Tradiciones
y Costumbres -
Literaturas
indígenas
Se considera que en Venezuela existen 34 lenguas vivas aborígenes
(5 de ellas en el territorio en reclamación del Esequibo) que
pertenecen a 3 grandes familias lingüísticas (caribe, arawak,
chibcha) y a 9 grupos étnicos no clasificados lingüísticamente.
Ellas poseen un inmenso caudal de tradiciones, mitos, leyendas,
poemas, adivinanzas, tabúes, presagios, interpretaciones de los
sueños, acertijos, relatos, consejos de los ancianos y múltiples
figuras literarias, acervo hasta hace poco no explorado, por medio
del cual podemos reconstruir, a la manera indígena, nuestro pasado;
porque allí está el germen de la nacionalidad venezolana. Estas
literaturas poseen características muy propias, inherentes a las
cosmogonías, deidades, concepciones y visiones de cada familia o
grupo. El hecho más notable común a estas literaturas es su
condición original de orales, ya que nuestros aborígenes eran
pueblos ágrafos; por lo tanto, se han visto sometidas a una serie
de «variantes» que constituyen la variabilidad de los discursos
míticos; posteriormente han sido transcritas y traducidas, no sólo
al castellano, sino al alemán, inglés, italiano y francés (porque
al lado de los estudiosos venezolanos ha habido no pocos
extranjeros). Los pueblos indígenas venezolanos, además, tienen
una gran comunicación con pueblos vecinos, pertenecientes a otras
culturas; de allí que en sus expresiones aparezcan «préstamos
culturales» provenientes de etnias cercanas, pero, también del
hombre blanco con quien convive y de quien aprende muchas cosas que
adapta a su idiosincrasia y sus manifestaciones. Los indígenas
venezolanos (como todos los grupos humanos que son designados como
de mentalidad arcaica o primitiva) suelen explicarse (y
explicarnos), los fenómenos de la naturaleza por medio de mitos y
leyendas referidos a un intrincado, la más de las veces, mundo
espiritual que nos remite a una concepción del cosmos. Su
comunicación con éste se realiza por mediación de un ser humano,
siempre el piache, y de otros elementos que sirven para lograr el
entronque con el cielo superior donde habita un Dios que será el
«padre» de todos ellos, el cual se identifica con los astros; de
allí que sean los «hijos de la luna» o los «hijos del sol». Por
consiguiente, no puede concebirse la literatura indígena venezolana
como aislada, separada de un contexto social, telúrico, mágico,
antropológico y etnológico; ya que todos estos factores determinan
su existencia, convirtiéndose, entonces, en una literatura que les
resulta útil, bien para el conocimiento de su historia, para
explicarse los fenómenos extraños al mundo donde habitan o, bien,
para ser el vínculo, el medio, entre el cielo y la tierra, para
lograr la comunión y comunicación del mundo cósmico. Por tanto,
nuestra literatura indígena no puede estudiarse sin tomar como base
los textos antropológicos y etnológicos. También debemos reseñar
que actualmente se observan especies de interpolaciones o añadidos,
provenientes del contacto con otras culturas. Aunque esta muestra se
fundamenta en las lenguas habladas actualmente en Venezuela, debe
hacerse referencia al mito de Amalivaca perteneciente a los
tamanacos, germen de muchas constantes que serán reiteradas a lo
largo de los mitos de hoy en día; la presencia de los hermanos,
Amalivaca y Vochi; el primero considerado «padre y salvador de los
tamanacos», la primera pareja, la descendencia y el diluvio.
Amalivaca es reseñado por los misioneros jesuitas Felipe Salvador
Gilij y José Gumilla, encontrándose luego variantes procedentes de
ambos autores. Este hecho nos demuestra otra de las características
de esta literatura, la presencia de los misioneros como personas
que, además de cumplir sus objetivos religiosos, rescatan, por
medio de los informantes, la memoria de estos pueblos. Las
constantes principales son: «El arco iris», espíritu de
enfermedad para los waraos, causante de las mismas en los pemontón,
espíritu del agua para los kariña. El fuego, que en todos aparece
con diferentes dueños. El árbol (entronque con la tierra: raíces;
y unión con el cielo: copa) en los piaroas (kuareré) los javís,
los yarabanas, los guarekenas. El diluvio en los piaroas, yaruros,
yarabana y guajiros. Los hermanos (gemelos algunas veces, o como
hermano mayor y menor, a la manera de los quiché en el Popol Vuh:
Hunabe Ixbalanque), en los yarabanas, en los guajiros, en los
pemontones. La tierra, bien sean las casas, la cestería, el hilado,
la comida, hasta la bebida (oki, para los yarabanas, chicha para los
yukpas). La creencia en espíritus que habitan en los cerros:
mawarí (pemontón), asemejado al maware kariña y al máwari
yarabana. También la concepción integral del hombre, en la cual se
distingue, siempre, el cuerpo y el alma, los cuales reciben
multiplicidad de nombres y de interpretaciones.
