Tradiciones
y Costumbres - Sociedad
La sociedad venezolana se ha formado como un proceso desigual, lo
cual no es nada sorprendente y responde además de a las influencias
históricas tradicionales, como parte del imperio español, a otras
que se derivan de la influencia del petróleo. La sociedad
venezolana ha sido predominantemente vista desde el ángulo histórico
como una sucesión de acontecimientos en el tiempo o como el
resultado o efecto de ciertos factores determinantes. Pero no han
abundado las visiones que reúnan la interacción de los hechos e
influencias, en áreas como las de cultura, economía y política
entre otras, ni mucho menos las que le atribuyan importancia al modo
de vivir, a los hábitos y usos cotidianos.
Este es el enfoque desde el cual se presenta aquí un tema que por sí
mismo podría constituir un esfuerzo enciclopédico. Las
aproximaciones originales al tema se alimentaron de la evocación
anecdótica o memorialista, por anotaciones, observaciones de
viajeros o cronistas extranjeros, el más famoso de los cuales fue
Alejandro de Humboldt. Fueron los positivistas quienes desde fines
del siglo XIX y especialmente en el actual, iniciaron un debate más
riguroso sobre la configuración y sustancia de la sociedad. Más
tarde, los marxistas han ensayado su metodología, la cual pone énfasis
sobre líneas parciales del proceso histórico. Nuevos sociólogos,
influidos por Emile Durkheim, Max Weber, Schumpeter, Talcott
Parsons, entre otros, se han incorporado a los analistas. También
los que desde el ángulo de la teoría de la dependencia, de tanta
divulgación en América Latina, desde el decenio de 1960, insertan
el proceso social del país dentro de los rigurosos moldes de la
economía internacional y las relaciones de subordinación que en
ellas se originan. En la mitad del decenio de 1980 la sociedad
venezolana ofrece un cuadro variado y complejo a los ojos de los
analistas, especialmente por los usos, costumbres, hábitos y
tensiones de la sociedad urbana, los índices de criminalidad, los
fenómenos de transculturación, movimientos migratorios internos y
externos, la violencia política y no política, las drogas, las
características del consumo y por encima de todo, el impacto de la
riqueza originada por el ingreso petrolero. Sin olvidar que no sería
integral la percepción de la sociedad venezolana contemporánea sin
relacionarla con el sistema político, el cual, desde 1958, ha
acumulado un grado significativo de estabilidad. La investigación
sobre la sociedad venezolana se profundiza especialmente con el
aporte y contribución de los antropólogos, los especialistas en
nutrición, los geógrafos, criminólogos, historiadores, politólogos,
economistas y toda la numerosa familia de expertos en las ciencias
sociales. Hay un flujo constante y creciente de datos,
investigaciones, interrogantes, destinados todos a enriquecer esta
visión.
Identidad, ruptura, continuidad, homogeneización, unificación
Un examen de la sociedad venezolana debe mirar hacia las líneas de
continuidad y ruptura, identidad y conflicto, homogeneidad y
unificación. Durante el período colonial la tensión entre las
clases, castas y estamentos ocupó gran parte del escenario. Los
blancos peninsulares y criollos, los mestizos, los pardos y los
indios, tuvieron entre sí serios distanciamientos los cuales se
vieron reflejados en la violencia que adquirieron tanto la Guerra de
Independencia (1810-1823) como la Guerra Federal (1859-1863). A
fines del siglo XVIII, las provincias que formaban la capitanía
general y que después constituyeron la República de Venezuela tenían
una población aproximada de 800.000 habitantes, divididos
globalmente así: 400.000 pardos (50%), 200.000 blancos (25%),
120.000 indios (14%) dispersos y alrededor de 64.000 esclavos (8%).
La mayor concentración demográfica se producía en lo que después
fue la región norcentral de todo el país y en menor grado en
partes del llano (actuales estados Cojedes, Portuguesa, Barinas y
Apure); la población de origen africano se agrupaba
predominantemente en el centro del territorio. Esta estructura
demográfica, básicamente relacionada con parte de la geografía,
sin comunicación activa entre las diversas regiones, por el obvio
aislamiento territorial, no vino a adquirir una relativa unidad
administrativa sino después de 1776-1777, cuando se integran en la
Intendencia de Ejército y Real Hacienda y la Capitanía General, lo
cual fue consecuencia de la política centralizadora de los
Borbones. La identidad nacional, sin embargo, tiende a formarse en
la guerra, no obstante que gran parte de ella fue un conflicto
civil, doméstico, interno, entre las clases que habían nacido en
el orden colonial. Pero la Guerra de Independencia produce una
ruptura la cual constituye pieza central en la evolución social y
política posterior. La conciencia nacional nace de la ruptura política
con España. Para los fines tácticos de los episodios militares y
para los estratégicos de la guerra esa ruptura era explicable.
Venezuela salió de la unidad del imperio español y de inmediato
comenzó a depender del mundo anglosajón capitalista. Las
tendencias centrífugas, atomizadoras, pulverizantes, de la sociedad
postcolonial, comenzaron a fluir desde todos los costados. Los
caudillos encarnaron la fuerza centrífuga.
La búsqueda de la identidad ha sido un afán continuo de los países
hispanoamericanos después de la independencia. Esta indagación
tiene mucho que ver con la perplejidad creada por la separación de
España. Algunas veces se ha concentrado en uno solo de los períodos
históricos o en una sola de las razas que componen el mestizaje.
Eso suele hacer olvidar que el hombre latinoamericano es el producto
de una totalidad de influencias culturales y de tiempos históricos
que no se excluyen sino que se suman y se integran. La identidad es
resultado del conjunto. Dentro de esas estimaciones es importante
interrogarse sobre la continuidad del proceso histórico venezolano.
