Tradiciones
y Costumbres -
Geografía
histórica de Venezuela
La contribución básica de la geografía histórica consiste en
explicar las diversas correlaciones que se establecen entre los
factores espaciales y los procesos históricos. La historia no se
proyecta únicamente en el tiempo, se sitúa simultáneamente en el
espacio. Los factores espaciales son dinámicos y cambiantes, por lo
que no se puede concebir un marco geográfico inmutable que sirva de
paisaje estático en el desarrollo histórico. Los escenarios
geográficos, aprehendidos como plural soporte espacial, van
cambiando y transformándose con la acción histórica, económica y
cultural de los grupos humanos. Por ello, la geografía histórica
puede ser conceptualizada como una geografía humana retrospectiva.
La historia de Venezuela se ha proyectado en variados y cambiantes
espacios geográficos, visualizándose cambios en los paisajes
naturales, tanto de transformaciones positivas como de regresiones y
deterioros ambientales. La heterogeneidad territorial del ámbito
intertropical ha incidido diferencialmente en modos de poblamiento,
tipos de usos de la tierra y otros recursos naturales,
infraestructuras de comunicaciones, jerarquización y tipos de
hábitat urbano y rural, estructuración regional y varios otros
tópicos. Sin caer en estereotipadas visiones deterministas, se
puede afirmar que los variables ambientes geográficos del país han
tenido una singular importancia en la explicación del proceso de
diferenciación de ocupación y uso de los espacios venezolanos,
desde antes de la llegada de los conquistadores españoles hasta la
historia contemporánea.
Cambios y repliegues de los escenarios geohistóricos
Los panoramas geohistóricos venezolanos deben ser aprehendidos en
espacios geográficos mucho más extensos que los que han llegado
con 916.445 km2 a la historia contemporánea. En los siglos
coloniales y hasta el último decenio del siglo XIX, la historia
nacional se proyectó en espacios virtualmente mayores. Como lo ha
expuesto Manuel Pérez Vila, apoyándose en el censo de 1891, la
superficie que le correspondía a Venezuela era de 1.555.741 km2,
con las expresiones territoriales en espacios concretizados en la
región del Esequibo en el Sur-Oriente, como hacia el Sur-Occidente
en las tierras del Meta y hacia el Norte-Occidente en los paisajes
de la Guajira. El repliegue territorial de los tradicionales
escenarios geohistóricos fue sancionado por los laudos de Madrid
(1891) y de París (1899) que según el citado historiador,
cercenaron en más de una tercera parte el territorio venezolano. A
este respecto, son de especial importancia las investigaciones que
analizan el proceso de contracción de estos escenarios
geohistóricos nacionales. Entre ellas, destacan obras de
documentación acuciosa como las de Pablo Ojer, que han demostrado
la importancia de este proceso de mutilación territorial. Además,
en la reconstrucción de los cambios del pasado de los escenarios
geohistóricos del país, sería necesario tener presente una
adecuada interpretación cartográfica temática, faltando obras de
este tipo que no deben ser confundidas con numerosas recopilaciones
y/o reproducciones de piezas cartográficas antiguas. En cambio, hay
otras contribuciones que posibilitan seguir los cambios toponímicos
en los escenarios geohistóricos nacionales. En los diversos
escenarios geohistóricos regionales, se concretizan cambios en
fronteras internas vivas, que expresan vivencias culturales
específicas.
Espacios repulsivos a la implantación geohistórica
Desde el inicio de la conquista hispánica, la implantación
geohistórica permanente fue soslayando algunos espacios, que por
sus características geográfico-físicas de suelo, clima, relieve,
vegetación o accesibilidad no fueron favorables a ellos. En estos
espacios repulsivos sólo se experimentó algún escaso y poco denso
asentamiento y/o poblamiento, ocasional e intermitente, en función
del aprovechamiento extractivo de algunos de sus recursos naturales.