Familia caribe: Los kariñas, según el investigador Marc de
Civrieux, «…constituyen los únicos caribes verdaderos de
Venezuela. Ellos son los descendientes exclusivos y auténticos de
los denominados caribe de la conquista…» Viven en el alto llano,
las riberas del Orinoco en los estados Anzoátegui, Monagas y
Bolívar, particularmente en la Mesa de Guanipa. Entre los que
pueden ser llamados «géneros menores» de su literatura se hallan
las formas literarias del teurgo o «puidei»; aunque lengua
secreta, el «derupuo» es la suma de todos los lenguajes de los
espíritus y de los animales. Una de esas formas literarias es el
«arení», llamada del espíritu, invocación o reclamo: «Arení a
la garza blanca y al lorito carapaico»; «Arení al rayo o
centella». Los «géneros mayores» están relacionados con la
cosmogonía kariña, fundamentada en 4 espacios o lugares, creencia
de donde se desprenden los orígenes de los abuelos de los Tamurí
(«Abuelos de todos los abuelos») expresada por medio de mitos de
las 4 regiones (cielo-cerro-agua-tierra). Los dueños del cielo, o
mundo superior, son los Kaputanos, sus eternos moradores, los
espíritus supremos. El mito de «Kaputano» (Tumon-Ka, las
Pleïades), dice que fue él quien ayudó a los ancestros de los
hombres, trayendo el Mar a la Tierra. En los mundos inferiores
(cerro, agua, tierra), mencionaremos el mito de Maware, dueño del
cerro, iniciador de los piaches y «abuelo de la poderosa raza de
los Kakushis o jaguares». Es el símbolo de elevación; por tanto
intermediaria o eje del mundo entre el cielo y la tierra. Maware se
relaciona con los zamuros, mensajeros del dueño del cielo y con los
cuales pone en contacto a los piaches humanos.
Otro de los grupos lingüísticos caribes son los pemontones, cuyo
nombre significa «El hombre que vive sobre un montículo», que
habitan en el estado Bolívar, en la extensa región conocida como
Gran Sabana, la cual se caracteriza por la «abundancia de las
aguas». El pemón concibe en su cosmovisión 2 momentos opuestos,
en un plano horizontal; el Pia-daktai (antiguamente) en «aquellos
tiempos» (edad dorada) identificado con la felicidad, el cual se
contrapone al sereware, «actualidad», sinónimo de tristeza. Ambos
momentos aparecen de forma reiterada en su literatura que ha sido
una de las más estudiadas. Entre sus «géneros mayores» se
encuentran las leyendas o pantoní, expresadas en un lenguaje
ordinario, cotidiano. Pueden relacionarse unas con otras; su
temática es universal, se desarrollan en un mundo diario pero a la
vez fantástico donde resaltan los héroes culturales: por medio de
éstos se explican el origen de los animales, los colores de los
pájaros, de los seres acuáticos y de los caracoles (leyenda de
Sororó Pachí). Las leyendas poseen una finalidad didáctica,
explican el entorno pemón: «Leyenda de Auyan-tepui»; «Leyenda de
Mochima y Maripaima». En algunas de ellas es posible encontrar
influencias extranjeras. Personajes como los Makunaima, donde se
reseñan el hermano mayor y el menor, que «…vivieron en muchos
sitios y viajaron por muchas partes…», son el eje central de
estas leyendas. Otros como Piaimá (la más de las veces presentado
como enemigo), son habitantes de la selva. Los tarén son ensalmos o
invocaciones mágicas (Ta(k)ren): «el que está en, el que vive
dentro de». Se recitan en voz baja y misteriosa, y se deben
«echar», ya que van acompañados de «soplo» (energía vital de
piasán-piache sobre la persona). Pueden ser preventivos y
curativos, en el caso de los benéficos; aunque existen algunos
maléficos o dañinos, el pemón no ha querido darlos a conocer.