Hay quienes valoran más las líneas de ruptura que las de
continuidad. Desde el punto de vista social no hay duda que la
guerra de separación interrumpe un curso normal de acontecimientos
predecibles y que altera las bases de la sociedad. Después de 1810
la guerra impone un grado de violencia, de contradicción, de pugna
y tensión entre lo que fueron las castas y estamentos coloniales y
el conflicto tiene un efecto devastador. Cuando termina la guerra, a
mediados del decenio de 1820, la antigua capitanía general era
irreconocible, así era de grande la destrucción, empobrecimiento y
perturbación originados por la contienda. La Guerra de
Independencia promovió el ascenso social de quienes habían formado
los ejércitos. La propiedad de la tierra obtenida como compensación
por los méritos y sacrificios en la lucha se concentró en unos
cuantos favorecidos, varios de los cuales ejercerían también el
poder político, como fue el caso de José Antonio Páez, los
hermanos José Tadeo y José Gregorio Monagas y otros. Pero no por
eso quedaron solucionados los desajustes sociales ya que los niveles
de desigualdad continuaron después del establecimiento de la República
en 1830. Frente al país urbano que buscaba fórmulas de compromiso
civil emerge otra realidad más extensa e impredecible, de clara raíz
rural, que irrumpe continuamente frente al sistema político
imperante y que termina por destruirlo definitivamente en 1863, con
la culminación de la Guerra Federal. Es ésta la más
representativa de las rebeliones venezolanas. Conflicto social de
gran proporción y duración, pues se desarrolla durante los años
que van desde 1859 a 1863 y termina por destruir las pocas bases que
quedaban de la economía colonial. La Venezuela de fines del siglo
XIX no quería parecerse en nada a la de 1830, 1840 o 1850. El país
quería nacer de nuevo y dividir claramente los diferentes períodos
de la historia como si no existiese ninguna continuidad. Y aunque
esto también ocurrió con la Independencia, conviene preguntarse,
si a pesar de todo, las inevitables continuidades no eran mayores
que las discontinuidades. Si el hombre, la cultura, la economía, el
comportamiento, los hábitos, eran iguales ¿cómo podía ser
diferente la historia que artificialmente se hace nacer un día
determinado? Puede que sean engañosas algunas apariencias. Es
cierto, por ejemplo, que con frecuencia se derogaban, se reformaban
o se modificaban las constituciones. Pero no por eso cambiaba la
realidad del sistema político, por más que sí puedan encontrarse
rasgos distintos entre la llamada República conservadora posterior
a 1830 y la liberal de 1850 o la autocrática de 1870. Las características
generales de la sociedad y de los sistemas de producción, de los hábitos
de trabajo y de la cultura política, sufrían menos alteraciones
que las anunciadas por proclamas, manifiestos y discursos, muestras
más de la retórica que de las realidades del cambio social.
La ruptura y la continuidad son así 2 hechos esenciales en la
historia y en la interpretación de la sociedad venezolana. No se
puede, por lo tanto, intentar una definición de la identidad
nacional sin una mirada integradora sobre la totalidad de los
componentes. Ni debe olvidarse, tampoco, el proceso de unificación
e integración del país. Venezuela surgió de la unificación de
provincias separadas unas de otras por las disposiciones del Estado
español. Una primera etapa unificadora se cumplió en las décadas
finales del siglo XVIII con la creación de la Intendencia, la
Capitanía General y la Real Audiencia, todas con sede en Caracas, y
la elevación del obispado de Caracas a arzobispado a comienzos del
siglo XIX. Otra durante la Guerra de Independencia, cuyo hecho más
sobresaliente desde el punto de vista estratégico fue la estimación
hecha por Simón Bolívar de que no podría triunfar si no buscaba
un centro geográfico territorial. Debía ser un punto de referencia
político y logístico-militar. Ese fue Angostura. El llano era un
escenario pero también un núcleo de abastecimiento. La asociación
de Bolívar y Páez fue una alianza con la realidad del territorio.
El efecto unificador de la contienda es indudable desde este punto
de vista. Pero también desde otros. Ideas de nación, de patria, de
unidad geográfico-política realmente no existían, no sólo por la
falta de comunicación y el aislamiento físico sino porque
conceptualmente cada provincia estaba separada de las otras. La
unidad nacional es siempre un proceso. Al principio puede inspirarse
en una abstracción o en un ideal. Pero para que tenga sentido tiene
que ser un hecho real, basado en la necesidad de comunicarse para un
fin y de unirse con una intención permanente. La unidad nacional no
puede ser abstracta. El mar, la costa, fue la primera realidad de
Venezuela. Por ella se inició la conquista, después de la llegada
de Cristóbal Colón. Más tarde la colonización permanece en
relación con la costa. Las primeras defensas militares eran, antes
que todo, una respuesta de país costero, invadible por el mar, en
una época en que el imperio español se enfrentaba a la poderosa
rivalidad de franceses, británicos y holandeses. Por otra parte, la
colonización buscaba las tierras más propicias para cultivar los
frutos exportables y que tenían mercado externo, independientemente
del absolutismo económico del Estado español que fue durante mucho
tiempo un factor limitante. Los valles entre las cordilleras
costeras y el llano eran propicios, sanos, fértiles, abrigados, con
agua suficiente. En la altura de las cordilleras también había
regiones adecuadas. Pero durante mucho tiempo el proceso político
se reduce a parte del occidente y del oriente costero y el llano.
Rivalidades y tensiones interregionales se reflejaron sobre el
comportamiento político de la nación. Curso lento, desigual,
contradictorio. El centro, es decir, parte de lo que era la
provincia de Caracas, la cual emprendía varios de los estados
actuales (Miranda, Aragua, Carabobo y Cojedes) fueron sometidos a
las presiones rurales que venían del occidente, del oriente y del
llano. Cuando a fines del siglo XIX, ya en el umbral del siglo XX,
un grupo de audaces soldados andinos invade el centro y se adueña
de los comandos centrales del poder, la nación termina de
integrarse, con un curioso efecto incidental: las partes que componían
la geografía tradicional ganan en cohesión desde la acometida
andina. Posteriormente, las vías y los medios de comunicación como
el automóvil, el camión, el autobús, la radio y por último el
avión y la televisión terminan de redondear el círculo de la
integración y de la cohesión nacional. El impacto del ferrocarril,
presente desde las 2 últimas décadas del siglo XIX, no fue notable
porque salvo las vías que comunicaban entre sí a La Guaira,
Caracas, Valencia y Puerto Cabello, las demás líneas se hallaban
inconexas y por otra parte el desarrollo ferrocarrilero resultó
truncado por la competencia de la carretera y del vehículo
automotor, aunque ambos medios de transporte hubieran podido y
debido complementarse.
Las nuevas generaciones han recibido la unificación como un hecho
natural. No siempre perciben que ha sido un hecho histórico
acumulativo, contradictorio y a veces traumático. La unificación
se hace pareja con otro hecho sobresaliente: la centralización.
Venezuela es un Estado centralista a pesar de la definición que
ofrece la Constitución vigente. Dice ésta en su artículo 2º: «Venezuela
es un Estado federal en los términos establecidos en esta
constitución». La centralización influye enormemente en el
comportamiento de la sociedad. Desplaza las decisiones hacia arriba
y hacia el centro. Este hecho repercute en la economía, ya que las
industrias y las fuentes de producción y de empleo tienden a
concentrarse en un área del territorio, no sólo porque allí está
el mayor volumen de población sino porque allí se toman las
decisiones. Todo lo que se aleja de la capital, se distancia también
de la influencia y de la presión. La electrificación ha
neutralizado un poco esta circunstancia, ya que las industrias
pueden así situarse más y más lejos. Por otro lado, los esfuerzos
descentralizadores administrativos no han tenido mayor éxito, como
parece desprenderse de la actuación de la mayoría de las
corporaciones regionales creadas en el último cuarto de siglo.
