Tradiciones
y Costumbres - Poblamiento
Prehispánico
La
utilización conjunta de las evidencias arqueológicas, lingüísticas
y etnohistóricas para analizar las características del poblamiento
prehispánico de
Venezuela, muestra, en todos los casos, la presencia de influencias
culturales de múltiple procedencia que se fusionaron dentro del
actual territorio nacional. Los estudios realizados entre 1935 y
1944 por distintas misiones arqueológicas señalan, por una parte,
la presencia de un eje occidental N-S, a través del cual habrían
llegado influencias tanto de América Central como del O de Suramérica
y por la otra, la existencia de un eje cultural N-S en el oriente de
Venezuela que habría canalizado las influencias provenientes del E
de Suramérica de paso hacia las Antillas, así como también las
provenientes del NE de Suramérica que se habrían difundido hacia
el SE del subcontinente. Tanto en el oriente como en el occidente de
Venezuela, estos grandes ejes migratorios dieron origen a la
penetración de patrones diversos, los cuales posteriormente
entraron en contacto al producirse movimientos migratorios
transversales E-O y viceversa. Se conformó así un patrón de rutas
de poblamiento y dispersión cultural que se asemejaría a la forma
de una «H». Sobre la base de esta teoría de las migraciones
prehispánicas venezolanas,
se han elaborado otros modelos complementarios, según los cuales la
existencia de estas 2 grandes rutas migratorias N-S en el E y el O
respectivamente, habrían dado origen a una dicotomía cultural: las
poblaciones de occidente se habrían caracterizado por el cultivo
del maíz y una alfarería decorada con motivos pintados
policromados; en contraste, las poblaciones del oriente cultivaban
la yuca y tenían una alfarería decorada con motivos y modelado
incisos. La historia de las sociedades agricultoras precolombinas
habría estado determinada en consecuencia por la interacción de
influencias culturales que se cruzaron entre oriente y occidente.
Otra hipótesis parecida en relación con el poblamiento de
Venezuela, plantea que las oleadas migratorias formaron 2 troncos:
uno occidental caracterizado principalmente por movimientos de
grupos humanos e influencias culturales provenientes del O de Suramérica
y América Central que habrían originado culturas como la
timoto-cuica, la achagua; y otro oriental, cuyo origen estaría
localizado en la cuenca amazónica. Las oleadas migratorias prehispánicas
también han sido caracterizadas como pertenecientes a 2
grandes familias lingüísticas suramericanas: la arawak y la
caribe, cuyos orígenes más remotos
han sido ubicados en la región central de Suramérica. En general,
se ha considerado que los grupos sedentarios más
antiguos que se asentaron en el actual territorio venezolano
eran de filiación lingüística arawak y a ellos se les atribuye la
introducción y desarrollo de la agricultura. Estas poblaciones
arawakas habrían constituido una especie de estrato étnico básico
para Venezuela, que se habría roto o fragmentado con la
irrupción posterior de una oleada migratoria oriental, que también
se habría extendido hacia el occidente de Venezuela pasando por el
territorio actual de Colombia, originando así una división
cultural entre caribes orientales y caribes occidentales. Se supone
que la presencia continua de toponímicos dispersos desde el Orinoco
hasta la región central de Venezuela, podría inferir en ésta la
presencia de enclaves de población de posible filiación caribe.
Asimismo, se puede explicar la influencia caribe hacia el occidente,
por la presencia de grupos indígenas de esa filiación en el lago
de Maracaibo y la sierra de Perijá.
Conjuntamente a estas grandes corrientes migratorias de
arawakos y caribes pudo haber otras migraciones, quizás
de menor intensidad, que también dejaron su huella. Es el
caso de algunos rasgos mesoamericanos como el juego de pelota,
autosacrificio de sangre o el uso de la barba que estuvieron
presentes entre los guamos, otomacos y guamonteyes del Orinoco y el
de los ritos de sacrificio y degollamiento de víctimas humanas,
entre los caribes, muy similares al denominado tlacaxipeualiztli de
los nahuas mexicanos.