Este género cumple una función social, su depositario es visto
como un ser misericordioso con los demás. Los ekaré o
«narraciones verdaderas»: etimológicamente significa «noticias,
rumor, doctrina»; el verbo reflexivo es «ekare-me(ki)», que
significa «confesar uno a otro cosas vergonzosas y ocultas:
confesarse»; de allí el tono confesional de este género; uno de
sus temas centrales es el viaje; los ekaré son testimonios
verdaderos, objetivos de algunos hechos donde se plantea un diálogo
entre el pasado y el presente. Hay ekaré antiguos como el
«Alketón evedoikasak maipa yek puek ekaré», (relato de un viejo
que se quedó colgado de un guamo) y modernos: «Pantón neké,
Dairén: Karakas pone e tesakók akaré», (No cuento, verdad:
relato de unos que fueron a Caracas). En ellos se da, igualmente
como en los pantoní, una fusión del mito con la historia. Los
eremuk (cantares) se expresan por medio de una lengua arcaica y se
caracterizan por poseer ritmo y no rima; abarcan varios temas, para
ser reiterados por un individuo solo o en coros; son muy breves, a
manera de «letrillas», y el tema se reitera, como estribillos,
para darle fuerza al poema. Hay varias clases de cantares: los
individuales, los de juegos interpretados por los niños, los del
piasán que coinciden con los bailes usados para tratar las
enfermedades; al lado de los bailes y danzas autóctonos, aparecen
los nuevos cantos religiosos (de influencia extranjera) como Areruya
y San Miguel. Los nombres más conocidos de otro grupo caribe, que
habita en el estado Bolívar y estado Amazonas, son makiritare, o
yeúkuana («el pueblo o la nación de las canoas o curiaras»).
Ellos poseen su propia concepción del Universo, una estructura
cósmica en la cual están inmersos sus mitos y leyendas, que
constituyen sus géneros mayores. Marc de Civrieux, en Leyendas
maquiritares, ofrece en el «ciclo antiguo», «El mito de
Vanadí»; en éste se comienza explicando que «Cierto día, Shi,
el sol, sopló sobre un guijarro celeste, wiríki, y engendró un
niño varón llamado Vanadí; poco después, soplando sobre otro
wiríki, dio vida a otro niño, Núna (la luna)»; cuando fue hombre
descubrió, jugando con «las piedritas que lo rodeaban», el poder
mágico de los wiríki e «introduciéndolos en una calabaza, hizo
con ellos la primera maráka»; posteriormente, llevó su maraka a
la tierra, internándose en los ríos Kúnu y Metákuni para iniciar
la obra de la creación. Existen varios mitos sobre Vanadí, quien
ha tenido 3 proyecciones sobre la tierra, que corresponden a 3
ciclos o mundos. Dentro de este contexto hay una narración de los
actuales yekuanas («Quiénes fuimos») donde dicen que ellos fueron
los habitantes de gran parte de las tierras del sur, de lo que hoy
conocemos como Venezuela: «Éramos muy numerosos, y conocíamos
bien nuestras selvas, sabanas y ríos». Dentro de toda esta
cosmovisión, no puede olvidarse el «Mito de los hermanos gemelos»
con sus episodios: «El huevo cósmico: Hïdïmene y Nuna»; «Los
gemelos y la mujer del jaguar»; «La gran venganza de Yudike y el
incendio y diluvio universales» y «Paralelo del mito de los dos
gemelos con el planeta Venus». Estos gemelos, héroes culturales,
«Yureke y Armanáshaca» conquistaron el fuego. Del grupo caribe de
los yarabanas, ubicados en el estado Amazonas, se conocen 5 mitos,
recogidos por Johannes Wilbert. El primero de ellos: «Mayowoca y
Ochi», nos remite al principio de los tiempos cuando «sólo había
una pareja de seres humanos (hombre y mujer) que vivían en la
soledad más austera en el ámbito del mundo», cuyos cuerpos eran
diferentes a los nuestros pues terminaban en el bajo vientre;
además de esta pareja existían los «dos hermanos sobrehumanos,
con prerrogativas casi divinas: el mayor se llamaba Mayowoca y el
menor Ochi». Estos héroes culturales se metamorfosean: el mayor en
zamuro, colibrí, murciélago y el menor en pez caribe. Mayowoca
crea los pájaros y los monos, mientras que Ochi crea mamíferos