Este proceso se observó en las islas caribeñas de Aruba, Bonaire y
Curazao, donde las limitantes de extremada aridez por la constante
presencia de los vientos alisios, junto a la elevada evaporación y
altas temperaturas, las convirtió en «islas inútiles» para el
poblador hispánico, que con anterioridad sólo aprovechó, muy de
vez en cuando, sus escasos recursos naturales y las privó de su
población autóctona. La indiferencia de los españoles en la
implantación sostenida en los secos ambientes de las Antillas
Menores de Sotavento, posibilitó, junto a otros factores, la
conformación de enclaves de otras potencias coloniales en la
ocupación de Curazao, Aruba, Bonaire, Granada. Procesos de
poblamiento intermitentes por pescadores f del siglo XIX, junto a
oportunas intervenciones del Gobierno de Venezuela, impidieron que
enclaves insulares de campamentos mineros de guano y fosfato por
compañías estadounidenses y otros tipos de implantación de otras
naciones europeas con intereses antillanos, expoliaran la soberanía
de las islas venezolanas en el Caribe, tanto en los grupos
continentales sobre la plataforma, como las de mar afuera. La aridez
extrema también fue factor de la débil densidad de población en
la Guajira, Paraguaná, sector occidental de Coro y Araya. Las
altitudes extremas, sobre los 3.000 m, no favorecieron el
poblamiento denso, como se observa en los sitios parameros de frío
isotermo, y lo impidieron absolutamente en los sitios de clima de
nieve de alta montaña en el piso gélido de la Sierra Nevada de
Mérida. La dificultosa penetración en la ríspida topografía y
densas selvas de las tierras de la sierra de Motilones hizo rechazar
el poblamiento consolidado, siendo lugar de refugio de indígenas
motilones. Los pobladores hispánicos también soslayaron el
poblamiento en los sitios de excesiva humedad y pluviosidad. Los
paisajes de densas selvas siempre húmedas, acompañados con altas
temperaturas, rechazaron un poblamiento sostenido en áreas
cenagosas en el delta del Orinoco, sur de la depresión del lago de
Maracaibo, selvas de San Camilo y Ticoporo, sólo cruzadas por picas
ganaderas, siendo percibidas además como sitios insalubres. Sólo
implantaron en estas áreas en los sitios de mayor accesibilidad, un
poblamiento esclavista que posibilitó aprovechar algunas de estas
condiciones edafológicas y climatológicas en plantaciones
cacaoteras, como se observó en Barlovento, depresión del Yaracuy y
La Ceiba, en Maracaibo. En estos sitios fue notorio el ausentismo de
la población blanca de sus propiedades rurales, lo que contribuye a
explicar la mayor raigambre de un poblamiento negro. Incluso en las
áreas guayanesas y amazónicas, su clima tropical lluvioso de selva
fue rechazado por implantaciones permanentes, salvo enclaves
militares y establecimientos misionales, lo que permitía la
persistencia de poblamiento indígena. Los escasos poblamientos de
origen hispánico se repartieron en las riberas del Orinoco y del
Guainía-Río Negro, permaneciendo vacío el hinterland selvático,
salvo por enclaves de exploración aurífera, sarrapiera y cauchera
en el siglo XIX. También fue escaso el poblamiento de origen
hispánico en los llanos bajos inundables de Apure, en especial
bajíos y esteros; coetáneamente, permanecieron vacíos vastos
espacios del Meta y áreas sabaneras. El abandono del poblamiento
efectivo en estas vastas zonas más alejadas y poco accesibles,
desde la zona del poblamiento consolidado del litoral y tierras
altas, facilitó en el siglo XIX el avance de otras naciones en la
usurpación de parte del territorio nacional.
