientales como culturales. Parecería que el medio ambiente natural de la llanura caribe de Colombia era altamente propicio para el desarrollo cultural aborigen. Existía un clima benigno, una flora y fauna abundantes y variadas y una amplia gama de diversos ecosistemas locales los cuales ofrecían una base constante y diversificada para el desarrollo de sociedades humanas con una tecnología sencilla como es el caso de Monsú en Colombia. Allí, la evidencia arqueológica consiste de montículos de basura que tienden a formar un círculo que rodea una plazuela central, sugiriendo una estructura social de 2 mitades opuestas y complementarias, tal como se conoce en la región amazónica o que tuviese alguna connotación astronómico-meteorológica que guiara las actividades rituales y de subsistencia de una población que pudo haber llegado al centenar de individuos. Las aldeas incipientes se convirtieron con el tiempo en pueblos bien estructurados, y en algunos sectores del «Área Intermedia» (la vasta zona ubicada entre México y Perú) se formaron cacicazgos como en San Agustín y la región Quimbaya en Colombia; los taínos en la República Dominicana; diversos cacicazgos en Panamá y Costa Rica; los caquetíos y posiblemente otros cacicazgos proto-históricos en los Andes y la región centro-occidental en especial el área de Quíbor (Edo. Lara) en Venezuela. Finalmente, tanto el área chibcha como tairona en Colombia lograron alcanzar una complejidad político-administrativa más coherente, pudiéndose considerar como Estados incipientes. Estas diversas unidades socioculturales se caracterizaron por manifestaciones culturales y artísticas notorias reflejadas en la metalurgia, la cerámica, los trabajos en madera, entre muchos otros. Surgieron extensas redes comerciales y otros tipos de contactos e intercambios tanto pacíficos como bélicos a lo largo y ancho del continente. Las aldeas formativas constituyeron la base sobre la cual se edificaron las grandes civilizaciones tales como los Estados de wari, chimú, tiahuanaco e inca en el área andina y maya, tolteca, mixteca y azteca en Mesoamérica. Se están investigando todavía los procesos que culminaron en estas civilizaciones, cuya complejidad cultural está atestiguada por aspectos tales como la escritura, las matemáticas, un gobierno centralizado y jerarquizado, y grandes centros urbanos, mucho de lo cual se vio fuertemente alterado y aniquilado por el impacto que causó la conquista y posterior colonización europea.

Los arqueólogos marxistas denominan a la época neo-india «formación agricultora» con 2 grandes modos de producción: el modo de producción tropical y el modo de producción teocrático. El primero caracteriza generalmente a las comunidades indígenas de las tierras bajas de la América tropical, en donde los tubérculos tropicales, en especial la yuca (Manihot esculenta Crantz) era el cultivo básico, y corresponde, hasta cierto punto, al concepto de cultura de selva tropical de otros autores. Por su parte, el modo de producción teocrático ejemplificó a los grupos de las tierras altas de Mesoamérica y Suramérica, siendo la agricultura de granos, basada en el cultivo del maíz (Zea Mays) el producto alimentario esencial. En las regiones aún más elevadas de los Andes, la base de la subsistencia se centró en el cultivo de tubérculos altoandinos como la papa (Solanum tuberosum).

El neo-indio es la época mejor conocida en la arqueología venezolana, porque los yacimientos arqueológicos correspondientes son más abundantes y extensos que los de las épocas anteriores y de más fácil detección, sobre todo aquellos que muestran una arquitectura incipiente o construcciones artificiales asociadas a la agricultura. Además, la mayor parte de los arqueólogos se han dedicado al estudio de esta época, cuyos comienzos, según lo sugieren las evidencias hasta ahora disponibles, se remontan alrededor de 4.000 años antes del presente en el sitio de La Gruta, en la región del Orinoco medio. Sin embargo, no todos los especialistas coinciden en esta afirmación y se sostiene que la fecha más antigua válida para este sitio es 2.600 años antes del presente. En occidente, hasta hace poco la evidencia más antigua estaba asociada al sitio de Rancho Peludo, ubicado en la región del río Guasare (norte Edo. Zulia) para el cual se obtuvo una fecha de 4.600 años antes del presente, lo cual convertía la cerámica de Rancho Peludo en la más antigua del continente antes del descubrimiento de Monsú. Sin embargo, en base al análisis minucioso y fechados adicionales por el método de 14C (carbono catorce) y TL (termoluminiscencia), se demostró que la muestra anterior estaba contaminada con carbón mineral y las nuevas fechas ubican la secuencia de Rancho Peludo entre 2.000 y 650 años antes del presente. En todo caso, está bien documentado que la época neo-india se estableció en territorio venezolano alrededor de 3.000 años antes del presente.