Tal
como hemos visto, la etnología, relacionando datos lingüísticos,
etnográficos y arqueológicos,
ha podido determinar un modelo de migraciones prehispánicas
en el que resaltan los movimientos efectuados a lo largo de 2
ejes N-S, ubicados al E y el O de Venezuela y una serie de líneas
de flujo entre uno y otro, las cuales constituirían movimientos de
población expansivos, cíclicos o esporádicos. Desde el punto de vista arqueológico esta teoría se
enriquece al señalar, además
de estas grandes líneas de flujo migratorio, puntos
culturales nodales en el territorio. Con la evidencia arqueológica,
Venezuela deja de ser una simple encrucijada o zona de paso de las
oleadas migratorias, y se convierte en un centro de confluencia de
un importante número de grupos humanos, los cuales, por los
procesos de adaptación a los nuevos ambientes donde se asentaban, y
el mestizaje de culturas, produjeron formas sociales nuevas que
sirvieron de arquetipos a otras poblaciones de territorios vecinos.
En tal sentido, podemos establecer 3 grandes períodos histórico-sociales
para el análisis de las corrientes de población que contribuyeron a conformar
la sociedad precolombina venezolana:
a)
Migraciones de cazadores: Las evidencias arqueológicas más
antiguas nos indican que las primeras oleadas de población
que penetraron el territorio venezolano por lo menos 15.000 años a.
C., estuvieron constituidas por grupos humanos que derivaban su
subsistencia de la caza de mamíferos y de la recolección de frutos
y raíces silvestres. Al parecer, los antiguos cazadores convivieron
al menos durante cierta época, con una megafauna caracterizada por
mastodontes, caballos, megaterios y gliptodontes. Como consecuencia
del fin de las glaciaciones alrededor de 12.000 años a. C.,
reinaban condiciones climáticas
distintas a las actuales. Posiblemente hubo mayor humedad, y
la flora más abundante permitía la sobrevivencia de los hervíboros de la
megafauna. Los cazadores de esa época formaron parte de la oleada
migratoria que vino de Norteamérica, adonde habían llegado desde
Asia atravesando el estrecho de Behring en una fecha que podría
estimarse entre 28.000 y 40.000 años a. C. Las puntas de proyectil
que fabricaban estos cazadores eran confeccionadas con núcleos de
piedra, y sus formas recuerdan los artefactos que fabricaban los
grandes cazadores de la llamada «tradición plana», la cual está
caracterizada por puntas para armas arrojadizas de forma
oval, con lados paralelos y ambos extremos aguzados. La presencia de
dichas puntas en el sur de Norteamérica, Mesoamérica y el litoral
Pacífico de Suramérica, deja entrever la existencia de migración
humana en dirección NS. Pero, ¿en qué momento y cómo se dispersa
de ese grupo principal la rama que se desvía hacia el NE de
Venezuela y cuyos principales exponentes los encontramos hasta el
presente en sitios arqueológicos tempranos del estado Falcón? La
ruta terrestre más obvia
pasaría por Centroamérica, entraría al subcontinente por Colombia
y de allí se dirigiría hacia el NE alcanzando a Venezuela. Pero
las evidencias halladas hasta el presente en Colombia no comprueban
que hubiese existido esa vía migratoria, ya que los hallazgos
realizados hasta hoy por los arqueólogos colombianos sólo indican
la presencia, desde 12.000 a 14.000 años a. C., de cazadores que
poseían una industria lítica y ósea muy rudimentaria, totalmente
distinta al instrumental especializado de los cazadores del NE de
Venezuela.