Desde un punto de vista sociológico, la centralización ha
contribuido a la urbanización, pero de un modo peculiar. La población
que se agrupa en ciudades no es consecuencia de la industrialización
sino de la aglomeración en búsqueda de oportunidades diversas. En
la época en que se concentraron las obras públicas en Caracas
(1948-1958) mucha gente se desplazó a la capital. Más tarde la
urbanización fue consecuencia del relativo fracaso de las
diferentes políticas agrarias emprendidas y de los bajos niveles de
producción y de productividad en el campo. Sin embargo, en los últimos
años esta tendencia se ha frenado algo, debido a diversas causas,
entre las cuales se cuenta la presencia de los centros poblados
surgidos de la reforma agraria, así como el aumento de la producción
agropecuaria en volumen y remuneración. A pesar de esto, el proceso
de la aglomeración urbana ha sido, en gran parte, ruralización de
las ciudades porque el campesino que emigra del interior transporta
con él sus hábitos sin cambiarlos por los de la cultura urbana. Al
desubicarse se desarraiga de su Ecología, de su sistema de vida y
de su ambiente afectivo. Esto produce un trauma muy común en las
grandes áreas urbanas de Suramérica y del Tercer Mundo, en algunas
de las cuales se producen fenómenos de contradicción y de
violencia social, de criminalidad e inseguridad, cada vez más
notorios. La antropología de las ciudades de Venezuela constituye
ahora un auxiliar indispensable de su espectro sociológico. Existe
un habitante, pero no siempre un ciudadano envuelto realmente en el
sistema político y económico. La gente que se agrupa sin un enlace
verdadero con los mecanismos de producción y de solidaridad forma módulos
de comportamiento no integrados. Los avances anteriores hacia la
integración y la unidad nacional vienen después a ser frenados u
obstaculizados por esta circunstancia. Hecho no menos importante que
los anteriores es el progreso registrado en la homogeneización del
país. Venezuela es hoy un país más homogéneo, fuera de sus áreas
de marginalidad; y podría tal vez pensarse que incluso éstas
conservan ciertos rasgos comunes, por diferente que sea la
procedencia geográfica de sus componentes. Elemento vertebral en la
homogeneización ha sido la televisión. La prensa y la radio habían
hecho un buen recorrido en este sentido, pero vino a ser la imagen
con su poderoso alcance la que ha fortalecido algo que podría
llamarse el semblante nacional. Hay hoy un tipo de venezolano, mujer
y hombre, cada vez más parecido, con hábitos y conducta más
semejantes, con trajes, estilos e inflexiones de la voz menos
diferentes. El consumo de drogas se ha expandido creándose así
problemas similares en las diferentes regiones. El tipo de
delincuencia también se nacionaliza, es decir, se extiende para
hacerse menos regional y más típico. Los cambios en la voz, en los
modos de articular las palabras y de la entonación, coinciden con
cierta unificación en el lenguaje de la juventud, el cual es en
parte, derivado de expresiones codificadas por la subcultura del
hampa nacional o internacional. Hecho todavía no estudiado
suficientemente pero evidentemente importante en una nación en la
cual la juventud forma más de la mitad de la población. El traje
tradicional del venezolano ha cambiado. El bluejeans no es
testimonio accidental de una subcultura sino tendencia a la
simplificación en términos universales. La importación de este
estilo coincide con un elemento climático: la temperatura ambiente
ha subido en las ciudades. La infraestructura urbana, la limitación
o reducción de las áreas verdes, el tráfico de automóviles, y en
general, todo el movimiento de superficie, han ido haciendo un clima
tropical más riguroso. El costo de la vida, por otra parte,
convierte algunas de las prendas tradicionales de vestir en artículos
de lujo. La informalidad en los hábitos, más fácil de extenderse
en una sociedad básicamente igualitaria, se refleja claramente en
el tipo de vestido del venezolano de esta última parte del siglo
XX. La homogeneización puede tener, en algunos aspectos, su
contrapartida negativa, pues podría aniquilar las culturas locales
y regionales y destruir la diversidad originada en la geografía.
Tal vez si se fortalece la vida local y regional desde el punto de
vista institucional y económico, podrían compensarse las
tendencias uniformadoras y estimular un balance entre una sana
homogeneización y una vital diversidad. Asunto nada simple ni nada
fácil, especialmente en un país cuyas características políticas
y sociales, así como el origen y la estructura de su ingreso, lo
hacen depender tanto de un núcleo central.
La sociedad y el medio natural y geográfico
El medio natural ha gravitado fuertemente sobre los procesos políticos
y sociales. El llano es un actor fundamental en la historia y en la
sociedad del siglo XIX, como la costa y el mar lo fueron en los
siglos XVI y XVII. La montaña andina sucedió a la influencia de
los 2 primeros a comienzos del siglo XX. El Orinoco no tuvo durante
muchos años la influencia que cabría esperar de un río de su
importancia; la colonización y el poblamiento se realizaron lejos
del gran río. Para una población escasa bastaba con los recursos
hidráulicos tradicionales. Un precario desarrollo industrial
tampoco solicitaba gran apoyo hidroeléctrico. Pero una vez que este
recurso comienza a estar presente nuevas perspectivas se abren y
desde ese momento la hidroelectricidad se incorpora a un proceso de
crecimiento nuevo, básicamente situado al sur del Orinoco. Energía
eléctrica, acero y aluminio, bauxita y uranio, integran ahora un
complejo geoeconómico y geopolítico destinado a repercutir en el
futuro de la sociedad venezolana. A eso es preciso agregarle la faja
petrolífera del Orinoco, la cual representa el gran acontecimiento
económico y tecnológico destinado a ser uno de los hitos que
contribuirá a marcar la frontera entre el siglo XX y el XXI. El
medio natural ofrece serias perspectivas a Venezuela. Para eso se
requerirá un conjunto de decisiones. La faja petrolífera es un
desafío importante. Hay allí una cuantía de petróleos pesados;
pero su explotación requerirá precauciones ecológicas
considerables. Así también la denominada «conquista del sur», en
la cual habrá que hacer compromisos entre lo que es económicamente
aprovechable, lo que puede ser organizado como espacio para
poblaciones o asentamiento de ciudades y el equilibrio y defensa de
la naturaleza. Nuevas ciudades para el futuro, poblamiento de
algunas áreas en las fronteras del sureste y del sur son, en
algunos casos, verdaderos retos. El peso de la capital y del centro
(con la conurbación Valencia-Maracay-Puerto Cabello), es todavía
muy decisivo y no puede decirse que hasta hoy la vida regional haya
cobrado un impulso definitivo. La arquitectura urbana, no obstante
la ausencia de un estilo predominante, ha tendido a reproducir las
formas caraqueñas y las ciudades, sin un centro efectivo y
dispersas por el crecimiento de suburbios residenciales o
simplemente el agregado de población marginal, siguen creciendo sin
mayores controles ni planificación. Algo en común registra una
característica nacional: los espacios urbanos concebidos para los
automóviles y en la concepción de las vías predomina la ingeniería
de carreteras. El habitante, el ciudadano, el peatón, recibe poca
consideración en el urbanismo venezolano. La ausencia de
nomenclaturas racionales en las áreas urbanas y el movimiento de
tierras en áreas verdes contribuyen a deformar el rostro del
espacio habitable. Son pocos todavía los parques en las ciudades y
pueblos de Venezuela, aunque a partir de 1960 se ha progresado
bastante en ese sentido. Las antiguas plazas conservan poco de su
reposado aire provinciano del pasado. Existe como un automático
impulso hacia la uniformidad, en gran parte consecuencia de la
centralización y del peso psicológico de la capital. A este hecho
sociológico se agrega otro también histórico: la falta de
conservación y mantenimiento. Hay como la idea de un eterno
comienzo, de un volver a empezar, de un inaugurar permanente. Mucho
tiene que ver esto con la abundancia de recursos que el ingreso
petrolero ha puesto en las manos de la gente y del Estado; pero
también a un hecho cultural tal vez proveniente de la antigua
movilidad de los aborígenes, una gran parte de los cuales no fueron
sedentarios en Venezuela, muy diferentes en eso a los de otras
regiones de América. La crisis económica de los últimos años ha
obligado tanto al sector público como al privado a revalorizar el
concepto del mantenimiento y la conservación, pero se trata de un
proceso que apenas se inicia. Venezuela es un país sobrepoblado en
unas áreas y despoblado en otras. La población se concentra en el
tórax del territorio y se reduce en otras partes del cuerpo geográfico.