Condiciones geográfico-físicas en la penetración y circulación
territorial
La penetración del territorio y ulterior trazado de algunas vías
fundamentales en la circulación regional y nacional, fueron
condicionadas en gran medida por algunos accidentes
geográfico-físicos, que al imponer sus líneas directrices
conformaron ejes de penetración. Entre ellos destacan: valles,
pasos montañosos, conformaciones piedemontanas, vías fluviales
naturales. De especial significación en las primeras entradas al
hinterland han sido los puntos de apoyo costero que se expresaban en
el emplazamiento de puertos naturales de condiciones favorables para
las operaciones marítimas de la época, como Borburata, La Vela de
Coro, Cumaná, Barcelona y otros. La evolución de los tipos de
embarcación y cambios tecnológicos, lograron superar estas
condiciones naturales, abriéndose mayores posibilidades portuarias
con la creciente artificialización en los sitos adecuados. En la
geografía de la circulación y de relación de tráfico entre las
regiones centrales y andinas, tuvo un gran papel el valle del río
Momboy. Coetáneamente, y hasta finales del siglo XIX, fue
fundamental la conexión fluvio-lacustre del sistema de los ríos
Zulia-Catatumbo y Escalante y lago de Maracaibo; para los tráficos
entre el exterior, occidente de Venezuela y Andes
colombo-venezolanos, facilitándose en las tierras altas las
comunicaciones binacionales por los espacios de menor altitud de la
depresión del Táchira. En el interior de la región geohistórica
de los Andes, ha sido fundamental en el proceso de circulación
interna, la presencia de grandes valles longitudinales formados por
fosas de hundimiento y por líneas de fallas, paralelas a las
principales sierras andinas. Las arterias de comunicación desde el
siglo XVI hasta la actualidad, han aprovechado estas fosas para
desarrollarse. En esta categoría se encuentran los valles formados
en estas depresiones por los ríos Mocotíes, La Grita, Uribante,
Chama, Motatán, Santo Domingo. La penetración andina hacia las
tierras apureñas se vio facilitada por el aprovechamiento del
sistema fluvial del Uribante. El piedemonte andino-llanero fue
humanizado tempranamente por vías tradicionales, que sirvieron a un
rosario de establecimientos dispersos que se fueron sucediendo desde
Santa Bárbara, Pedraza, Barinas, hasta Araure-Acarigua. Esta ruta
se aprovechó modernamente, en la década de 1960, para la carretera
Valencia-San Cristóbal. Más tardíamente, en el siglo XX, se
logró estructurar en el piedemonte andino-lago de Maracaibo, una
ruta continua, expresada en 1953 con la construcción de la
carretera Panamericana. En el tramo central de la cordillera de la
Costa, la implementación geográfico-histórica se facilitó por un
corredor natural que separa las estribaciones abruptas de las
serranías del litoral y la del interior, marcado por la depresión
del lago de Valencia y valles de Aragua, valle de Caracas, valle del
Tuy. Esta cordillera puede ser abordada en la sierra del litoral,
desde el mar Caribe, por pocos pasos naturales, destacando los
formados por el surco de Las Trincheras, empleado para
comunicaciones de Valencia con Puerto Cabello y el surco de Tacagua,
que ha sido utilizado tradicionalmente por todas las comunicaciones
de Caracas con La Guaira. En cambio, ha sido más fácil la
comunicación a los altos llanos centrales por la serranía del
interior, diseñándose aquí la conformación de las influencias
valenciana y caraqueña por las abras naturales de La Puerta, de
Villa de Cura y el valle de Orituco. La presencia de estas abras,
transformadas por el empleo de diversos tipos de caminos, ha
contribuido de manera decisiva al desarrollo del corredor interno de
estas ubérrimas tierras centrales altas, que, de otra manera, se
encontrarían aisladas. La inmensidad de los espacios sabaneros
constituyó, en el transcurrir histórico, un obstáculo para las
conexiones económicas y el tráfico humano entre la franja
norte-costera, llanos y región guayanesa. En los llanos bajos, las
inundaciones periódicas hicieron valorizar diferencialmente bancos
y médanos, sitios más altos que no se inundan, siendo lugar de
refugio de hábitat humano, ganadería y sitio de emplazamiento de
caminos locales. Las funciones del río Orinoco en las
comunicaciones, entroncando con el sistema del Apure y otros,
culmina, desde mediados del siglo XVIII hasta comienzos del siglo
XX, como ruta de importancia en el intercambio de productos
piedemontanos, llaneros y guayaneses con mercancías introducidas
por el Atlántico. Salvo en Angostura (Ciudad Bolívar), no se
lograron implantar en sus riberas establecimientos de magnitud,
observándose pocos caseríos de existencia lánguida e incluso
muchos extinguidos. A este respecto, tanto en las modalidades del
tráfico de navegación interna como en la constitución de la
morfología paisajística de hatos, caseríos y puertos fluviales,
tuvieron incidencia los grandes cambios estacionales del régimen
hidrológico del río con su ritmo anual de creciente y bajante. El
apogeo del tráfico fluvial venezolano, aprovechando básicamente el
sistema del Apure y de otros ríos inmediatos de gran caudal, que
tributan directamente al Orinoco, se observó desde los primeros
decenios del siglo XIX hasta los primeros del actual, cuando se
estructuraron en una arteria vial natural de importancia. Este
tráfico en el sistema apureño, explica el surgimiento
decimonónico de numerosos pequeños puertos en las riberas del
Apure y sus afluentes. Estos puertos se constituyeron como modestos
asentamientos de unos pocos centenares de habitantes, quienes en un
alto porcentaje vivían de la carga y descarga de mercancías o se
contrataban como bogas. Es el caso, entre otros, de Apurito, Puerto
Periquera-Guasdualito, San Vicente, Bruzual, Quintero. De especial
significación fue el aprovechamiento de las condiciones
hidrológicas apureñas y de ventajosas situaciones geográficas en
referencia al hinterland en el crecimiento de Puerto Nutrias y San
Fernando de Apure. Simultáneamente, tuvo gran importancia la
utilización de otros ríos como el Arauca, el Masparro, el Santo
Domingo y el Boconó. El puerto de Torunos en el río de Santo
Domingo, posibilitaba el tráfico entre las tierras de Barinas y el
sistema fluvial del Apure, siendo jalonados por otros puertos, como
también se observaba en el río Guanare y en el río Portuguesa.