b)
Migraciones de recolectores: El fin de la sociedad de cazadores,
parece haber sido coetáneo con
el clímax de los grandes cambios climáticos
que marcaron el desarrollo del Cuaternario. Posiblemente
ocurrieron extensas modificaciones del antiguo litoral venezolano
como consecuencia del levantamiento general del nivel del mar, por
lo cual muchas de las antiguas zonas costeras fueron sumergidas por
las aguas, cambiándose quizás
también las características de la fauna y la flora en
dichas regiones. Estos cambios determinaron, por una parte, la
desaparición de la megafauna que hasta entonces parece haber estado
asociada con los cazadores y por la otra, que tuviera lugar una
redistribución general de la fauna terrestre, la cual pudo haber
influido para que aquellas poblaciones o parte de las mismas,
buscaran su subsistencia en la fauna marina. La abundancia y
relativa estabilidad de los recursos marinos le dieron tanto a los
recolectores venezolanos como a los del resto del continente, la
oportunidad de formar comunidades más
sedentarias. Hasta el presente, las evidencias arqueológicas
indican que el área de
mayor concentración de estos grupos recolectores era en el N de
Venezuela. Estuvieron presentes en la península de Paria, alrededor
de los 4.000 a 5.000 años a. C., y se supone que tuvieron una
industria rudimentaria de piedra tallada, posible supervivencia de técnicas
utilizadas por los antiguos cazadores. Los sitios arqueológicos
localizados en las costas de los estados Sucre y Anzoátegui
y en la isla de Cubagua testimonian el desarrollo de una
sociedad especializada en la explotación del ámbito marino, la cual abandonó la piedra como materia
prima, para fabricar artefactos de conchas de caracol gigante
(Strombus gigas) tales como escoplos, raspadores, puntas de
proyectil, recipientes, etc. Esta capacidad adaptativa, que parece
haber incluido también el arte de navegar, permitió la expansión
de los recolectores marinos hacia las islas antillanas, muchas de
las cuales se encontraban todavía deshabitadas, convirtiéndose por
tanto en descubridores y primeros pobladores de las tierras
insulares. Hubo grupos de recolectores que posiblemente migraron al
S, siguiendo el litoral Atlántico
del NE de Suramérica dando origen al desarrollo de nuevas
comunidades que conservaron muchas de las características
ancestrales tales como el uso de la piedra para fabricar artefactos
de trabajo.
c)
Migraciones de agricultores: Los 2 últimos milenios antes del
inicio de la era cristiana constituyeron para los indígenas
suramericanos la fase final de la experimentación con el cultivo de
plantas el cual fue fundamento del desarrollo ulterior de la
agricultura. Este período fue también de reajuste y consolidación
social para muchas etnias; el paso de una economía recolectora a
una economía agrícola implicaba igualmente la búsqueda de nuevas
tierras que permitiesen desplegar las tecnologías de una nueva
forma de vida social. Fue posiblemente en este contexto cuando
tuvieron lugar los movimientos migratorios en Suramérica que iban a
determinar las características finales del poblamiento prehispánico
venezolano.
En
el oriente de Venezuela, la cuenca del Orinoco constituyó uno de
los polos de atracción para grupos humanos con una alfarería cuya
caracterización permite establecer relaciones con otras culturas
del O de Suramérica y de la cuenca amazónica. Estos grupos humanos
trajeron consigo técnicas de cultivo y procesamiento de la yuca
amarga (Manihot utilissima), ya conocida por grupos indígenas del
NE de Suramérica. Sobre la base de la agricultura vegetativa, se
formaron 2 importantes centros de población, cuya cultura había
luego de irradiar hacia el oriente de Venezuela, merced a los
desplazamientos humanos que ocurrieron en períodos posteriores. En
el bajo Orinoco, el sitio ancestral de Barrancas, originó lo que
conocemos como tradición Barrancas, alrededor de 1.000 a 600 años
a. C., cuyos portadores se difundieron hacia la costa central de
Venezuela formando o contribuyendo a formar nuevos asentamientos
humanos en la región del lago de Valencia y en el litoral del
actual estado Carabobo alrededor de 200 años a. C. Otros grupos
barrancoides migraron hacia el NE de Suramérica invadiendo el N de
la cuenca amazónica y la región oriental de Venezuela. En el
Orinoco medio, para fecha similar, la región de Parmana al S del
estado Guárico constituye el asiento de pequeñas aldeas tipificadas por los
sitios de la gruta Ronquín, a partir de los cuales se desarrolló
una nueva tradición cultural conocida como Saladero. Al igual que
los barrancoides, estos individuos iniciarán
hacia comienzos de la era cristiana, un movimiento migratorio
hacia el NE de Venezuela, fusionándose
con los grupos barrancoides que ya habían llegado también a
dicha región y desplazando o absorbiendo a las viejas poblaciones
recolectoras que aún para esa fecha ocupaban el litoral y las islas
del oriente de Venezuela. De la confluencia de estas tradiciones,
surgió una nueva tradición conocida como saladoide costero, cuyos
portadores iniciaron un rápido
movimiento migratorio a lo largo del arco insular antillano,
desplazando y absorbiendo a su vez a los recolectores de dichas
islas, y llegando a Puerto Rico alrededor de 200 años a. C. Estos
emigrantes provenientes del territorio que luego sería Venezuela,
llevaron a las Antillas el conocimiento de la alfarería, la
agricultura y las pautas de vida sedentaria que luego serían
fundamento de la vida social de las etnias precolombinas de dicha
región.