La marginalidad ha introducido un elemento imponderable en las
ciudades ya que a veces ocupa hasta lugares del centro de las
poblaciones y no solamente superficies adyacentes. Mucho de este
sector marginal está constituido por gentes de países vecinos,
especialmente de Colombia, cuya totalidad, en todo el territorio no
se conoce con precisión, pero no parece ser menor de 1.000.000. La
disgregación y la integración fueron elementos centrales de la
evolución política nacional. A través de esos 2 procesos se
articula la sociología venezolana.
La sociedad y el orden histórico
La característica más sobresaliente de la visión que se ha tenido
del país es la caprichosa división en períodos históricos,
generalmente separados unos de los otros. Varios historiadores
promueven su propia nomenclatura y no siempre se salvan las líneas
de continuidad. El hecho cierto es que Venezuela cuenta más de 300
años de vida colonial y algo menos de 200 de vida republicana. La
historia suele valorizar más la ruptura que la continuidad y esto
suele oscurecer la visión de algunos hechos fundamentales. La visión
del sociólogo y del historiador social tiene que proceder con
cautela para no perder de vista los empalmes o enlaces de la vida
social. No son la herencia indígena ni la africana las que más
pesan en la cultura, sino el ascendiente hispano; pero el mestizaje,
cualquiera que sea la fuerza de los componentes, es un hecho
patente. El pueblo venezolano autodescribe orgullosamente su
composición social como «café con leche». La vocación
igualitaria es una nota sobresaliente de la sociedad. Así que el
mestizaje no genera mayores traumas, agregándosele después de la
Segunda Guerra Mundial el aporte de la inmigración extranjera, la
cual ha sido parte fundamental del progreso de la era petrolera. Un
hecho todavía por conocer, con datos estadísticos y estudios
antropológicos, es la desviación que podría marcar la mezcla con
los nuevos factores de la población marginal y de la denominada «cultura
de la pobreza». El orden histórico representa mucho en el
desarrollo social, pero es imposible establecer una identificación
mecánica entre divisiones metodológicas de la historia nacional y
comportamientos sociales, puesto que éstos suelen pervivir y
manifestarse de igual o de diferente manera en momentos distintos.
La historia se hereda a sí misma y esto a veces se olvida.
Imaginarse que Venezuela comienza el 19 de abril de 1810 sería una
aberración dialéctica, y colocar todo el énfasis en el período
de la Independencia equivale a amputar 300 años de vida colectiva.
La Venezuela moderna es básicamente el tiempo del petróleo, el
cual ha ejercido mayor influencia que la caña, el añil, el cacao y
el tabaco de la era colonial y el café de la republicana. Bajo los
autoritarismos tradicionales de Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez
Jiménez, así como en la apertura a las libertades políticas de
Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita y en el período
de estabilización democrática del último tercio de siglo, el petróleo
ha estado presente. Es más: es el actor por excelencia en el
escenario histórico. La evolución social es continua, se quiebra
en unos rasgos y se afirma en otros, pero fluye dentro de la
corriente histórica. No pocos de los comportamientos actuales del
venezolano tienen sus raíces en el tiempo colonial y hasta el hecho
básico de que el Estado sea el beneficiario directo del ingreso
petrolero es consecuencia del regalismo español.
La sociedad y el orden político
El orden político está inevitablemente ligado a la sociedad.
Separados del imperio español, el cual era, antes que todo, un
orden, los elementos estamentales, las castas y segmentos,
organizados bajo el ambiente jerarquizador del sistema colonial,
influido por las nociones de la economía esclavista e inspirado en
el punto de partida esencial de que las clases eran desiguales ante
el derecho, se produce un colapso. Las formas y estructuras de la
producción durante más de 300 años crearon las bases de una
sociedad agropecuaria que se abastecía a sí misma y se beneficiaba
de la exportación; y la pugna por obtener beneficios mayores y más
libres de ésta determinó en gran medida el comportamiento de la
clase dirigente en el momento crucial en que entra en crisis el
poder del imperio como consecuencia de la invasión napoleónica.
Esa estructura dirigente, dueña del símbolo de la importancia
social pero carente de poder político, por su educación, por su
relativo refinamiento, era un ambiente propicio para que prendieran
en ella los fuegos de la inconformidad alimentados por la
independencia de Estados Unidos y por la Revolución Francesa. La
vitalidad y movilidad de los soldados venezolanos durante la Guerra
de Independencia son efecto de la sociedad agropecuaria. El llanero
se vuelve soldado porque el caballo y la carne le proporcionan una
capacidad de movimiento incomparable en ese momento. El sistema político
de la primera etapa de la restaurada República de Venezuela
(1830-1858) es el que mejor representa un período de transición
entre la Colonia y la República, entre la guerra formal y declarada
y la guerra más o menos permanente que se cubre con los nombres de
contienda civil y caudillesca, la cual no era más que la
representación de la dispersión del poder. Cuando el poder logra
centrarse en un caudillo dominante, ya sea Páez o Monagas y más
tarde Antonio Guzmán Blanco o Joaquín Crespo, hay paz y sosiego.
El caudillismo latinoamericano es el producto del fraccionamiento de
los derechos del Estado, de su debilidad, de su pobreza. Cuando el
poder regresa a manos de un jefe único, como Cipriano Castro o Juan
Vicente Gómez, vuelve a haber paz, a expensas de importantes
libertades cívicas; y en el caso de Gómez se configura otra
realidad no menos determinante: el petróleo. El sistema político
gomecista se endurece y se afirma porque el Estado comienza a
recibir, desde 1914, los beneficios del nuevo ingreso. El fisco, que
hasta ese momento era una frágil caricatura, empieza a alimentarse.
Los mecanismos de la economía internacional aparecen en la escena.