Los estudios pioneros del neo-indio fueron realizados primordialmente por José María Cruxent e Irving Rouse, quienes establecieron alrededor de 55 estilos cerámicos agrupados en 10 series, las cuales reflejan una gran diversidad «étnica» y manifestaciones artísticas notorias. Estos datos permitieron la construcción de una cronología arqueológica regional, base de todos los estudios posteriores. Por otra parte, estos autores visualizaron a la Venezuela de la época neo-india como producto de 2 centros de desarrollo cultural: uno oriental, centrado en la cuenca del Orinoco, y el otro occidental, el cual abarca los Andes y la cuenca de Maracaibo. En la actualidad, esta visión ha sido modificada con aportes nuevos sobre la prehistoria venezolana; se postuló otro centro para la región elevada de los Andes, tipificado por el patrón andino. Este patrón está caracterizado por una cerámica simple, una arquitectura incipiente de construcciones de piedra (terrazas agrícolas y mintoyes o bóvedas alineadas por piedras que se utilizaron como tumbas y/o silos para almacenar productos agrícolas) y por una subsistencia basada en el cultivo de tubérculos altoandinos como la papa (Solanum tuberosum), la ruba (Ullucus tuberosus) y la cuiba (Oxalis tuberosa) todo lo cual implica fuertes nexos culturales con el altiplano colombiano e indirectamente, con los Andes centrales. Se están documentando esferas adicionales de interacción intra e interregionales como la Esfera de interacción del Orinoco y la costa venezolana oriental y la Esfera de interacción del noroeste de Suramérica, evidenciado por nexos estilísticos cerámicos entre el noroeste de Suramérica y las Antillas Mayores, en especial la República Dominicana.

Como hasta la fecha se ha destacado en la reconstrucción neo-india precolombina suramericana la dicotomía Área Andina vs. Área Amazónica (o modo de producción tropical vs. modo de producción teocrático), se ha minimizado la importancia de otra, que es el Area Pedemontana. Es justamente en esta área, de los agricultores prehispánicos del piedemonte andino, donde se tienen las primeras evidencias de vida sedentaria para el continente. Los grupos que ocuparon esta zona que va desde el norte de Colombia y Venezuela, hasta probablemente el noroeste argentino, se ubicaron en un área muy favorable, ya que la cercanía, a la vez de los grandes ríos y las montañas, les ofrecían terrenos aptos para los cultivos anuales, sobre todo el maíz, sin la necesidad de construcciones artificiales como ocurría en las regiones inundables de las tierras bajas amazónicas y los llanos colombo-venezolanos o las montañas empinadas de las tierras altas andinas que requerían de grandes masas humanas para el terraceo y la construcción de canales. Otras investigaciones recientes han permitido detectar diversos tipos de construcciones artificiales de tierra como los campos elevados de Caño Ventosidad (Edo. Barinas), que consisten de más de 500 terraplenes dispuestos en pares paralelos con un canal intermedio; cumplieron funciones hidráulicas primordialmente en zonas sujetas a inundaciones periódicas y fueron construidas entre 1.000 y 800 años antes del presente. En la cuenca de Maracaibo se excavaron en forma intensiva varios yacimientos claves, entre los cuales se destacan: La Pitía, un extenso conchero cerámico el cual fue ocupado por el hombre entre 3.000 y aproximadamente 500 años antes del presente y para el cual se analizaron detalladamente los cambios de subsistencia, tipos de enterramientos y otros aspectos de la vida social. Asociado a la fase Hokomo, la cual constituye la ocupación principal del sitio, se hallaron materiales exóticos como la jadeíta, lo cual sugiere comercio con regiones distantes, tal vez con Centroamérica. Lagunillas, otro yacimiento de la cuenca de Maracaibo, ha proporcionado hasta ahora la evidencia más antigua de viviendas palafíticas. Las fechas radiocarbónicas obtenidas para Lagunillas oscilan entre 2.500 y 2.200 años antes del presente. Los ceramistas de Lagunillas elaboraron una cerámica muy compleja y diversificada en la cual se combinaban una serie de técnicas decorativas plásticas: incisión, modelado, appliqué y excisión. También