Estos ríos apureños y los afluentes que se desprenden de las
vertientes andinas vertebraban los llanos del sur con el puerto de
Ciudad Bolívar, y gracias a estos ríos, las mejores comunicaciones
en estas regiones, cuando aún no se había iniciado la era de las
carreteras, eran las del llano, gracias a sus vías fluviales.
Incluso en sitios interiores, la ruptura del tráfico fluvial, con
el incremento de trasbordos, favoreció el emplazamiento de puertos
como El Baúl, en la confluencia de los ríos Cojedes y Tinaco. En
otras regiones también se aprovecharon secciones de algunos ríos
para la navegación fluvial menor, como se evidenciaba en los
tráficos del bajo río Tuy, en el bajo Tocuyo, en el bajo Unare, en
el Aroa y en el Yaracuy. Fueron canales naturales que contribuyeron
a la circulación local. De esta manera espontánea se fue
consolidando un sistema de navegación fluvial que sirvió a una
fracción importante del territorio venezolano. Sin embargo, desde
los últimos años del siglo XIX y primeros del actual, esta
navegación fluvial fue reduciendo su significación por la
competencia de los ferrocarriles y la construcción de carreteras
con la irrupción del tráfico automotriz. A ello se agregó
posteriormente, el abandono del cuidado de las vías fluviales, su
embancamiento y descenso del caudal de la mayor parte de los ríos,
al ser derivadas parte de sus aguas para el riego, abastecimiento de
agua potable y otros servicios, además de las consecuencias de las
talas y quemas de la vegetación de las laderas inmediatas.
Espacios diferencialmente hollados se expresan en una singular
geohistoria del poblamiento
En la inmensidad territorial venezolana, la huella histórica, salvo
en sitios específicos, se marca levemente. Durante todo el período
de la dominación hispánica y la mayor parte del período
republicano, Venezuela fue un país subpoblado, que hasta mediados
del siglo XIX bordeó una densidad media global de apenas 1 h/km2,
subiendo luego paulatinamente hasta culminar en 1891 a 2,55 h/km2.
Obviamente, estas cifras elementales encubren una gran
heterogeneidad en la repartición geohistórica del poblamiento a
escala regional, aunque ha sido una constante el dominio de grandes
espacios sin poblamiento efectivo. Con estas escasas densidades
poblacionales, la huella humana fue débil, dominando en mayor parte
del territorio los espacios vírgenes o apenas hollados; ella sólo
se marcó fuertemente en los espacios centrales, occidentales y
orientales, lindantes con el mar Caribe, y con los espacios
montañosos de la cordillera de la Costa y de la cordillera de los
Andes, que se consolidaron como el polinúcleo tradicional de la
nación. En estos variados polinúcleos del poblamiento tradicional
venezolano, los diversos factores diversificadores
geográfico-físicos contribuyeron, hasta finales del siglo XIX y
primeros decenios del XX, a fragmentar regionalmente la geografía
humana del país. Ello se debe, entre otros factores, a que las
fuerzas de implantación históricas tendían a tomar modalidades
locales por una convergencia de motivos de dispersión y
aislamiento, por la contrastada y ríspida orografía, barreras
climáticas y vegetacionales, vastedad territorial y deficientes
comunicaciones. A partir del siglo XVI, los paisajes humanizados de
ciudades y campos se estructuraron y consolidaron, sin grandes
cambios globales en su situación original geohistórica, en una
fracción del espacio venezolano que corresponde a la franja litoral
abierta al mar Caribe y tierras altas y sabaneras inmediatas, a
pesar de traslados del sitio del emplazamiento de varios núcleos de
gestación urbana, mientras que el resto del territorio sólo se
matizaba por intentos fallidos de poblamiento permanente o por la
irrupción de un poblamiento de corrientes misionales o
asentamientos de implantación espontánea en hatos y conucos. Estos
espacios vivificados por un poblamiento permanente no obran como
territorios continuos y articulados en el conjunto nacional, al
repartirse en forma esparcida y aislada en sus respectivas regiones