para alimentarse. Después de que Ochi le desobedeció, el mayor
decidió que «en el futuro no podrían ya vivir juntos. El uno
viviría en el Oriente: Ochi; y Mayowoca al otro extremo del mundo:
Occidente». Varias constantes de los mitos indígenas pueden
apreciarse en éstos: el árbol cargado de frutas; el diluvio que
ocasiona que la tierra quede sumida en «una noche negra, negra como
el azabache»; el surgimiento del sol, restituido desde el zenit por
el pájaro conoto quien lo entrega a un mono blanco: Mayowoca
completa a 2 seres humanos, a quienes les enseña «la tierra y el
cultivo de todas las artes»; posteriormente, hace una fiesta «en
la que les enseñó la fabricación de la bebida alcohólica
favorable a la comunicación con el cielo: elóki». También, como
en otros mitos, dejó sus huellas antes de ascender a las nubes, en
el lugar donde se separó de los hombres «…para perenne recuerdo
de su marcha entre los hombres…» Los yukpas viven en la región
de Perijá (Edo. Zulia) cerca de la frontera con Colombia; son
vecinos de los barís (motilones: familia chibcha) y de los indios
japrerías, no clasificados lingüísticamente. Yukpa-Yukko,
significa: persona, hombre, gente, tanto para el grupo étnico
venezolano como para los que viven en Colombia; usan como trajes una
túnica de algodón, para protegerse del frío en la sierra; duermen
en el suelo, encima de un apoto (esterillas). Sus piaches son tuuano
(el sabio conocedor de las tradiciones y del poder curativo de las
plantas); tomaika (el cantor) quien aprende sus cantares en sueños
y su prestigio se debe al número de canciones que sabe, y tipiacha
(el curandero especialista en plantas medicinales). Uno de los
cuentos de los yukpas «El día y la noche», nos remonta, una vez
más, como en todas las literaturas indígenas venezolanas, al
«comienzo de los tiempos», cuando había 2 soles: «Uno de los
cuales salía cuando el otro se ocultaba». Otra narración,
«Atopoinsha, el invisible, héroe de la guerra», presenta una
ubicación geográfica de Perijá; lugares como el río Yasa, el
río Negro, Santa Ana y la Laguna de la Muerte son escenario de las
aventuras de este héroe invisible, quien logra deshacerse de los
Moterú; de allí que «…desde entonces los yukpa han vivido en
las montañas de Perijá y los Barí, los pocos descendientes de
Moterú viven en la parte más meridional de la Sierra…»
Familia arawak: De esta familia lingüística existen actualmente 9
grupos, de 2 de los cuales (guajiros y guarekenas) se presenta una
breve muestra de su literatura. Podemos considerar a la de los
guajiros como dividida en géneros mayores y menores. A los primeros
corresponden los mitos, leyendas, cuentos y poesía, cuyos temas son
la «historia», es decir, la explicación que deben darse a sí
mismos de todos los hechos acaecidos desde una época primigenia,
ancestral. Por ejemplo, «El origen del fuego» es un mito por el
cual sabemos que «…sólo Maleiwa poseía el fuego en forma de
piedras encendidas que celosamente guardaba en una gruta fuera del
alcance de los hombres…» hasta que el joven Junuunay «cogió de
la fogata dos brasas encendidas y rápidamente las metió en un
morralito que llevaba oculto bajo el brazo… se dio a la fuga, y se
escurrió por entre las malezas que circundan la gruta». En su
desesperación entregó unas brasas a Kenaa, un joven cazador, a
quien Maleiwa convirtió en cocuyo nocturnal. Junuunay le entregó
después otras brasas a Dimut, el cigarrón, quien lo fue dando a
todos en los árboles y se extendió por todas partes. Los hombres
encontraron el fuego por el niño Serumaa, a quien Maleiwa
convirtió en un pájaro que salta de rama en rama. Los cuentos
abarcan diversidad de temas como «El perro y el caimán»; «Zorro
y aguaitacamino»; «La abeja en busca de casa»; «La primera
tejedora en la Guajira»; «El mapurite y el conejo»; «Relato de
un guajiro bonachón»; «Relato de un guajiro joven y haragán».