cabe señalar las nuevas investigaciones realizadas en la región del Orinoco medio. Se excavaron los sitios de Parmana y Agüerito, en la confluencia de los ríos Orinoco y Apure. En el primero se ha podido determinar la importancia del cultivo del maíz en una zona tradicionalmente considerada de la yuca, lo cual pudo ser el causante de un incremento poblacional, cambiando algunos supuestos sobre la cultura de selva tropical de la región Amazónica. En el segundo se ha detectado un mosaico de diversidad étnica en base al análisis minucioso de la cerámica. Ello concuerda con la información etnohistórica para el área, la cual revela la presencia de numerosas comunidades que mantuvieron óptimas interacciones socioeconómicas intra e interregionales. Para el área de Barinas se está documentando la variabilidad de adaptaciones culturales y ecológicas en el piedemonte y los altos llanos contiguos para determinar la naturaleza y alcance de la interacción entre los habitantes prehispánicos de las 2 zonas, y el papel que tuvieron las interrelaciones tierras altas-tierras bajas en el desarrollo de los cacicazgos en este sector de Venezuela.

En el archipiélago de Los Roques se han detectado más de 20 yacimientos de carácter temporal cuya cerámica es Valencioide. Este archipiélago fue visitado entre 1.100 y 500 años antes del presente por grupos de navegantes provenientes del área del lago de Valencia de la región costeña venezolana. Los indígenas venían a las islas atraídos por los abundantes recursos alimenticios que les ofrecía el archipiélago, sobre todo el botuto (Strombus gigas), las tortugas marinas, el pescado, los huevos de las aves marinas y la sal. Estos visitantes mantenían contactos comerciales con los grupos étnicos de la costa central, el occidente de Venezuela, el área del Orinoco y las Antillas Menores. Cabe destacar el rico ajuar de tipo no utilitario que se ha obtenido en Los Roques: casi un centenar de figurinas humanas de arcilla, flautas, micro-hachas, colgantes líticos y numerosos productos elaborados de conchas marinas; han aparecido también objetos exóticos como recipientes pintados y fragmentos de ámbar, que son reflejo de extensas redes de intercambio.

Por su parte, Mario Sanoja e Iraida Vargas, dentro de su concepción de la arqueología venezolana, consideran que el modo de producción tropical caracterizó a la mayoría de las antiguas poblaciones del Orinoco, los llanos, la costa centro-occidental y gran parte de la cuenca de Maracaibo. La forma de producción de alimentos se basó en un sistema balanceado de horticultura de la yuca, sobre todo las variedades tóxicas (para el procesamiento de las cuales se desarrollan complejas técnicas), además de la caza terrestre y fluvial y la recolección marina y fluvial. Esta forma de producción dependió del cultivo de tala y quema caracterizado por el barbecho largo, que se realizaba dentro del grupo familiar, siendo colectiva la organización del trabajo. En cambio, las sociedades indígenas del noroeste de Venezuela, en especial la región andina, se caracterizarían por el modo de producción teocrático, basado en una organización más compleja, el uso más eficiente de la tierra, el manejo de recursos hidráulicos y el desarrollo de instituciones para el control político-social de la gente y una compleja vida ceremonial; en algunos casos se llegó al nivel de organización de los cacicazgos. Esto se deduce de los numerosos cementerios del estado Lara, en especial el área de Quíbor y El Tocuyo, donde se observa un trato deferencial a los muertos, lo cual refleja claramente una jerarquización y estratificación social. Más recientemente, estos autores y sus seguidores han tipificado el modo de vida aldeano cacical el cual caracterizó a los cacicazgos del noroeste de Venezuela. Entre sus características cabe señalar la especialización social del trabajo, relaciones intra-aldeanas de carácter político y de parentesco, relaciones inter-aldeanas de subordinación y jerarquización de las aldeas en linajes. Todos estos desarrollos culturales se vieron fuertemente impactados, alterados o truncados con la penetración de los europeos en el siglo XVI en el territorio que hoy es Venezuela.