Durante
los primeros siglos de la era cristiana, el Orinoco medio recibió
una nueva oleada de población conocida como tradición Arauquín,
cuyas características alfareras permiten señalar a la cuenca amazónica
como el área posible
de origen. Los recién llegados dieron muestra de poseer una cultura
vigorosa y organizada, ya que introdujeron importantes cambios en el
modo de vida de las poblaciones indígenas autóctonas. Partiendo
del Orinoco medio, grupos pertenecientes a esta tradición emigraron
hacia los valles de Aragua y la cuenca del lago de Valencia
ocupando, para finales del período prehispánico,
prácticamente todos
los valles del litoral central incluyendo el valle de Caracas. Por
otra parte, los arauquinoides comenzaron a desplazarse hacia el bajo
Orinoco alrededor de 200 años d. C., buscando quizás
asentarse en las riberas fértiles que bordeaban el río pero
que estaban ocupadas por las etnias barrancoides. Este movimiento río
abajo parece haber sido lento, pero culminó en el siglo XVI de
nuestra era con el ejercicio del control total del hábitat
orinoquense por parte de los arauquinoides. Aunque no podemos
establecer un paralelo entre estas poblaciones y las etnias
conocidas históricamente, si es posible decir que las aldeas tardías
del Orinoco donde se ha encontrado alfarería arauquinoide fueron
asiento de grupos humanos históricos de lengua caribe. Lo mismo
podemos decir del lago de Valencia, los valles de Aragua y el valle
de Caracas, hecho que puede darnos una base de análisis
para comprender la importancia de esta onda migratoria
orinoquense en el poblamiento prehispánico
venezolano.
Al
SO de Venezuela, en los últimos siglos antes de Cristo, los llanos
altos occidentales acogieron otra oleada migratoria conocida como
complejo Caño del Oso y complejo La Betania, cuyo punto de partida
puede ser ubicado al NE de Colombia o del Ecuador. Estos individuos
lograron diseñar y ejecutar complejas obras de terracería que
incluían montículos para viviendas, calzadas que servían como vías
de comunicación y diques para el control de las inundaciones y
campos de cultivo formados por largos camellones artificiales de
tierra que servían para preservar las plantas del exceso de agua
durante las crecidas de los ríos. Estos grupos humanos se
extendieron sobre gran parte del territorio de los actuales estados
Barinas, Apure y Portuguesa, correspondiendo en sentido general con
el territorio ocupado históricamente por los grupos indígenas
conocidos como achaguas y betoyes. En la región S del lago de
Maracaibo, las evidencias arqueológicas señalan para 600 años a.
C., la llegada de grupos de inmigrantes emparentados posiblemente
con las etnias que habitaban el litoral Caribe colombiano desde el
siglo XII. Al igual que los del Orinoco, cultivaban y consumían la
yuca amarga y se asentaron a lo largo de los ríos que descienden de
la vertiente occidental de la cordillera andina. Por otra parte,
alrededor de 1.100 años a. C., otros grupos inmigrantes, conocidos
como fases El Danto y El Guamo, afiliados también posiblemente a
etnias que habitaban el N de la actual Colombia, se asentaron a lo
largo de los ríos Escalante y Zulia, dando origen a grandes
poblados donde se cultivaba no sólo la yuca, sino también el maíz.
Es posible que las ondas migratorias ya señaladas, estén en el
origen de las actuales poblaciones indígenas del occidente del
lago, afiliados a la familia lingüística caribe y otros a la
chibcha. El NE de Venezuela parece que fue puerta de entrada de una
de las corrientes migratorias que tuvo mayor influencia en la
conformación ulterior de la cultura aborigen de la región
centro-occidental de Venezuela. Los grupos que llegaron con ella,
procedían posiblemente del occidente de Suramérica e introdujeron
prácticas agrarias con
el cultivo del maíz. Sus antecesores más
remotos, pueden ser ubicados en la fase Hokomo, en la Guajira
venezolana, alrededor de 1.000 años a. C., y en la fase Lagunillas
en la costa NE del lago de Maracaibo, alrededor de 400 años a. C..
Estos inmigrantes así como los grupos autóctonos a los que dieron
origen se distribuyeron a lo largo de los valles bajos del NE de
Venezuela, formando grandes aldeas agrícolas que tenían un marcado
carácter ceremonial.