históricas. Esta puntilleada distribución geohistórica, que se
expresará ulteriormente en circunscripciones geográficas
administrativas de identidad bien marcada, se arraiga a través de
varias fases de poblamiento que se suceden desde el siglo XVI al
siglo XIX en occidente, centro y oriente de la vertiente del Caribe,
sistema de los Andes venezolanos y corredor del Apure-Orinoco. En la
vertiente occidental del Caribe, se privilegia al poblamiento del
enclave de la ciudad de Maracaibo y los sitios estratégicos en la
depresión del lago de Maracaibo, en función de las comunicaciones
fluviales y terrestres con las tierras altas del Perijá, Guajira y
extensos sectores áridos y cenagosos de la cuenca lacustre. El
poblamiento prende en las áridas fachadas corianas, donde el
vetusto establecimiento urbano de Coro posibilita la consolidación
de una vasta zona de influencias que es marcada por asentamientos
rurales de subsistencia, aun en los sitios de pronunciada sequedad
del litoral coriano de sotavento y en la península de Paraguaná,
avanzando en una identidad de poblamiento coriano hacia la sierra de
San Luis y sierra de Churuguara; además de implantarse con firmeza
en el litoral coriano oriental, beneficiado con mayor pluviosidad.
Esencial resulta la irradiación del poblamiento del valle de El
Tocuyo y la depresión de Barquisimeto-Carora, resolviéndose
transicionalmente en la depresión de Yaracuy. En el tramo central
de la vertiente del Caribe, se consolidaron las mayores densidades
de poblamiento urbano y rural del país. Aquí destacan los
importantes establecimientos de la cordillera de la Costa en las
ubérrimas depresiones interiores, bien irrigadas y de adecuada
pluviosidad, con acogedor clima y excelentes suelos, expresadas en
la cuenca del lago de Valencia y valles de Aragua, valles del Tuy y
valle de Caracas, que se prolongan transicionalmente hacia los
espacios del emplazamiento de sus puertos de exportación en Puerto
Cabello y La Guaira, y hacia los espacios litorales utilizados para
plantaciones comerciales de cacaotales en Ocumare de la Costa y
Barlovento. Hacia el transpaís, tramontada la cadena del Interior,
se consolidaron importantes zonas de influencia valenciana y
caraqueña en los espacios piedemontanos e inmediatos a la citada
cadena, y en los llanos; en particular en los llanos altos
centrales. En el sector oriental de la vertiente del Caribe, además
de los establecimientos insulares margariteño y trinitario, los
asentamientos permanentes se afianzan preferentemente en los sitios
urbanos y portuarios de Barcelona y Cumaná privilegiados en su
situación de apertura al exterior y cabeza en la escalada hacia el
transpaís, jalonándose el poblamiento en la depresión de Unare,
cuenca de Cariaco y sectores de la península de Paria. El
poblamiento se establece en los valles de la vertiente septentrional
y penetra, entre otros sitios, por el valle de Cumanacoa y áreas
específicas de la cadena del Interior, en especial en el macizo de
Caripe. El poblamiento oriental en sabanas, se prolonga
intermitentemente, en particular, a partir del siglo XVIII, en los
parajes de tráfico en las mesas y llanos de Maturín. En las
riberas del Orinoco, un puntilleado poblamiento guayanés en Upata y
áreas de misiones capuchinas catalanas. Otro sistema tradicional de
poblamiento, de singular importancia, se distingue en el sistema de
los Andes venezolanos, en especial en los paisajes de la cordillera
de Mérida, depresión del Táchira, surco Chama-Mocotíes y
comarcas transicionales de Trujillo. Los climas temperados de altura
y las condiciones más favorables de salubridad y arraigo de
cultivos tradicionalmente mediterráneos, a los que se agregan los
de origen andino, contribuyen a explicar el vigor del poblamiento
andino. Desde el siglo XVII se visualizan prolongaciones de
establecimientos rurales y urbanos en la franja piedemontana
andino-llanera, destacando el papel irradiador de Guanare y Barinas,
prolongándose su zona de influencia en el alto llano occidental.