El país se inserta dentro de sistemas de poder y de influencia que
desbordan sus fronteras. La sociedad local, tradicionalista, usuaria
de tecnologías ancestrales, con una economía urbana esencialmente
artesanal y mercantil, se enlaza con la comunidad económica
internacional y con tecnologías y sistemas de organización
extranacionales. No bastará, desde ese momento, con que el poder
político se afirme sobre sus bases domésticas sino que requerirá
también una legitimidad foránea, no estrictamente basada en
valores sino en beneficios concretos que se exportan. El petróleo
ha tenido un efecto estabilizador. Sus ingresos han servido para
calmar y hasta colmar ciertas presiones sociales, y a veces, para
anestesiar impaciencias. Afirmó al gomecismo y al sistema político
autoritario y su alcance estabilizador benefició a la democracia,
predominantemente en los últimos 30 años, después de haberle dado
no poco oxígeno a los gobiernos de transición postgomecistas
(1935-1945), ensayos liberales ampliamente positivos. El ingreso
permite una relativa distribución, desigual y hasta caprichosa,
pero finalmente distribución. Eso le da piso al poder político. Sólo
que desde 1973, con el aumento violento de los ingresos, el efecto
equilibrador se transforma en un aumento de las expectativas el cual
ha debilitado, por el endeudamiento, la inflación, el desempleo y
la sobredimensión de planes y proyectos, la estabilidad creciente
que la Nación fue adquiriendo desde 1914. El sistema político, no
obstante las diferencias de perfil entre las formas autoritarias y
las liberales y democráticas, ha conservado líneas sorprendentes
de continuidad. El hecho de que el petróleo sea el distribuidor del
ingreso ha nutrido la concepción del capitalismo de Estado que es
hoy una realidad concreta y costosa, la cual ha contribuido no poco
al endeudamiento actual. El Estado ha estado en el centro del
sistema y ese es el rasgo más notorio de la sociedad actual.
El hombre, los recursos y la estructura social
La población venezolana en 1979-1980 creció a una tasa del 3,1%.
El 42% es menor de 15 años de edad; el 54% es mayor de 20 y sólo
el 3% es mayor de 65 años. Se considera que el 82% de la población
es alfabeta y sólo el 18% iletrados. La densidad para 1971 era de
11,9 habitantes por km2. Los hábitos, los modos de vivir del
venezolano han cambiado sustancialmente después del final de la
Segunda Guerra Mundial en 1945. La declinación de la agricultura ha
influido en la alimentación. El 3% del territorio es usado para
agricultura; el 20% para ganadería. Alrededor del 76% de la gente
vive en poblaciones de más de 100.000 habitantes. La urbanización
también influye en los hábitos y en los patrones de consumo. Los
usos y hábitos alimenticios siguen muy de cerca a los cambios
sociales. La carne, la leche, hortalizas y frutas se consumen más
en los estratos altos. En los más modestos, los huevos, las
leguminosas, el maíz y la pasta. El trigo aporta el 17,5% del
caudal calórico y el 23% de las proteínas. Los cereales,
importados en más de un 70%, aportan más del 40% de las calorías
y de las proteínas de la dieta humana. La alimentación animal
también depende de la importación de sorgo y soya. La naturaleza
del consumo hace aún más vulnerable la dieta del venezolano. El
problema nutricional varía de región en región. Mientras las
deficiencias nutritivas aquejan a los niños menores de 5 años en
Portuguesa en un 26%, sólo el 10% se ven afectados por la misma
situación en Lara. Pero no es sólo la reducción de la población
rural y el aumento de la urbana sino también la modificación en el
volumen de las clases sociales. Las clases I y II (alta y media
alta, respectivamente), pasaron del 1% en 1930 al 20%, 50 años
después. Esto tiene importancia en varios sentidos. Para
interpretar la cuestión alimenticia es necesario examinar la
estructura social. De acuerdo a FUNDACREDESA el 20% de los
venezolanos pertenecen a las clases I, II y III(media), la clase IV
(proletaria) está conformada por el 42% y la V (marginal) por el
38%. Las deficiencias alimenticias influyen en varias diferencias y
aptitudes que no son genéticas, étnicas y raciales sino sociales.
Los niños de la clase V maduran más lentamente y uno de 5 años
usa 40% menos palabras que uno de la clase I, II y III. Otros hechos
impresionan en relación con la alimentación. En Carabobo,
Portuguesa y Yaracuy, regiones muy cercanas, se encontró que el
consumo de proteínas era el adecuado pero el de calorías era el
24% menos que el requerimiento mínimo. La estructura social influye
sobre todos los aspectos del comportamiento. Las clases más
favorecidas (alta, media alta y media) son más voluminosas en
Caracas que en el interior y las proletaria y marginal, son más
significativas en la provincia. La desigualdad social, la pobreza y
la marginalidad se reflejan en el peso al nacer y otras medidas del
niño, datos a los cuales se les atribuye importancia en los
estudios realizados. Debe considerarse, sin embargo, que es muy difícil
hablar de clases sociales en América Latina, pues no hay un
proletariado verdadero y extenso; en cambio el sector informal y
marginal sube constantemente. Por otro lado, las fuerzas productivas
urbanas han sido inhábiles para absorber la fuerza de trabajo. Las
políticas nacionales premiaron más a la población urbana que a la
rural y esta es en parte la razón por la cual las ciudades se
congestionaron y se hacen explosivas y superpobladas. El término «proletariado»
es más convencional que real porque con frecuencia se incluye en
esa denominación actividades no productivas, no estables y más
bien artesanales u ocasionales propias del sector informal. El
proletariado, en estricto sentido, ha de estar ligado a la
industrialización.
Magia, azar, destino. Influencia racionalizadora del inmigrante
Entre las líneas de continuidad y de ruptura se encuentran diversas
características del pueblo venezolano, algunas de las cuales son
ancestrales y vienen del fondo de la historia y otras se han
incorporado a la sensibilidad colectiva como consecuencia de
diversos acontecimientos. En el siglo XX el más sobresaliente de
todos ha sido el petróleo, en el aspecto aquí considerado como en
varios otros. Una de esas características es el papel de la magia y
el azar. No es posible entender la sociedad sin detenerse en este
punto crucial. La gente espera siempre que algo bueno puede torcer
el rumbo de la vida. La mano de Dios se extendió generosamente
sobre el subsuelo y puso el petróleo. Humboldt y los naturalistas
europeos venidos a América admiraron la naturaleza y la encontraron
pródiga. La gente tuvo la intuición que frente a este ambiente no
era necesario hacer mucho. Las cosmogonías indígenas solían tener
un fondo mágico. El cristianismo trajo una doctrina del más allá,
de una instancia suprema y de un plano metafísico y trascendental.
Los africanos aportaron otra fuerza mágica y supersticiosa. El
hecho es que el mestizo reunió todo y el resultado es una creencia
muy extendida en la buena y en la mala suerte, una credulidad a
veces exagerada en el milagro y la buena fortuna con sus
consiguientes reversos dramáticos: la maldición, el mal de ojo, la
brujería, la mabita, la pava y otras formas populares de expresar
la perplejidad telúrica. La magia, mezclada con el cristianismo, ha
producido devociones, creencias y supersticiones. La idea de fiesta,
asociado a los santos, traduce íntimos sentimientos colectivos. La
fiesta patronal es una mezcla del milagro y el goce, de la
superstición, la magia y la fe. Extraordinaria combinación
cultural capaz de producir devociones y sorprendentes adhesiones
multitudinarias. El hombre que espera piensa que un arte indirecto,
oblicuo, misterioso, puede arrimarlo a la buena fortuna. Esta espera
es en definitiva esperanza. De allí que la brujería, como artesanía
de la magia, del milagro y la suerte, haya reunido tantos elementos
a su alrededor. Las más viejas nociones sobre el destino, sobre la
lectura de la mano o de las cartas combinadas con polvos y esencias
que sirven para repudiar o para atraer, para defenderse o para
persuadir. Las carreras de caballo reúnen todo este caudal mágico.