Todas las costumbres de los wayúu son tratadas en estas
narraciones. También en la poesía de los wayúu es posible
observar los temas de la naturaleza; son los elementos de ésta los
que configuran las metáforas e imágenes de tales discursos. Los
géneros menores están representados principalmente por las
«Interpretaciones de los sueños». Los guarekenas que habitan en
el estado Amazonas pertenecientes a la familia lingüística arawak,
vecinos de los barés, banibas y piaroas (no clasificados) poseen un
panteón bastante completo, de 16 divinidades, reconstruido por
medio de investigaciones lingüísticas (1970-1974), recolección de
textos míticos y grabación de cantos rituales, exploraciones por
el río Xié, (Brasil), por parte del antropólogo Omar González
Ñáñez, no sin olvidar las fuentes históricas. Uno de los mitos
es «El mundo antes de Mápiruli», que concluye con la llegada de
éste, que «se oyó pero no se vio» en la casa ritual; él traía
«…muchos petroglifos donde estaban en dibujos la forma de
construir casas, la cestería, artesanía, diseños de curiaras, y
los imákanasi o apellidos de la gente…» Otros grupos de la
familia lingüística de los arawak son los barés (que no deben ser
confundidos con los barís o motilones), los banibas y los piapokos,
que habitan todos en el estado Amazonas. Los primeros relatan «La
historia del monito Pwácari», en la cual intervienen seres humanos
y animales. Los banibas tienen como uno de sus héroes culturales o
como figura religiosa a Napiruli, quien tenía mujer; fue el creador
del conuco (miuri): quemó la montaña durante 2 días y al tercero
sembró sólo 3 medidas, que produjeron todos los tipos de frutos
del conuco: «ñame, yuca, ají, plátanos». Pero los banivas se
cansaron de él, y lo mataron valiéndose de una brujería. En «El
origen del gaván, de la garza blanca y de los carpinteros de cabeza
amarilla y cabeza roja», los piapokos relatan que unos seres
humanos desobedientes se convirtieron, debido a esto, en dichos
animales.
Familia chibcha: De esta familia sólo hay 2 grupos actualmente en
Venezuela: los tunebos del estado Barinas y los barís (motilones).
Los barís están organizados socialmente de una forma muy
equilibrada y fuertemente integrados en una comunidad. Durante
siglos mantuvieron su independencia. El misionero fray Adolfo de
Villamañán, en Los barí cuentan su historia, nos ofrece una
narración, producto de sus conversaciones con diversos grupos las
cuales grabó, espontáneamente, durante su convivencia de 16 años
con esta etnia. Los barís recuerdan la época de aislamiento y de
persecuciones, cuando la Independencia, y también cuando se
produjeron sus esporádicos contactos, tanto con los dabaddó
(criollos) como con los moashís (yukpas). Llegan, incluso a
confesar las represalias ejercidas por ellos contra los pueblos
vencidos, como los yukpas y los blancos, de quienes tomaron niños y
niñas con los cuales años después contrajeron matrimonio.
También narran las tácticas de los blancos para con ellos; muchos
niños fueron hechos presos. De allí que se organizaran en cuerpos
de vigilancia, llamados kairañá. La invasión se acrecentó hacia
los años 1956-1957, y ellos tuvieron que abandonar las tierras
planas y ocupar las de la sierra. El barí vio en el misionero a sus
Basunchima (sus muertos que viven en el cielo y se desplazan donde
ellos quieren) que vienen a la tierra para consolarlos en sus
continuas angustias causadas por los dabaddó. No entendían como
estos intermediarios entre la «comunidad de la tierra» y la
«comunidad de los que viven otra vida», pudieran convivir con los
yukpas y los criollos. Durante la campaña aérea de los misioneros
para pacificarlos («Las bombas de paz»), los barís compusieron
canciones al oír el ruido de los helicópteros, para que los
Basunchima percibieran su alegría y les enviaran sus regalos.