El indo-hispano: 1.500 d. C.-presente

La época indo-hispana o histórica se inicia en América con la llegada de los primeros europeos a fines del siglo XV y se extiende aproximadamente hasta finales del siglo XVIII. Es la época menos estudiada en la arqueología venezolana y americana en general, aunque se han realizado avances significativos en la República Dominicana, Panamá, Guatemala y Venezuela. Para esta época, además de la evidencia arqueológica propiamente dicha, también se posee información basada en las fuentes escritas emanadas de los primeros conquistadores, cronistas, misioneros y administradores europeos. La información escrita se encuentra dispersa en diversos archivos tanto europeos como americanos. También han sido publicados muchos datos en documentos como las Relaciones geográficas y las «visitas» de eclesiásticos o funcionarios judiciales, además de multitud de libros que contienen anotaciones de los testigos presenciales del período del encuentro de los 2 mundos: Europa y América y las observaciones posteriores de fuentes secundarias. Estos textos contienen mucha información detallada, la cual jamás se podrá obtener de las fuentes de la época pre-hispánica, pero a su vez introducen un elemento dudoso: el juicio muchas veces subjetivo de los actores de los acontecimientos, el cual no siempre se ajusta a la realidad. La mayoría de los escritores que tratan de los eventos del Nuevo Mundo a partir del contacto europeo se ocupan primordialmente de los hechos de los europeos, la fundación de sus ciudades, sus actividades bélicas de conquista y otros aspectos que reflejan primordialmente sus raíces europeas. Muchos de estos informes no ofrecen una visión objetiva del modo de vida de los aborígenes ni sobre los efectos de la fusión de ambas culturas. Es allí donde es importante la evidencia arqueológica, ya que proporciona información sobre patrones de asentamiento, composición étnica de comunidades y relaciones comerciales, datos sobre la vida cotidiana, que no son descritos en detalle por los cronistas. El impacto de la invasión se puede medir en la reducción de asentamientos indígenas por la evidencia de enfrentamientos bélicos y enfermedades, así como por la pérdida de estilos decorativos tradicionales, que puede deberse a la influencia misionera, entre otros hechos. Los aportes de estos personajes son más bien de carácter informativo, biográfico, descriptivo o laudatorio, que analítico e interpretativo. Por supuesto que existen excepciones notables y algunos de los primeros cronistas dejaron testimonios muy valiosos que pueden ser tomados como fuente básica para la investigación antropológica. Cabe destacar a Pascual de Andagoya para Panamá, Bernardino de Sahagún para México y Pedro Cieza de León para el Perú. Venezuela fue menos afortunada en este sentido, pero entre los autores más valiosos se puede señalar a Pedro de Aguado, Juan de Castellanos, Nicolás de Federmann y Walter Raleigh para el siglo XVI; Pedro Simón, Jacinto de Carvajal y Matías Ruiz Blanco para el siglo XVII y José de Oviedo y Baños, José Gumilla, Antonio Caulín y Felipe Salvador Gilij para el siglo XVIII.