Esta geografía histórica del poblamiento colonial tiene grandes
cambios en el siglo XIX por las secuelas de la emancipación,
guerras de federación y el guzmanato. Debilidad y fragilidad
caracterizan el poblamiento venezolano durante este siglo, debido a
que enfermedades y hambrunas frenan un mayor índice de crecimiento
demográfico interno, al incidir en un alto índice de mortalidad.
En los diversos escenarios geográficos, las epidemias de paludismo,
fiebre amarilla, cólera, se suceden frecuentemente y las
enfermedades carenciales, por deficiencia en la dieta alimenticia,
como el escorbuto, son una constante en paisajes urbanos y rurales.
Coetáneamente fracasan todos los intentos de colonización
foránea, salvo el de la Colonia Tovar, registrándose sólo
implantaciones espontáneas, que a finales del siglo estaban
concentradas en los paisajes urbanos de Caracas, La Guaira,
Valencia, Puerto Cabello, Maracaibo, Coro, Cumaná, Carúpano, en
las minas auríferas del Yuruari, en los paisajes cacaoteros de
Paria y cafetaleros del Táchira. El panorama geográfico cultural
de la fragilidad del poblamiento, se expresa simultáneamente en la
incidencia de situaciones bélicas y postbélicas de guerras y
guerrillas en paisajes urbanos y rurales: ciudades con barrios
incendiados, pueblos y caseríos expoliados, hatos y haciendas
saqueadas, plantaciones arruinadas, conucos abandonados, cosechas
dilapidadas, ganado exterminado. Las guerras y las situaciones
anárquicas no sólo inciden directamente en la mortalidad,
expresada en las guerras de la emancipación y de la federación,
sino también en un aumento indirecto de la tasa de mortalidad, como
secuela de hambrunas y desarraigos por las perturbaciones sociales y
las crisis económicas. En la geografía histórica del poblamiento,
la situación anterior se matiza con la irrupción de nuevos
asentamientos surgidos espontáneamente por movimientos de
colonización criolla. El poblamiento criollo continúa repartido en
forma esparcida y aislada. Esta puntilleada distribución se explica
debido a que, durante este siglo XIX, no se logra estructurar una
red caminera nacional, manteniéndose los mismos caminos, picas y
senderos del período colonial, levemente modificados en el período
de la emancipación, salvo las carreteras que se construyen para
servir a los principales puertos agroexportadores y algunas líneas
férreas a fines del siglo. En el resto del país, cada región
continúa virtualmente aislada, y a su vez, en sus paisajes
humanizados internos, no hay grandes comunicaciones, estimulándose
indirectamente el localismo. Flojos e intermitentes tráficos se
aseguran sólo por vía marítima, el sistema fluvio-lacustre de
Maracaibo y las vías fluviales del sistema del Apure y del Orinoco.
Todo ello contribuye a explicar que los esparcidos y aislados focos
de poblamiento se estructuran en establecimientos virtualmente
autárquicos, donde, con frugalidad, se aseguran con medios propios
los basamentos del policultivo de subsistencia, expresado en los
tradicionales conucos y fincas, con escasos intercambios con otros
centros poblados. Incluso algunas áreas destinadas a cultivo de
productos de exportación, continúan manteniendo muy pocos
contactos comerciales, culturales y étnicos con el resto del país.
En el temprano siglo XX suben levemente las densidades de
población, alcanzando con 3.364.347 h en 1936, una densidad de 3,8
h/km2; seguía siendo una población mayoritariamente rural, más de
un 77% del total del país, agobiada por enfermedades endémicas,
epidemias, paludismo y carencias alimenticias. Ello explica, junto
con otros factores, el descenso poblacional de regiones llaneras, en
particular en Guárico, Portuguesa, Zamora (Barinas), Cojedes; lo
mismo que en la región oriental de Monagas y Anzoátegui. Durante
el gomecismo, se observan rasgos iniciales de una nueva geografía
del poblamiento en el contexto del fortalecimiento del Estado
nacional, frente a los espacios regionales en que se compartimentaba
el país. El fomento a las líneas ferroviarias en función de los
enclaves agroexportadores, el mantenimiento de flotas de navegación
marítima y líneas de tráfico fluvial, la apertura de nuevas
carreteras, en especial la Trasandina, inaugurada en 1925, el
asfaltado de otras vías; corresponden al comienzo de una nueva
infraestructura de comunicaciones que posibilitó avances en la
centralización espacial del país en los decenios inmediatos, al
permitirse una mayor interrelación del poblamiento local con
traslados de habitantes y mercancías entre los espacios internos y
el litoral. Simultáneamente, la transferencia de tierras baldías a
particulares, contribuyó a estructurar nuevos tipos de poblamiento,
asentados en medianas y grandes propiedades agrícolas y ganaderas.