Los waraos y los wahíbos: Entre los grupos no clasificados
lingüísticamente encontramos 9 etnias: warao, sapé, arutaní,
sanemá-yanomami-yaniman, puinabe, piaroa, yaruro, wahíbo y
japrería, de los cuales se presenta una muestra de 2 de ellos: los
waraos y los wahíbos. Los waraos (waiao-guarotu-guaraúnos) son la
«gente de las embarcaciones», habitantes del estado Delta Amacuro,
que viven en las márgenes del Orinoco, y en sus afluentes. De los
«jotarao o jotarotu» (gente de tierra o «morador de las tierras
enjutas»), término con el cual designan a los criollos o a otros
indios, han recibido muchas influencias, lo cual se ha traducido en
sus expresiones culturales. Su literatura está íntimamente
relacionada con su concepción espiritual. Sus géneros mayores
(mitos y leyendas) poseen, como principal referencia, una creencia
religiosa, en la cual se destacan varios personajes íntimamente
relacionados con el mundo telúrico-mágico: El joarotu o
«lanzador», «flechador» de seres imaginados por él, objetos
animados o inanimados, en el organismo de otro hombre, por medio de
una visualización (que puede ser mental) de la persona a quien
pretenden embrujar. El medio para lograr sus fines es la joa:
manifestación nigromántica de un mundo quimérico que puede ser
ofensiva o libertadora del mal (defensiva). El Wisidatü, es el
sacerdote consagrado, cuya participación en el mundo espiritual o
de Joabo lo eleva a un plano superior con relación a los espíritus
subalternos, causantes de las enfermedades al haberse introducido en
los cuerpos de los hombres. La curación se hace por medio del
canto, donde se invita a los espíritus a salir del cuerpo del
«paciente». Si éstos no acceden, se necesitará la ayuda de los
karekos o espíritus que viven dentro de la «maraka sagrada»
(marimataro), depositada en la casa del Gran Jebu o santuario.
Dentro de esta concepción, debe señalarse una estructura cósmica
dividida en 2 planos: Un mundo sideral o «mundo mitológico de las
alturas» y otro subacuático. A lo largo de estos discursos, el
«hombre de las canoas», se aplica, a sí mismo, la existencia del
primer hombre: Jaburí y de la primera mujer: Wanta. Debe resaltarse
que este hombre «…no tuvo padre. Él se hizo a sí mismo, y él
mismo hizo las otras cosas». El nombre de Jaburí quiere decir «el
que tiene mucha familia, porque él fue el padre de todos los
waraos». También se nos da a conocer el origen del fuego, elemento
semi-sagrado para el warao. La «dueña del fogón» es una mujer
llamada Jeku-Arotu. Coexisten, con estos mitos y leyendas, una serie
de cuentos, entre los cuales debe destacarse el ciclo del Tigre
(Tobe) y el conejo (Konejo) donde podemos encontrar la presencia de
estos 2 personajes tan arraigados en la cultura venezolana y que han
sido objeto de estudio por parte de los folkloristas: «El tigre
engañado», «El tigre enemigo del mono». Los géneros menores
warao están representados por las canciones. Es el nombre que
recibe la poesía warao por haber sido transcrita entre melodías
(Mosonyi las define como «poemas-paisajes») y no puede desligarse
la música del texto. Las características principales son la
libertad poética (adecuación entre la letra, el ritmo y tiempo de
la música) y el sistema de relleno, mediante partículas carentes
totalmente de sentido, usadas a manera de tarareo. Las adivinanzas
(wajanarí) concebidas como un juego de los jóvenes, nos introducen
a un mundo lírico, gracias a las figuras por ellas utilizadas, como
el pico encorvado del pájaro carpintero que es un anzuelo. L.B.S.
Recolección y transcripción de las literaturas indígenas
Desde tiempos muy antiguos se venía definiendo a la literatura oral
como «el arte de expresar con belleza las ideas y los sentimientos
humanos, mediante la palabra». Ya hubo quienes advirtieron que «la
poesía existió antes de la escritura» y que, por otra parte, no
todo lo que estaba en letras (littera) alcanzaba la categoría de
obra literaria. Pero, no obstante estas advertencias y premisas,
hasta hace muy poco tiempo en los tratados de preceptiva literaria y
en la historia de la literatura no era frecuente la expresión
«literatura oral». La aceptación de esta paradoja, aparentemente
falsa pero muy verdadera en su contenido, ha dado origen al
descubrimiento de un «nuevo mundo literario», en verdad tan
antiguo como el hombre hablante; pues para la palabra, estar escrita
o no es una diferencia muy importante, pero accidental. El
prejuicio, que excluía lo meramente oral del campo literario y que
inconscientemente se aplicó a todos los pueblos de la tierra,
también se extendió y aparentemente con más razón a los grupos
humanos que no tenían escritura. Ágrafos resultaron ser los
pueblos indígenas venezolanos y por lo mismo, excluidos a priori
del campo de las bellas letras. Lo cual extrañará menos si se
tiene en cuenta que hasta fechas muy cercanas se ha tenido que
luchar para que se reconozca que dichos pueblos hablan verdaderas
lenguas, transcribibles, susceptibles de crecimiento, y no carentes
de las categorías gramaticales necesarias para la clara expresión
de los pensamientos. Entre los que estudiaron y apreciaron las
lenguas de los indígenas venezolanos, apenas el padre Felipe
Salvador Gilij y algún otro llegaron a darse cuenta en el siglo
XVIII de que entre ellos había verdaderas creaciones literarias.