Se han encontrado en los sitios de ocupación indo-hispana loza china, inglesa, holandesa, alemana, objetos de vidrio, metales, ladrillos, tejas y restos de huesos de animales domésticos del Viejo Mundo. Sin embargo, la mayólica, una loza porosa de pasta blanda con una superficie dura vitrosa, que es un esmalte opaco, (la cual nunca debe ser confundida con la porcelana, horneada a temperaturas mucho más elevadas y elaborada de materia prima diferente) de origen mediterráneo europeo, conforma la evidencia más abundante y rica en información para este período. Su estudio detallado en contexto antropológico y el de sus imitaciones americanas permite establecer microcronologías que difícilmente pueden obtenerse a través del método del carbono 14. También permite percibir o entender una serie de desarrollos tecnológicos cerámicos, relaciones comerciales, patrones artísticos, hábitos culinarios y una variedad de otras facetas de la vida cotidiana de comienzos del período indo-hispano. Aparentemente la mayólica fue llevada desde los comienzos por los europeos de cierta posición social a todas las áreas del Caribe. La mayoría provino originalmente de localidades tales como Sevilla, Talavera y Triana en España y Génova y Savona en Italia. Ya a comienzos del siglo XVI se inicia su producción local en México y posteriormente en el istmo de Panamá, desde donde se irradia a todo el Caribe, incluyendo la costa oriental de Venezuela, el occidente de Colombia, y en el norte llega hasta los actuales estados de Nuevo México y Arizona (Estados Unidos). Así podemos observar que es difícil determinar el lugar de origen de la mayólica, ya que en los yacimientos arqueológicos se pueden encontrar tanto materiales europeos como imitaciones americanas o contrahechuras. Sólo a partir de la aplicación de la técnica de la termoluminiscencia se ha podido dilucidar esta interrogante. Por ejemplo, se ha podido establecer que el tipo Ichtucknee Azul sobre Azul establecido por Goggin para el Nuevo Mundo, el cual es común en los yacimientos venezolanos, procede de 2 centros de manufactura: uno en Savona (Italia) y el otro en Andalucía (España); y es posible que también fuese elaborado en otros centros de España e inclusive en América. Este tipo aparece en América alrededor de 1550 y desaparece entre 1640 y 1650, permitiendo así con su asociación con otros artefactos, establecer una micro-cronología bastante precisa. Sin esta técnica es difícil determinar la procedencia de la mayólica, porque era un artículo de exportación comercial que competía con imitaciones locales, ya que muchos artesanos emigraron al Nuevo Mundo trayendo sus técnicas y estilos propios. Sin embargo, en América debían utilizar la materia prima local, detalle que permite dilucidar el lugar de manufactura. En Venezuela se conocen diversos tipos de mayólica de la zona de Cubagua, isla de Margarita, castillo de Araya, los castillos de Guayana, y Maurica en el estado Anzoátegui, y varias localidades en el occidente del país como Hato Nuevo (Edo. Zulia), Tierra de los Indios y Santa María Arenales (Edo. Lara), Mucuchíes (Edo. Mérida) y Boconó y Carache (Edo. Trujillo). En líneas generales en la época indo-hispana la cerámica indígena se torna más sencilla que en los períodos anteriores y se encuentra menor sofisticación y variedad de estilos. Por otra parte, los europeos, con fines netamente utilitarios acogieron las técnicas aborígenes de manufactura de la cerámica, la cual tenía una vasta y milenaria tradición en todo el continente; pero prevalecieron los diseños convencionales españoles que aún sobreviven en la alfarería criolla contemporánea. Con ello se produjo un evidente empobrecimiento artístico, perdiéndose la rica decoración simbólica y religiosa de tiempos anteriores. Así se encuentran en los sitios indo-hispanos, tiestos confeccionados con la técnica aborigen del enrollado (los indígenas no emplearon el torno), pero con el concepto del diseño y la forma europeos. Como consecuencia hubo una fusión de elementos culturales que refleja la transculturación o fricción interétnica de la primera época colonial no sólo en la cerámica, sino también en otras facetas de la vida diaria. Por ejemplo, los cambios de la dieta introducidos por los españoles, quienes consumían abundantes granos y carnes; esto requería que los recipientes tuviesen un prolongado tiempo sometidos a la cocción, y por ende se encuentran mayores concentraciones de hollín en estas vasijas que en la cerámica indígena. Los aborígenes calentaban sus alimentos a la brasa o parrilla sobre barbacoas o andamios, o envueltos en hojas, a fuego lento.