Prueba de ello son los grandes cementerios o necrópolis encontrados
en sus poblados, en los que se evidencia una importante producción
artesanal, destinada particularmente a satisfacer las necesidades
religiosas. Asimismo, convirtieron muchas grutas y pequeñas cuevas
en adoratorios o cementerios, donde también se depositaba una gran
riqueza de material votivo. El modo de vida de estos grupos humanos
influyó grandemente en las comunidades que ocuparon el territorio
de los actuales estados Lara, Falcón, Yaracuy y Trujillo, puesto
que para el siglo XVI en esa zona existían aldeas densamente
pobladas, caracterizadas por un extraordinario desarrollo artesanal
y productivo, las cuales sirvieron de sostén a la colonización
española. Alrededor del siglo IX o X d. C., se hicieron presentes
en las regiones altas de los Andes venezolanos, grupos humanos
conocidos como fases San Gerónimo, Mucuchíes y Miquimú. Éstos
poseían técnicas agrícolas y cultivos especializados que les
permitieron colonizar los valles altos y las tierras vecinas a los páramos.
Construían pequeñas aldeas, cada vivienda poseía silos
subterráneos para
almacenar las cosechas, practicaban el cultivo en terrazas y el
empleo de estanques y canales de regadío para irrigar las
sementeras. Todos estos elementos relacionan dichos grupos con las
sociedades andinas prehispánicas
del NE de Suramérica cuyo modo de vida se expandió a lo
largo de los ecosistemas montañosos del occidente de Suramérica.
M.S.O./I.V.
Siglos
XVI-XX
El
proceso poblador del territorio actual de Venezuela se inició desde
los lejanos tiempos de la aparición del hombre en el NO del
subcontinente suramericano. En ese largo proceso, que comenzó hace
más de 12.000 años,
se distingue claramente la etapa del predominio absoluto de los Aborígenes
en la ocupación del espacio geográfico
venezolano, de aquélla que inauguró la penetración de la
población hispánica. Durante los milenios en que el poblamiento indígena fue el
único que se extendió sobre la superficie del país, quedó
establecido el patrón que hasta ahora ha regido la distribución
espacial de los habitantes. La presencia aborigen antes de la
llegada de los españoles se mostraba, en primer lugar, en el arco
costero-montañoso que bordea de NE a NO la extensa cuenca
orinoquense, en segundo lugar, en la amplia región de los Llanos y
en tercer lugar, en las riberas de los principales ríos de la
Guayana. En ninguna de esas zonas existió un poblamiento autóctono
homogéneo, ya que en ellas, por el contrario, coexistieron formas
de ocupación del territorio muy diversas, las cuales reflejaban la
variedad de los modos de vida, la diferente evolución tecnoeconómica
de las comunidades y las desiguales condiciones ambientales donde éstas
actuaban.
En
la franja costero-montañosa se desparramaba en la época del
contacto inicial con los europeos, la población aborigen con los
tipos de hábitat más complejos, tanto por la intensidad de la presencia humana
como por la estabilidad de las agrupaciones que la misma formaba. En
tal franja, las manchas de poblamiento se ubicaban esencialmente en
los Andes y el sistema coriano, y de manera secundaria, en las zonas
centro-costera y costero-oriental y en la cuenca del lago de
Maracaibo. El poblamiento indígena de los Andes y el sistema
coriano constituyó la cobertura humana más importante de Venezuela antes de la incorporación de los
españoles. Los conquistadores encontraron allí las comunidades más
numerosas y los asentamientos más
estables. En la región andina, según los datos aportados
por los cronistas y la investigación arqueológica reciente, se
desarrollaron aldeas más o
menos permanentes, gracias al surgimiento de una tecnología agrícola
de cierta eficiencia. La construcción de andenes o terrazas para
cultivar las pendientes, el uso de silos subterráneos
para reservar alimentos, el empleo de estanques o diques para
almacenar el agua de los ríos, las quebradas o las lluvias
utilizada en el riego de
los cultivos, fueron elementos tecnoeconómicos que hicieron brotar
una vida sedentaria en el seno de núcleos de proporciones modestas.
Los timotes y los cuicas, que se extendían principalmente por el
territorio que en forma aproximada corresponde hoy a los estados Mérida
y Trujillo, dejaron constancia de su sedentariedad en la toponimia
de numerosos sitios. Localidades actuales como Timotes, Jajó,
Mucuchíes, Mucurubá, Mucutuy,
Tabay, Chiguará, Acarigua,
Torondoy, fueron aldeas de las indiadas de esas denominaciones.