Se confía en que de un día para otro la riqueza puede
favorecernos. La apuesta y el juego del 5 y 6 constituyen símbolos
muy representativos del estilo de vida y del sentimiento nacional.
Su funcionamiento continuo puede servir de referencia para estudiar
las reacciones colectivas. La creencia en la suerte no es un acicate
para el desarrollo económico. Afortunadamente este sentimiento mágico
y lúdico ha venido a ser parcialmente compensado por la afluencia
inmigratoria, la cual llegó a niveles considerables después de
1945. Los españoles, italianos y portugueses, así como los núcleos
que se desplazaron desde el centro de Europa, trajeron sus hábitos
metódicos, su confianza en el trabajo, su actividad y experiencia y
aportaron un esfuerzo sin el cual no se hubiese podido emprender la
modernización que hoy conocemos. En las construcciones urbanas, en
los planes agrícolas, como Turén, en la distribución de
alimentos, en los pequeños restaurantes de las carreteras y
ciudades grandes o pequeñas, la huella del inmigrante ha dejado su
rastro cultural. La productividad en el trabajo y el sentido del
ahorro, son también activos fundamentales del inmigrante europeo.
Lamentablemente esa inmigración se detuvo aduciéndose que restaba
trabajo a los criollos y que era inconciliable con la alta tasa de
crecimiento de la población. Años después el aporte europeo fue
sustituido por la anárquica inmigración clandestina
hispanoamericana, cuyas cifras exactas son difíciles de conocer.
¿Pueblo alegre o pueblo triste?
Las reacciones del venezolano ante el destino dan pie para
formularnos esta pregunta: ¿es un pueblo triste o alegre? La alegría,
dice el Diccionario de la Real Academia Española, se manifiesta por
signos exteriores. Es un grato y vivo movimiento del ánimo, a veces
sin causa determinada. Hay palabras, gestos o actos con que se
manifiesta el júbilo. Del otro lado, la tristeza es pesadumbre,
melancolía. Lo triste puede ser doloroso, enojoso, difícil de
soportar. Decía José Antonio Páez: «...téngase muy en cuenta
que no son los venezolanos gentes que deploran males en silencio;
antes, pecan y han pecado siempre por tratar de curarlos con
remedios heroicos, al primer amago de dolor...» La cuestión es más
importante de lo que parece y su análisis puede tener alcances
sociológicos y políticos y gran significación práctica cuando se
aplica al trabajo, a la productividad y a la solidaridad social. Es
preciso abordar el tema con cautela, pues no es fácil extraer
conclusiones y evidencias. Es bien distinta la actitud del ánimo en
las clases altas y pudientes que en las menos favorecidas. Los
dichos, las expresiones del venezolano harían pensar que hay una
predisposición a la tristeza. Hay expresiones fatalistas y otras
catastrofistas y apocalípticas. Una inclinación a imaginar que
algunas situaciones son irremediables. En la música y en la pintura
a veces se refleja la situación social del país y la falta de
estabilidad política del pasado. Suele haber algo melancólico en
la música de algunas regiones y en los temas de las canciones
populares. El arte colonial estaba impregnado de los valores españoles,
pero, ¿no tenía también su tristeza? En un momento dado el heroísmo
y el machismo, producto de los valores y referencias impuestos por
las guerras civiles, interfieren las tendencias del alma nacional.
En zonas áridas o flageladas por el hambre y las enfermedades
tropicales no es fácil alimentar un optimismo. Las guerras civiles
dejaron también su huella al valorizar ciertos sentimientos
destructivos. Se hacen patentes temas como la madre ausente o
muerta, la mujer desengañada, la novia lejana, la patria distante.
La tertulia urbana tradicional solía adquirir la forma de la
maledicencia con un fin denigrante y hasta destructivo. Era
violencia social traducida en violencia verbal, expresa o
encubierta. Luego, un hecho esencial: la idea de la muerte, los
ritos de la despedida y el sentido del adiós. La vocación por el
trabajo es una actitud alegre del ánimo. ¿Cómo se ha reaccionado
ante la crisis o coyunturas económicas? Ayer se decía: «amanecerá
y veremos» o «a nadie le falta Dios». El «Dios proveerá» es la
posición ancestral de seres esclavos, enfermos o pobres que no confían
en la voluntad y en el esfuerzo. Cualquier ejercicio de futurología
tendrá que juntar la alegría para el trabajo, la cual en gran
parte viene de la nutrición, de la educación y de la motivación,
con el afán de hacer, nada de lo cual es tradición en los países
latinoamericanos.
Las aptitudes
De todo esto se desprende la gran interrogante sobre las aptitudes.
En primer lugar, parece estar bastante claro que la capacidad es un
hecho social y no genético, ya que la alimentación y los estímulos
influyen en la habilidad y la destreza de una colectividad para
determinados quehaceres. Es igualmente notorio que la inversión en
salud y enseñanza mejora los rendimientos. Lo que se ha llamado la
«flojera» criolla, la ineptitud o el desgano del venezolano para
el trabajo, puede mirarse ahora como algo mucho más complejo. Se ha
opinado que proviene de la injusticia, de la alimentación y de la
explotación. La literatura nacional es abundante en alusiones al «chinchorro»
y la «hamaca» como símbolos de la postura perezosa o indolente.
Otros hablan del clima. Pocas veces se menciona un elemento
primordial: la fisiología del trabajo en climas tórridos, la cual
puede ser orientada a obtener el mayor rendimiento en las horas más
propicias y con la alimentación adecuada. Es importante considerar
dentro de este aspecto el perfil motivacional. En los países
subdesarrollados, dice el sociólogo Talcott Parsons, vale más el
ser que el hacer y la relación económica no es específica sino
difusa. La motivación para el logro, como la formula el profesor
Mac Clelland, es débil, tanto más cuanto que se ha identificado
que la motivación más fuerte es la vocación de poder. Puesto que
el desarrollo económico es también la consecuencia de un ánimo
colectivo, es preciso entonces señalar que no se obtienen los
grados óptimos sin la motivación correspondiente. La indolencia ha
existido como rasgo de la sociedad y no ha sido exclusiva de las
estratificaciones más bajas del cuerpo social. Una sociedad más
integrada será también una sociedad más motivada. La
transculturación obtenida a través de la industria Petrolera, la
cual usó en el momento de su implantación tecnologías muy
avanzadas para el nivel de desarrollo nacional, ha demostrado que
con una gerencia adecuada, con una organización eficiente, el
pueblo venezolano desarrolla aptitudes que lo hacen hábil para
tareas complejas de coordinación y de ejecución. Ejemplo de eso ha
sido el trabajo y el fruto obtenido en las refinerías y en los
campos petroleros. La eficiencia del sector vino originalmente de la
gerencia y tecnología extranjeras con la mano de obra venezolana lo
cual permite postular que los rendimientos pueden alterarse de
acuerdo con los perfiles motivacionales.