Nueva Cádiz es sin duda el sitio indo-hispano más importante estudiado hasta ahora en Venezuela. Este yacimiento está ubicado en la isla de Cubagua, entre la península de Araya e isla de Margarita (Edo. Nueva Esparta). Nueva Cádiz fue una de las primeras ciudades fundadas por los españoles en América del Sur a comienzos del siglo XVI; pero antes de la llegada de los españoles, la isla ya había sido ocupada por diversos grupos indígenas desde por lo menos 4.300 años antes del presente. En la época indio-hispana el sitio pasó por 3 etapas. Los españoles llegaron a la isla desde Santo Domingo atraídos por los ricos placeres de perlas, pero no establecieron al comienzo asientos permanentes sino rancherías o campamentos temporales; poco a poco esclavizaron a los indios que allí encontraron y se fueron adueñando de las pesquerías de perlas. En esta fase se establecieron y construyeron ranchos muy simples de bahareque y paja; tuvieron que abandonarla por breve tiempo en 1520, debido a una rebelión de los indios de Cumaná y sus alrededores. La construcción de una fortaleza en Cumaná en 1523 dio a los españoles el control sobre los indios y así comienza la tercera etapa que fue la más productiva económicamente. Entonces se construyeron edificaciones más permanentes y en 1528 el poblado fue elevado a la categoría de ciudad con el nombre oficial de Nueva Cádiz. En el apogeo, no sólo albergó a españoles y a algunos esclavos indígenas traídos de diversas regiones del Caribe para trabajar en las pesquerías de perlas, sino también a esclavos negros traídos del África. Las construcciones más permanentes fueron hechas a base de cal, cuya materia prima era la madrépora o el cirial (conchas de moluscos grandes), y una mezcla de barro y piedra. La ausencia de leña impidió a los españoles utilizar el calicanto, su técnica tradicional de cal y piedra, a la cual agregaban algunos ladrillos. Los ladrillos fueron escasos en las excavaciones; algunos de ellos presentan una perforación semiesférica que sirvió de base al eje de rotación de las ventanas de las casas. No todas las casas de Nueva Cádiz fueron construidas de piedra a la usanza española. También se encontraron espacios vacíos en los cuales seguramente había chozas con techos de paja y paredes de bahareque, a la usanza indígena, cuyos restos no han resistido la acción destructora del tiempo. Las excavaciones evidenciaron el emplazamiento de una barbería, del mercado y de la botica. En una de las casas se encontró una vasija con perlas, lamentablemente en muy mal estado. En la vecindad de esta casa se encontraron las ruinas de una gran construcción. De acuerdo con su apariencia pudo haber sido el convento franciscano de Nueva Cádiz; por las fotografías aéreas se puede apreciar la disposición de sus dependencias. Tuvo 2 salas grandes, una de las cuales era posiblemente la cocina. A la entrada de lo que debió ser la iglesia, una pequeña habitación indica que allí estuvo quizás la sacristía. El espacio identificado como iglesia tiene tumbas en el suelo y es sabida la costumbre española de enterrar a los señores en la nave central de las iglesias. El patio interior del convento, a pesar de su tamaño, es otro que se encuentra al oeste y el cual pudo ser un huerto o patio de esclavos. La hipótesis de que se trata de un convento está arqueológicamente apoyada por el hallazgo de un escudo de piedra perteneciente a la orden franciscana, el cual tiene esculpidas las 5 llagas de Cristo y el cordón de la orden. Los restos de azulejos sevillanos y de Cuenca, las 3 gárgolas de estilo medieval esculpidas magistralmente en caliza in situ, acusan la presencia de un notable artista, que ha sido identificado como «el Maestro Lorenzo». Cerca de la playa se elevaba el Cabildo, cuyos muros, aunque destruidos, dejan ver la importancia del edificio. Algunas habitaciones presentan vestigios de incendio. Los restos de una torre, 2 celdas para presos con puertas estrechas, un Sello Real en cerámica para lacrar documentos oficiales que representa en negativo la efigie de los Reyes Católicos, son vivos recuerdos de la presencia humana de esta edificación. ¿Cómo sería el final de Nueva Cádiz? Este asunto ha sido motivo de debates controversiales; la mayoría de los historiadores lo han atribuido a fenómenos naturales (terremotos y maremotos). Cruxent coincide con José Antonio de Armas Chitty en afirmar que la lenta desaparición de Nueva Cádiz se debió a la destrucción de los ostrales, a la muerte del indio y a la inclemencia del clima, pues aparentemente después de los maremotos de 1541 y 1543 vivía gente en la isla y también llegaban barcos a la ciudad. Las características de los muros, los hallazgos del subsuelo y muchos otros detalles sugieren que Nueva Cádiz no desapareció por la destrucción violenta. La tenacidad de los españoles buscadores de tesoros era tan grande, que ningún terremoto, huracán, maremoto o hundimiento les hubiese obligado a abandonar la isla. El agotamiento perlífero debió determinar el destino de la ciudad y abrió la fase de agonía. Después del éxodo, Cubagua no quedó totalmente deshabitada. Las casas continuaron arruinándose progresivamente, y algunas de ellas, destruidas por piratas, abrigaron pobladores nuevos. Numerosos fogones, hallados en las ruinas, confirman esta impresión. No todos los asentamientos europeos fueron tan prósperos como Cubagua. La mayoría sólo poseía construcciones a base de bahareque y cubiertas por techos de paja u hojas de palmera de estilo indígena, como fue el caso de San Cristóbal de los Cumanagotos de Maurica, cerca de Barcelona, en donde se hallaron diversos fragmentos de artefactos españoles: vidrio, artefactos de metales, huesos de animales domésticos; y cerámica indígena que se asemeja al estilo histórico de Nueva Cádiz.