Muchos pueblos y ciudades andinos que hoy llevan nombres impuestos
por los conquistadores, se fundaron en los caseríos precolombinos.
La ciudad de Mérida se halla emplazada en la mesa donde los indios
tatuyes tenían su vecindario llamado Tatuí; el actual pueblo de El
Morro constituyó el asiento principal del grupo indígena mirripú;
la pequeña ciudad de Lagunillas era simplemente la aldea que los
naturales llamaban Zamu o Jamun o Xamue. En las tierras que ahora
forman el estado Táchira, centros
poblados como Queniquea, Capacho, Seboruco, Táriba,
Lobatera, Borotá, recuerdan
los núcleos de comunidades de extracción aruaca o caribe. La
aparente profusión de las aldeas y comunidades precolombinas de los
Andes no permite calificar su poblamiento de denso o muy denso, según
el sentido que esos términos tienen en las sociedades modernas. Las
características morfológicas del paisaje andino y la sencillez de
los elementos técnicos de que disponían sus pobladores, sólo podían
tolerar asentamientos humanos muy pequeños, cuya importancia se
deriva, más que de sus
magnitudes, de su carácter estable.
En estrecha conexión con el poblamiento autóctono de los Andes se
hallaban las comunidades ubicadas en el sistema coriano y sus
espacios vecinos. En esta región, los europeos encontraron
poblaciones indígenas casi tan importantes numéricamente como las
de la zona andina. La presencia humana la impusieron allí los
caquetíos y jiraharas, junto con los gayones, cuibas, coyones,
achaguas, ayamanes y cuicas. Casi todas esas tribus, por depender a
menudo de actividades sedentarias, tejieron con aldeas de relativa
permanencia la red fundamental de su poblamiento. Tanto los
conquistadores como los cronistas se mostraron impresionados por la
frecuencia de los caseríos aborígenes en muchos lugares de esta
comarca. Particularmente Nicolás
de Federmann, quien entre 1530 y 1531 recorrió casi todo ese
territorio, tuvo ocasión de comprobar en las tierras que hoy forman
los estados Falcón, Lara y parte de Yaracuy, la existencia de
diversos asentamientos de cierta estabilidad, y gran número de
habitantes. Este tipo de hábitat, evidentemente,
se estructuró porque algunos de estos grupos desarrollaron prácticas
agrícolas basadas en la utilización de embalses o represas
para regar con las aguas de ríos o quebradas los campos de cultivo.
Por esos los caquetíos, a la llegada de los españoles, se
agrupaban en aldeas, algunas de las cuales se transformaron en
ciudades, villas o pueblos durante el período colonial. Centros
actuales como Coro, Capatárida, Cumarebo, Zazárida, Cabure,
Adícora, fueron núcleos que aquellos indígenas designaban con
iguales o parecidos nombres. Muchos otros vecindarios desaparecieron
con la Conquista, como Todariquiba, Jurejubero, Jurraque, Tomadoré,
Carona, Carao. Formaron también los caquetíos núcleos en el valle
del Turbio y las sabanas de Barquisimeto, los cuales, junto con los
que tenían en la costa oriental del lago de Maracaibo y a lo largo
del río Yaracuy, confirmaban la importancia de este poblamiento.