Ética y sociedad
La Guerra de Independencia desmoralizó gran parte de la población.
Con todo, concluida la contienda sobrevivieron ciertos valores
tradicionales de la moral hispana, mezcla de caballerosidad, hidalguía
y rectitud. Pero la violencia fue muy dura y prácticamente el país
vivió en ella durante 100 años (1810-1908). Domingo de Monteverde
y José Tomás Boves no sólo aniquilaron a la Primera y a la
Segunda República sino que afectaron las bases de la moral
colectiva. La clase dirigente fue destruida y 30 años después vino
la Guerra Federal, la cual en su primer año provocó el incendio de
oriente hasta occidente y también los valles del Tuy. No había
palmo de tierra que se salvara, dice Laureano Villanueva en su Vida
de Zamora. Más de 100.000 muertos quedaron tendidos en el teatro de
la guerra y más de 3.000 personas fueron a la cárcel. Desde el
comienzo de la Independencia, la incertidumbre y la inseguridad se
adueñaron del pueblo venezolano. Es muy difícil edificar en estas
condiciones una ética nacional. A la violencia social y anárquica
es preciso sumar la que se aplicaba desde el poder. El
comportamiento social se arraiga en estas rivalidades. La moral
privada pudo sobrevivir numerosas veces, en distintas partes del país,
en parte por la influencia cristiana. Pero la deshonestidad pública
fue un hecho frecuente y hasta escandaloso en el siglo XIX porque no
había una neta separación entre el interés público y el privado.
El país pobre también vivía de su picaresca, como lo revelan las
anécdotas y episodios de Francisco Tosta García en Memorias de un
vividor. Después, la corrupción se fortalece con el petróleo
cuando ya intervienen también factores internacionales y una capa
de abundancia se forma alrededor del Estado. Más adelante aparecen
las expectativas de consumo, los hábitos, los nuevos modos de
comportamiento que influyen en la calidad moral de la conducta. A
través de su evolución social y política, Venezuela ofreció
grandes muestras y ejemplos de firmeza en la conducta y en la
actitud moral. Los símbolos y puntos de referencia de la nación
siempre fueron éstos no obstante que a veces tales valores fueron
ocultados por las reiteradas ofensivas de la violencia o de la
inmoralidad y la corrupción, las cuales pudieron crecer con la
abundancia porque la prosperidad no estaba antecedida o acompañada
de sólidos respaldos éticos.
El hombre y las cosas
El símbolo más representativo de la Venezuela del siglo XX ha sido
el automóvil. Es una manifestación del status, de la importancia,
de la jerarquía, del poder, de la influencia y del atractivo
personal. Reemplazó al caballo como signo de «machismo» y de
persuasión social. El automóvil se adueñó de la imaginación y
se ha hecho servir en todas las formas. La gente se sacrifica para
adquirirlo y las infraestructuras urbanas y viales se acomodan al
aumento del tráfico automotor. La gasolina barata subsidió
inicialmente el automóvil dentro y fuera del mercado nacional. Las
calles y las ciudades se acomodan para el tránsito de vehículos.
Las antiguas aceras se recortan y se quita espacio al peatón, al
transeúnte, al ciudadano para brindárselo al nuevo conquistador.
El vehículo de motor ha influido en la vida nacional más que ningún
otro instrumento y es protagonista de toda una cultura. Ha ofrecido
movilidad, pero ha dificultado el transporte. Fundándose en la
circunstancia de ser país petrolero se desarrolló una doctrina de
supuesta economía minera según la cual no se debían construir
ferrocarriles porque aquí era más barato el transporte automotor.
Pero pasajeros y carga, desde el punto de vista del transporte,
hubiesen sido llevados y traídos de modo más eficiente y barato
por el ferrocarril. La cultura del automóvil es individualista,
competitiva, exhibicionista, consumista y despilfarradora. Como ha
habido dinero en abundancia se adquirieron los modelos más
sofisticados, los cuales al demandar mantenimiento se los sustituía
por otros nuevos y más avanzados. La repercusión de este hecho
sobre otras áreas del comportamiento tiene efectos incalculables.
El mantenimiento no fue concepto popular en una sociedad que se
acostumbró a sustituir las cosas sin extraer de ellas el máximo
racional de duración y servicio. La convivencia con las cosas
ofrece ahora un reto fundamental a una nación con menor abundancia.
La convivencia del hombre con las cosas, con los hechos mecánicos,
con las comunicaciones, han tenido influencia fundamental en la vida
de la Venezuela moderna. Ha aumentado la información y la
movilidad. El «fin de semana», la «segunda casa» o residencia
para vacaciones representada a veces en conjuntos de apartamentos en
playas y montañas, el contacto más frecuente entre el interior y
la capital, el uso del avión, muestran, a simple vista, un nuevo
modo de vivir muy poco parecido al lento acontecer de la sociedad
tradicional. En 1978, año culminante, se produjeron 103.467 automóviles,
52.079 camiones, 22.802 jeeps y 3.146 tractores con un componente
local de 50%. Esa industria tenía una capacidad de empleo de 20.000
personas. Al final de 1979 había 61.800 km de vías terrestres,
22.600 km de ellas de primera clase y 14.500 km caminos de tierra.
El mismo año había 2.520.000 de vehículos contra 1.590.000 en
1975. En comparación, sólo existían 212 km de ferrocarriles del
Estado y 197 km de las compañías de hierro. En 1978 viajaron por
ferrocarril 364.000 pasajeros y 163 t de carga. En cambio, por aire,
en 1978 viajaron 7.902.000 pasajeros contra 737.000 en 1970. Hay
puertos para recibir y movilizar 8.800.000 t de carga en 1978 contra
4.500.000 en 1973. En 1978 había barcos con un tonelaje de 232.000.
En 1979 había 1.075.042 líneas telefónicas locales. Se calcula
que para esa fecha existían 77 teléfonos para cada 1.000
habitantes. En el año en referencia, circulaban 51 periódicos
diarios con un tiraje total de 2.042.000 ejemplares. Se vendieron
950.000 entradas al cine. En 1976, había 1.431.000 televisores y
5.000.000 de radiorreceptores. La relación del hombre con los
hechos mecánicos no ha sido óptima. Los tractores abandonados o
sin mantenimiento adecuado, al igual que las maquinarias de obras públicas,
los vehículos del Estado y también los particulares, el transporte
público, enseñan claramente que no hay armonía entre la conducta
social y las exigencias mínimas de la civilización técnica. Los
bienes públicos no merecen consideración de la sociedad y tal
actitud se refleja en su deterioro. Un caso excepcional, indicador
de que esa actitud puede ser modificada, es el del Metro de Caracas,
del cual se han puesto en servicio 3 líneas y se prosigue su
construcción; este transporte urbano funciona con un alto nivel de
eficiencia y es también notable el nivel de disciplina y de
conservación de los usuarios en general. El proceso de modernización
es inevitablemente contradictorio. Una sociedad que no produce las
herramientas que usa, está limitada en la comprensión de su
naturaleza y de sus fines. Los países industrializados inventaron o
fabricaron ellos mismos sus artefactos mecánicos. Esta
circunstancia crea una relación diferente a los de una nación que
importa esos productos sin adquirir simultáneamente la cultura que
los concibió. Desde el punto de vista sociológico la tecnología
presenta serias dificultades de ajuste en los países en desarrollo,
tanto más cuanto que los procesos de urbanización no resultan de
la industrialización sino de la simple emigración desde el campo
por la insuficiencia de la agricultura para ofrecer empleo y
posibilidades.