También se reconoció un escaso y ocasional poblamiento
intermitente basado en la explotación de recursos forestales, en
particular copaiba, sarrapia, caucho y maderas finas, con fuerte
deterioro ambiental. Los espacios de poblamiento rural se
incrementaron por la roturación de tierras nuevas, como se constata
en el avance de las superficies consagradas a la caficultura, en
particular en las tierras andinas y regiones del litoral central
hasta los comienzos de la década de 1930; produciéndose
ulteriormente estancamiento y luego contracción de estos
establecimientos de haciendas y fincas cafetaleras. Una gran parte
de esta población, acompañada por campesinos de otros sectores,
como cacaoteros y conuqueros, se irá trasladando a centros urbanos
y campamentos petroleros. Maracay se benefició, además de la
centralización del poder gomecista, por la modernización
registrada en los valles de Aragua. Se acentuó también el papel
del poblamiento centralizado en Caracas y hacia otras ciudades, que
comienzan a crecer por inmigraciones internas rurales. Todo ello
explica el aumento del poblamiento en las regiones privilegiadas;
así, entre 1873 y 1936, las regiones litorales costeras tienen un
peso creciente en la población nacional, pasando del 33,7% al
38,4%, lo mismo que la región andina, que en el citado lapso pasa
del 13,7 al 18,4% y la región de Maracaibo que sube del 4,9 al
8,4%, lo que contrasta con el descenso del poblamiento de las
regiones llaneras. La explotación petrolera a gran escala
incentivó, a partir de 1922, grandes cambios espaciales, al iniciar
una contrastada geografía del poblamiento expresada en el dualismo
entre los paisajes urbano-petroleros y los paisajes rurales. Al
concluir el período gomecista, se desencadenaron mayores
migraciones internas de campesinos hacia las principales ciudades,
para avanzar más tarde hacia los centros favorecidos por mejores
condiciones de trabajo: Caracas, Valencia, Maracaibo y nuevos
núcleos petroleros. Además, desde 1945, con el éxito alcanzado
por la campaña antimalárica, se lograron cambios demográficos
radicales. Así, en 1950, Venezuela alcanzó una población de
5.034.838 h, con una densidad de 5,6 h km2. En el total nacional, el
porcentaje de población rural disminuyó al 52,1%. Los campamentos
petroleros, ligados a la extracción o refinación del hidrocarburo,
son característicos en esta fase del proceso. La explotación en
gran escala de los recursos petrolíferos de la cuenca del lago de
Maracaibo y de los llanos orientales, a lo que se sumarían más
tarde los núcleos originados con la refinación en la península de
Paraguaná, estimuló el surgimiento o la transformación de a lo
menos, 30 ciudades y múltiples campamentos petroleros, que se
convierten ulteriormente en «ciudades abiertas». En este aspecto,
destaca el extraordinario crecimiento de Maracaibo: varias empresas
petroleras establecieron allí sus despachos y muelles, el Gobierno
remodeló y construyó nuevos edificios oficiales e incrementando
los servicios públicos, crecieron modernas urbanizaciones y
proliferaron funciones comerciales y de otros tipos. Coetáneamente
se iniciaron diversas formas de crecimiento anárquico y poblamiento
subintegrado. La contaminación ambiental se incrementó en estos
paisajes, llegándose a erradicaciones por incendios desencadenados
por derrames de petróleo, como la registrada en 1928 en Lagunillas.
En forma simultánea, debido a los logros de la campaña
antimalárica, se observó que regiones fértiles pero subpobladas
debido a la malaria, florecieron al ser ésta erradicada y
convertirse en focos de atracción para las migraciones interiores,
que antes se habían encaminado hacia áreas menos infectadas, como
se registra en muchos sitios en los llanos y oriente. Desde mediados
del siglo XX, se inicia la nueva etapa del poblamiento mayoritario
urbano del país y la consolidación de movimientos migratorios
foráneos.
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