Anteriormente, en el siglo XVI, Pedro Mártir de Anglería, al
transcribir algunas de las leyendas recogidas por Ramón Pané entre
los taínos de la isla Española (Santo Domingo) había previsto que
serían clasificadas como «niñerías» mientras que otras
similares de los griegos lograban la clasificación de bellas piezas
literarias. Por estos motivos no será mucho lo que se logre
recolectar de creaciones literarias de los antiguos pueblos
aborígenes venezolanos leyendo a los historiadores y cronistas;
pero sí será tanto o más que las huellas y fragmentos, que van
encontrando los arqueólogos. Como ejemplo puede citarse lo que el
mismo Anglería dice de los indios de Santa Fe, al oeste de Cumaná,
en su libro Décadas del Nuevo Mundo, describiendo sus canturías y
danzas escenificadas. Ya en el siglo XX al instalarse los misioneros
entre los indios waraos del Delta-Amacuro (1924) y los pemones de la
Gran Sabana (Edo. Bolívar) (1931), y con la publicación desde 1939
de la revista Venezuela Misionera, se comenzó la recolección y la
divulgación de la «literatura oral indígena» de varios géneros.
Esta recolección y difusión se ha ido extendiendo a los indígenas
de la Guajira y algunos otros. Esta literatura ha pasado a los
textos escolares, forma parte de los estudios en algunas escuelas
liceístas y universitarias y es suministrada al público por la
prensa, radio, televisión e incluso el cine y el teatro. También
notables literatos como Arturo Uslar Pietri y Ernesto Cardenal han
incluido en sus escritos algunas de estas piezas con pequeños
retoques. Se han hecho traducciones a otras lenguas, y universidades
extranjeras las estudian y las divulgan en sus revistas. En
Venezuela, después de la revista Venezuela Misionera, órgano de
los Estudios Venezolanos Indígenas que lleva casi medio siglo de
publicación mensual, el mayor impulso al estudio de las lenguas
indígenas venezolanas en todos sus niveles (el más alto es el de
sus creaciones literarias) y a la difusión de las mismas, lo ha
dado la Universidad Católica Andrés Bello desde su Centro de
Lenguas Indígenas, fundado el año 1968, con su revista Montalbán
y su publicación de la Serie Lenguas Indígenas, mayor y menor.
Algunas otras particularidades deben ser anotadas: que se han hecho
publicaciones bilingües (lengua indígena y castellano u otra
lengua); que algunos indígenas han comenzado a ser recolectores y
traductores; y que está en marcha la formación de «logotecas»
(grabaciones de conversaciones, narraciones, cantares, entre otros)
en todas las lenguas indígenas vivas. Entre ellas está incluida la
Logoteca Pemón, con más de 1.300 horas de grabaciones. Aunque
estas actividades académicas van convirtiendo a las literaturas
indígenas en literaturas escritas, para sus hablantes seguirán
conservando por cierto tiempo su calidad de orales, vivas y como
tales en crecimiento y en cambio; pero con tendencia muy fuerte a
olvidarse porque las emisiones de radio tienen gran penetración y,
en escala mucho menor, también la prensa; y ambas cosas desplazan
lo casero para dar lugar a lo exótico; las conversaciones
familiares (especialmente de la noche y de las reuniones festivas)
se llenan con cantares y noticias del mundo exterior circundante.
Aunque la recolección y divulgación de la literatura indígena
oral en Venezuela comienza en la década de 1920 al 1930, debe
tenerse en cuenta que los waraos, los pemones, los guajiros y otros
grupos no están limitados a las fronteras de Venezuela y viven
también al otro lado de las mismas, en Guyana, Brasil y Colombia; y
en estas naciones vecinas ya antes de aquellas fechas se habían
hecho algunos trabajos de esta especialidad. Un ejemplo es la
notable colección de mitos y leyendas que Theodor Koch-Grünberg
recogió en su libro Von Roraima zum Orinoco, correspondientes a
indígenas que vivían en territorio venezolano y a otros del Brasil
o de la antigua Guayana Británica (hoy Guyana).
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