Informática y sociedad
Este contexto se vuelve más complejo con la irrupción de la informática.
¿Cómo manejarla en una sociedad generalmente ineficiente?
Venezuela salta a los computadores sin haber alcanzado un
funcionamiento regular en servicios como el correo. Debido a los satélites
es más fácil comunicarse con Hong Kong que entre la capital y
lugares cercanos a ella. La ausencia de mantenimiento de las máquinas
tradicionales pone de manifiesto una actitud social que no es
compatible con la fluida normalidad que requiere la informática. El
computador va a introducir un nivel de exigencias muy riguroso y es
posible que la transculturación que genere contribuya también a
reajustar ciertos hábitos colectivos. La informática no podría
enfrentar mágicamente las exigencias de organización y de
eficiencia. Es en definitiva el hombre como tal, el único que puede
realizar esa transformación. Pero no cabe duda que la informática,
los recursos del espacio, las comunicaciones y la transmisión
internacional de la imagen son elementos poderosos que tendrán
influencia concreta en la evolución social.
Energía y sociedad
Durante el siglo XIX la sociedad venezolana vivió un agudo
conflicto entre el liberalismo económico y la sociedad
agropecuaria. La ley del 10 de abril de 1834 sobre la libertad de
los contratos puso de relieve las contradicciones entre los
intereses de la economía mercantil urbana y la sociedad
agropecuaria, base de sustentación de la riqueza nacional. El café
fue el principal fruto de exportación de la República, como el
cacao lo había sido de la Colonia. Después de la Independencia se
rompe el vínculo económico con España y la pequeña nación recién
iniciada tiene que acomodarse, en una posición más vulnerable, a
las demandas de la economía internacional. La implacable regla de
la división internacional del trabajo comienza a tener sus efectos
y las importaciones ejercen su influencia en la modificación de los
hábitos de consumo. Pero el hecho culminante, destinado a mayores
repercusiones sociales, fue el petróleo, el cual desde 1914,
comienza a estar presente. Más tarde el uso de la energía en forma
creciente y hasta excesiva, por el bajo precio de la gasolina y la
desproporcionada compra de automóviles, ha tenido también un
efecto fundamental. En cuanto a la energía, Rafael Alfonzo Ravard,
ex presidente de Petróleos de Venezuela expresa: «Durante estos
veinticinco años, entre 1920 y 1945, las estadísticas sobre uso de
energía son escasas y casi inexistentes. Sin embargo, podemos
afirmar que la utilización de la energía en Venezuela estaba entre
las más bajas de Latinoamérica, aun contabilizando la que se
utilizaba en la industria petrolera. El país disponía de toda la
energía que hubiese querido utilizar a los precios más bajos del
mundo, pero aparentemente no podía sacarle provecho a estas
ventajas». Hubo, pues, una era petrolera no energética. Las cifras
correspondientes a 1945, citadas en el texto anterior revelan como
el consumo total de energía alcanzó la cifra de 970.000 t de petróleo
equivalente (18.600 b/d), de los cuales, más de la mitad lo consumía
la propia industria petrolera. Del resto, aproximadamente un 45% era
gasolina para transporte, un 26% se consumía en la industria
manufacturera, 19% en el comercio y los hogares y finalmente un 10%
para generar electricidad. Todo esto representaba un consumo de
223,5 kw por habitante. En comparación, la producción de petróleo
alcanzó la cifra de 46.200.000 t, lo que equivale a 886.000 b/d, es
decir, 50 veces el consumo interno. La diferencia se exportaba. La
capacidad de refinación de la industria petrolera llegaba apenas a
42.000 b/d. La red de oleoductos alcanzaba una longitud de 1.613 km
y 92 km la de gasoducto, fundamentalmente utilizados en la propia
industria petrolera. La electricidad y el gas son elementos
relativamente nuevos en la sociedad venezolana. La electrificación
y el uso de cualquier otro tipo de energía, venida del agua, del
carbón o geotérmica, favorecen la descentralización porque
permiten extender territorialmente la industrialización. Por la
presencia de sus otros recursos energéticos no ha puesto Venezuela
atención suficiente en la energía nuclear. El uso de la energía
plantea, por otro lado, numerosos problemas respecto al medio
ambiente. Una conducta frente a la naturaleza será obvia
consecuencia del tipo de comportamiento social, del estilo de vida.
Sin olvidar que no todo desarrollo humano ha de basarse
exclusivamente en aumentar el consumo de energía, ya que se pueden
aplicar tecnologías locales, artesanales, que aprovechen
conocimientos acumulados por la tradición, para dar lugar a una
producción autóctona capaz de hacerse presente. El prestigio de
las chimeneas está asociado a las ideas clásicas del crecimiento
económico. Pero la armonía de la sociedad y un promedio razonable
de felicidad y realización colectiva supone también la utilización
de otros recursos.
La nueva dimensión
Las dimensiones económicas y sociales del país han cambiado. Los
ingresos fiscales que en 1925 llegaron a Bs. 120.000.000 subieron en
1930 a 255.000.000, en 1940 a 329.000.000 y en 1945 a Bs.
660.000.000. Las exportaciones fueron creciendo de Bs. 276.000.000
en 1925, 743.000.000 en 1930, a 887.000.000 en 1940 y a Bs.
1.120.000.000 en 1945. El país del comienzo de la era petrolera tenía
2.500.000 h y el de 1980 alrededor de 15.000.000. La bonanza económica
traída por la explotación de los hidrocarburos ha producido un
constante incremento de los presupuestos anuales del sector público,
tanto en la Administración Central como en la cada vez más
importante Administración Pública descentralizada (industrias del
Estado, corporaciones regionales, institutos autónomos, etc.) Este
hecho ha supuesto un ascenso de las expectativas de los diversos
sectores de la sociedad venezolana, pues en una situación de
abundancia se espera y se pide más, a la vez que se acrecienta la
tentación de la demagogia populista en el campo político. La
situación que hizo crisis a comienzos de 1983 ha venido a chocar
con este proceso de expectativas crecientes. Actualmente, Venezuela
cuenta aún con numerosos recursos humanos, económicos y
financieros para enfrentar los retos actuales, pero el ajuste de
aquellas expectativas con la realidad es obra del futuro
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