En los castillos de Guayana (actual Edo. Delta Amacuro) a unos 50 km de Barrancas, se encontró loza holandesa, loza de grés de origen alemán y otros fragmentos de origen mexicano, pipas de grés holandesas, candados ingleses y ollas de hierro. Allí se observó claramente que mientras aumentaba la afluencia de productos europeos en el registro arqueológico, disminuía la influencia indígena; por ejemplo, se suplanta el consumo de la tortuga por el ganado vacuno. Se siguen encontrando elementos aborígenes como alfarería y objetos asociados con actividades de caza, pesca y recolección, el cultivo de la yuca y aparecen elementos nuevos como objetos de hierro, alfarería torneada, el empleo de ladrillos y tejas y argamasa para la construcción. Varios sitios arqueológicos en la región andina se extienden a la época indo-hispana. Para ello se tienen evidencias de la presencia de artefactos europeos en los niveles tardíos aborígenes y fuentes documentales. En la ermita del área de Carache (Edo. Trujillo) la cual consiste de una capilla o ermita hecha de adobe, se encontró cerámica del tipo Mirinday Simple de la serie Tierroide prehispánica asociada a tiestos europeos y de fabricación criolla. Entre los fragmentos europeos se identificaron: jarras de aceite de origen español; estas vasijas se empleaban para transportar líquidos, especialmente aceite de oliva y vinos, así como también para almacenar y transportar pólvora; mayólica de origen italiano y tiestos de probable manufactura criolla; lo cual sin duda es el resultado de la combinación de las técnicas aborigen y europea, perdiéndose así algunos atributos de cada tradición. Actualmente, las mujeres de Betichope, un caserío del valle de Carache, elaboran una alfarería que refleja la técnica indígena, es decir, sin el uso del torno, y emplean en su lugar la técnica del enrollado. En Mucuchíes (Edo. Mérida) la fase del mismo nombre se extiende a tiempos históricos por el hallazgo de fragmentos de mayólica y la obtención de una fecha de carbono 14 de hace 280 años. Igualmente, en Boconó (Edo. Trujillo) en la capilla de la Vega abajo, la cual probablemente fue construida entre 1560 y 1563, se obtuvieron tiestos europeos y de fabricación criolla que abarcan desde los siglos XVI al XX. Fuera de los Andes hay otras evidencias del indo-hispano. En el estado Lara el estilo cerámico precolombino tierra de los indios sobrevivió a tiempos históricos en el sitio de Santa María de Arenales, ya que se encontraron además de tiestos de este estilo, fragmentos de manufactura española como mayólica y de loza Delft. En el estado Zulia varios concheros cerámicos de la Guajira también han producido materiales prehispánicos e indohispánicos como ocurrió en el sitio de Wayamulísera donde se encontraron fragmentos de jarras de aceite junto con metates, manos y cerámica indígena. En los llanos de Barinas de la zona de la Calzada de Páez, se encontraron en el sitio de Buenos Aires restos del complejo prehispánico Caño Caroní, junto con fragmentos de metal, porcelana china, loza europea, vidrio y fragmentos carbonizados de mecate asociados con tiestos de Caño Caroní y de serie Osoide. También poseemos información etnohistórica rica para la región de los Llanos occidentales venezolanos y orientales colombianos. Estos estudios revelaron para la época del contacto una población aborigen numerosa de agricultores, pescadores y recolectores. El comercio intertribal era muy importante, pero la explotación de la mano de obra indígena por los españoles, las enfermedades, la reubicación de la población aborigen en misiones y otras consecuencias del contacto europeo, condujeron a una severa disminución de la población aborigen llanera y de otras áreas en el siglo XVII, y para el siglo XVIII la mayoría de las tribus autóctonas se habían reducido a un número ínfimo de pobladores.