El
hábitat autóctono de
las zonas centro-costera, costero-oriental y de la cuenca del lago
de Maracaibo, en el momento del contacto inicial con los españoles,
no mostraba mayor complejidad, ni por su vigor ni por la estabilidad
de sus asentamientos. En general, las parcialidades indígenas de
las 2 primeras zonas, como los caracas, tomuzas, chaymas,
cumanagotos, píritus, y de la cuenca del lago de Maracaibo, como
los onotos, bobures, quiriquires, pemenos, chinatos, obtuvieron sus
subsistencias de actividades muy sencillas, tales como una
agricultura errante, la explotación de recursos marinos, la caza y
la recolección en los bosques, la pesca en ríos y lagunas. Estas
condiciones tecnoeconómicas originaron un poblamiento
semipermanente, integrado por caseríos muy pequeños que se
desplazaban, dentro de ciertos límites territoriales, en función
del traslado de los cultivos. Por tal razón, la ocupación del
espacio en esas regiones era muy poco consistente. Ni siquiera en
los sitios donde los conquistadores y cronistas señalan las
comunidades más numerosas,
como en los valles de Aragua y Caracas, la costa oriental, los
alrededores del lago de Valencia y la orilla meridional y el N del
lago de Maracaibo, existieron asentamientos estables. La cobertura
humana estuvo aquí representada por una dispersión de aldeas minúsculas,
formadas por 3 a 6 bohíos, con niveles muy bajos de permanencia. En
la región de los llanos el hábitat
precolombino se caracterizó por cierta diversidad, en virtud
de los diferentes grados de eficiencia de las comunidades para
obtener sus recursos. En los llanos bajos predominó el poblamiento
disperso, integrado por bandas nómadas cuyas subsistencias provenían
de actividades predatorias. En los llanos altos se localizaban, en
cambio, parcialidades indígenas que por combinar la recolección,
la caza y la pesca con actividades agrícolas, se mantenían
estables durante casi todo el año. Formaban así estos aborígenes,
sobre todo los que se ubicaban cerca del piedemonte de los Andes,
vecindarios que en algunos casos adquirieron dimensiones de alguna
importancia, como sucedió con Acarigua, pueblo que Federmann
calificó de gran villa y donde convivían caquetíos y cuicas. Sin
embargo, no prevaleció en estos llanos un hábitat
agrupado, ya que los niveles tecnoeconómicos de sus
pobladores no garantizaban una total sedentaridad. En las extensas
tierras de la actual Guayana existió un poblamiento prehispánico
muy inestable y de reducido volumen. En general, la margen
derecha del Orinoco y las riberas de sus principales afluentes, eran
los sitios preferidos por las bandas errantes que obtenían sus
provisiones de formas diversas de recolección. Sus caseríos tenían,
por consiguiente, el carácter
transitorio que imponía una frágil
adaptación al medio. El nomadismo predominante en esta región
se tradujo en la dispersión inestable de sus pobladores autóctonos.
La
etapa iniciada por la incorporación del componente demográfico
hispánico en el
poblamiento de Venezuela estuvo fuertemente condicionada por el diseño
geográfico que trazaron los pobladores precolombinos. No obstante,
impusieron los europeos sobre ese diseño formas novedosas de
ocupación del espacio, las cuales respondían al modo de vida que
con ellos trajeron. Dos características fundamentales reflejó
desde sus comienzos ese nuevo hábitat.
En primer lugar, los conquistadores implantaron unidades de
poblamiento que se constituyeron en centros de toda la vida social y
por supuesto, en núcleos necesariamente estables. En segundo lugar,
esas unidades sólo podían funcionar y desarrollarse en estrecha y
continua conexión, lo cual inició la formación de una verdadera
red de asentamientos humanos. Los primeros contactos hispánicos
con el territorio que más
tarde sería Venezuela, hicieron surgir pequeñas manchas de
poblamiento europeo muy periféricas. Este periferismo respondió,
por un lado, a la necesidad de fundar establecimientos de posición,
es decir, que sirvieran de bases para explorar los espacios
desconocidos del interior, y por otro, al carácter
comercial y expoliador de las expediciones que realizaron,
con la autorización de la Corona, empresas españolas particulares.
Este último rasgo predominó en los móviles de la creación y en
las características del funcionamiento de todos los núcleos que
los conquistadores establecieron durante las 4 décadas iniciales
del siglo XVI. El rescate con los indígenas, la rapiña de sus
productos, el rapto y la compra de indios para esclavizarlos, la búsqueda
de minerales y otras riquezas, dieron origen a pequeños caseríos
de europeos costaneros muy poco estables. Nueva Cádiz,
en Cubagua, que surgió hacia 1514 como una ranchería
hispana de buscadores de perlas, se expandió en pocos años para
desaparecer en 1544 con el agotamiento de los ostrales. Sirvió, sin
embargo, la efímera Nueva Cádiz
para impulsar el proceso poblador de la isla de Margarita,
porque de ésta obtenían los neogaditanos diversas provisiones.
Aparecieron así en el territorio margariteño los centros hispánicos
permanentes más antiguos de Venezuela. En sus pequeños valles prosperaron
los cultivos de plantas autóctonas y europeas, y la ganadería
adquirió cierto desarrollo. El efecto de esta situación fue tal
que en 1538 ya vivían en Margarita unos 400 vecinos o jefes de
familia. El hábitat de
esa isla sirvió, además, de
base para explorar otras zonas, sobre todo la que sería después el
oriente venezolano.
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