Desde los primeros asentamientos europeos se enviaban expediciones con el fin de explotar el resto del país, y por ello hubo encuentros entre los españoles y los indígenas en todas las regiones, sobre todo en la costa, los Andes y los llanos. Los sitios arqueológicos suministran evidencias de estos contactos a través de los objetos de comercio europeos, especialmente la loza europea como la mayólica. Los primeros colonizadores venían acompañados de sacerdotes, los cuales se esforzaban en convertir a los indígenas a la religión católica y por ello se comenzó la destrucción masiva de su ajuar ritual, sobre todo las figurinas de la región andina, que sólo han sobrevivido escondidas en sitios de difícil acceso. Fue sólo a mediados del siglo XVII cuando se llevó a cabo la penetración sistemática de las misiones, las cuales fueron más numerosas en los llanos, en donde funcionaban a manera de fincas de ganado. En general la invasión española generó varios cambios en la esfera socioeconómica: se caracterizó por el desarrollo de centros urbanos, lo cual rompió con el patrón de asentamiento disperso que caracterizó a los poblados indígenas; en las explotaciones agropecuarias la fuerza de trabajo estaba constituida por los aborígenes sometidos al régimen de la encomienda o a las misiones y a través de las siembras de comunidad; en las explotaciones agrícolas se siguió utilizando el modo de producción indígena pero se añaden a los productos autóctonos como el maíz, la yuca, la papa, el algodón, el tabaco, etc., nuevos cultivos traídos por los europeos como el trigo, la cebada, los cítricos, la caña de azúcar, la cebolla. Se introducen, como un elemento nuevo en Venezuela, las explotaciones de tipo pastoril con los animales domésticos del Viejo Mundo: vacas, caballos, cabras, ovejas, cerdos y aves de corral. Se establece el régimen de la propiedad privada de la tierra mediante la concesión de solares en las ciudades y de terrenos para el cultivo y la ganadería a los pobladores españoles y sus descendientes criollos, que al mismo tiempo reciben indígenas encomendados, y surge una acumulación incipiente de capital. Se desarrolla una economía de mercado que a nivel local y regional contribuirá a la red de distribución de la producción agrícola, pecuaria, artesanal y extractiva, tanto en las unidades de producción indo-hispánicas como en las aborígenes no hispanizadas a lo cual se añaden los aportes de los esclavos negros de origen africano. Es por cierto el contingente africano otro factor muy importante de esta síntesis de la llamada época indo-hispana. Aparte de los conducidos a Cubagua antes mencionados, otros esclavos llegan a partir de 1530, sobre todo a Coro, Cabo de La Vela y Borburata, que son introducidos tierra adentro, en especial a la zona de El Tocuyo y Barquisimeto. Las primeras insurrecciones de estos cautivos estallan desde mediados del mismo siglo XVI; a partir de entonces los esclavos escapados del yugo de sus amos fundan poblados clandestinos o cumbes a los cuales luego se añaden otras personas de diversas procedencias, dando origen a pueblos ya más organizados, de población mestiza. Desde el punto de vista arqueológico no se han realizado estudios que permitan documentar con evidencias materiales los aportes de esta población; esperamos que en un futuro cercano podamos contar con estas evidencias, no sólo excavando en los sitios de cumbes, sino también en las viejas haciendas cacaoteras en Barlovento, Yaracuy y la zona sur del lago de Maracaibo.


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